Spinoza

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Benito Spinoza fue un filósofo que abandonó el judaísmo porque creía que Dios sólo podía existir filosóficamente, como un ente de razón. Nació en Ámsterdam el día 24 de noviembre del año 1632. Fue lector de Cervantes, de Góngora y de Quevedo. Fue influido por el Antiguo Testamento, por la Cábala y el Talmud, por Descartes y por Hobbes y someramente por Giordano Bruno. Habló el español, el portugués y el latín.

Para poder dedicar todo su tiempo al arduo estudio de la Filosofía eligió el oficio de pulidor de lentes para instrumentos ópticos. La voz del pueblo dice que Spinoza fue un hombre ateo, triste, casi desalmado. Su obra, ciertamente, es árida y consuela. Se puede decir que fue ateo sólo si examinamos desde una perspectiva judeo-cristiana lo que sobre Dios pensaba. Alguna vez aseguró que su idea sobre Dios era tan clara como la que tenía sobre un triángulo.

Su obras principales fueron las siguientes: “Principios de filosofía”, “Tratado teológico-político”, “Tratado sobre la corrección del entendimiento”, “Ética demostrada según el orden geométrico”, “Tratado político”, “Breve Tratado sobre Dios, el Hombre y su Felicidad”.


Los principios que regían su mente fueron: el monismo, el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el realismo y el estoicismo. Fue monista, pues en toda substancia veía a Dios. Fue panteísta, pues las cosas que percibía le parecían emanaciones formadas por Dios. En la filosofía de Spinoza la palabra “Dios” equivale a “Naturaleza”. Fue naturalista porque aceptaba la “necesidad” y porque creyó que la razón es capaz de conocer sus leyes. Quien sabe acatar leyes sin quejumbres es estoico y racional, un realista.

Spinoza quería que los hombres fueran gobernados por la razón. Pero la razón, pensó, no alcanza para mantener la paz, que es posible si se esgrime la fuerza, el poder. Le parecía que las conexiones de la lógica también eran las conexiones de la Naturaleza. Lo que podía silogizarse podía conocerse. Mas no creyó que los efectos provocados por las leyes naturales fueran fácilmente predecibles, y por eso sostuvo que nadie sabe de lo que es capaz un cuerpo. Es natural, así, que la caída de un limón pueda provocar que una persona haga un poema.

Para Spinoza era Dios una “Natura naturans”, substancia infinita, y ésta se expresaba de infinitos modos, a los que llamó “Natura naturata”. La primera tiene dos “atributos”: pensamiento y extensión. Todas las cosas, luego, son “modos” de los atributos. Es posible, nos dice, conocer a Dios si aprendemos a suprimir nuestros afectos, que enturbian nuestras representaciones. Se nota que era pulidor.

El conocimiento más grosero es el imaginario (“imaginatio”), que se obtiene de “oídas”, de la opinión pública. Dicho saber crea imágenes de las cosas, de los modos de Dios, inadecuadas. Quien vive con ideas inadecuadas en la mente, saturado de afectos, piensa que existe el Bien y el Mal. Después del saber imaginario sigue el saber racional (“ratio”), que discierne causas y efectos reales y construye imágenes nítidas. El cuerpo humano, dice en su “Ética”, es finito, por lo que sólo puede manejar un número muy limitado de imágenes sin confundirse. La imaginación nos confunde, pero la razón nos saca de la confusión.

Pero el saber más alto es el intuitivo (“scientia intuitiva”), que nos permite penetrar la esencia de las cosas, es decir, conocer a Dios en las cosas. Dios es infinito, no tiene causas, recuérdese, pero sí produce atributos, y uno de ellos es nuestro pensamiento, como dijimos. Una cabeza clara, al conocer que las cosas son modos de los atributos divinos, se libra de creer en el Bien y en el Mal y cree sólo en lo adecuado o en lo inadecuado.

Un pensamiento adecuado perfecciona nuestro ser. Ser, para Spinoza, es insistir en existir tal como somos. Tal insistencia se llama “conatus”. El ser quiere existir tal cual es y para hacerlo pretende allegar lo que cree es mejor. Pretender sin conocer las causas de nuestras pretensiones hace que pensemos que somos libres.

La razón se hizo para aceptar el determinismo y para elegir lo adecuado. Lo único que en el mundo es contingente, no necesario, escribió, es nuestro saber erróneo. Cuando hemos aprendido a elegir, a razonar, el “conatus” se hace “appetitus”, pasa de ser mero impulso a ser deseo consciente. El deseo satisfecho nos trae placer y el insatisfecho dolor. Las tres emociones que forman todas las demás son el deseo, el placer y el dolor. Lo que nos da placer, alegría, es decir, lo que es adecuado para nuestro ser, nos fortalece. Hay dos tipos de fortaleza (“fortitudo”), y son el valor (“animositas”) y la benevolencia (“generositas”).

Dice Spinoza que el hombre no es un “reino dentro de otro reino”, esto es, que depende totalmente de los modos en los que Dios se manifiesta, de sus atributos, que hemos dicho son la extensión y el pensamiento. Un razonador, alguien que puede llegar a la esencia de las cosas, quita de su existencia toda emoción inadecuada. Podemos soslayar el sufrimiento, por ejemplo, si reconocemos que el odio es sólo la idea de dolor relacionada con algo externo y que el amor es sólo la idea de placer relacionada con algo externo. Tal es, harto sintetizada, la filosofía de Benedicto Spinoza.

Acerca de Edvard Zeind Palafox

Edvard Zeind Palafox   es Redactor Publicitario – Planner, Licenciado en Mercadotecnia y Publicidad (UNIMEX), con una Maestría en Mercadotecnia (con Mención Honorífica en UPAEP). Es Catedrático de tiempo completo, ha participado en congresos como expositor a nivel nacional.

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