Terrores nocturnos

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Los terrores nocturnos, consisten en episodios recurrentes de despertares bruscos que se inician con un grito de angustia.

La persona despierta aterrorizada, muy agitada, con síntomas tales como taquicardia o sudoración. No suele responder a los intentos de los demás de consolarle o tranquilizarle y no recuerda nada de lo ocurrido durante la noche, ni ningún sueño o pesadilla que explique lo sucedido. Para que sea considerado un trastorno, estos episodios han de provocar un malestar significativo o un deterioro laboral, social o de otras áreas importantes.

Durante una noche típica, el sueño pasa por una serie de fases. Cada una de ellas se asocia a una actividad cerebral particular, y la fase de movimientos oculares rápidos (MOR o REM en inglés) es cuando tienen lugar la mayoría de sueños.


Los terrores nocturnos ocurren durante el sueño no REM. A diferencia de las pesadillas (que ocurren durante el sueño REM), un terror nocturno no es un sueño desde el punto de vista técnico, sino más probablemente una súbita reacción de miedo que tiene lugar durante la transición de una fase de sueño a otra.

Suele afectar principalmente a niños, aunque también puede darse en personas adultas.

Los síntomas son muy similares al miedo extremo ( palpitaciones, sudoración, respiración acelerada). La frecuencia cardiaca puede aumentar de dos a cuatro veces por encima de lo habitual. Durante el episodio, estas personas se levantan de la cama sintiendo un gran terror, con frecuencia gritando y en un estado de confusión. En algunas ocasiones salen de la cama y actúan como si algo o alguien los persiguiera, lo cual puede hacer que lleguen a provocarse heridas (por ejemplo, dañarse con algún mueble, caerse por las escaleras).

Las personas que experimente terrores nocturnos no están completamente despiertas, aunque tengan los ojos abiertos. Es prácticamente imposible hacer que sean conscientes de la realidad o consolarlas y a veces responden violentamente a los intentos de calmarlas.

En muchos casos, una vez que termina el episodio, la persona vuelve a dormirse sin haber llegado a despertar del todo. A menudo no recuerdan nada de lo sucedido al despertar a la mañana siguiente, aunque sí pueden recordar una sensación de miedo. Tampoco recuerdan ningún mal sueño que haya podido provocar el episodio. Los episodios suelen ocurrir durante el primer tercio del periodo de sueño nocturno, aunque pueden suceder incluso durante pequeñas siestas diurnas.

La duración suele ser de menor a 15 minutos, por término medio. Habitualmente sólo ocurre un episodio en una única noche, aunque a veces se dan varios episodios. La mayoría de las personas tienen un episodio a la semana o sólo unos pocos al mes.

Los terrores nocturnos están provocados por una hiperactivación del sistema nervioso central (SNC) durante el sueño. Esto puede ocurrir porque el SNC (que regula la actividad cerebral durante el sueño y la vigilia) todavía está madurando. Algunos niños heredan una tendencia a esta hiperactivación; aproximadamente el 80% de los niños que tienen terrores nocturnos tienen un pariente que también los experimentó o bien que sufrió de sonambulismo (un tipo similar de trastorno del sueño) durante la infancia.

Los terrores nocturnos se han descrito en niños que:
• estaban muy cansados, enfermos, estresados o fatigados
• estaban tomando un medicamento nuevo
• dormían en un entorno nuevo o lejos de su casa.

Aproximadamente, del 1 al 6% de los niños presentan terrores nocturnos en algún momento de su infancia. Es más frecuente en niños que en niñas, y suele comenzar entre los 3 y los 12 años de edad, siendo más frecuente entre los 3 y los 5 años.
Por lo general, el problema desaparece durante la adolescencia y en niños no están asociados a trastornos psicológicos.

Entre los adultos, la prevalencia es de menos del 1%, suelen comenzar entre los 20 y los 30 años, aunque en algunos casos la persona los ha padecido desde la infancia. Se da en ambos sexos por igual. En adultos, los terrores nocturnos suelen estar asociados a trastornos psicológicos, sobre todo trastornos de ansiedad, trastornos de personalidad o trastorno de estrés postraumático. Las personas que tiene familiares con una historia de terrores nocturnos o sonambulismo tienen una probabilidad diez veces mayor de desarrollar terrores nocturnos que los demás.

Los terrores nocturnos pueden alarmar bastante a los padres, que suelen sentirse impotentes al no poder consolar a sus hijos. La mejor forma de reaccionar ante un terror nocturno es esperar pacientemente a que pase y asegurarse de que el niño no se hace daño al agitarse. Generalmente los niños se tranquilizan y vuelven a la placidez del sueño al cabo de pocos minutos.

Es mejor no intentar despertar al niño durante un terror nocturno. Esos intentos no suelen funcionar y, en el caso de que funcionen, lo más probable es que, al despertarse, el niño se sienta desorientado y confundido, por lo que probablemente le costará más tranquilizarse y volver a conciliar el sueño.

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