Se veía venir. Desde hace tiempo era evidente que las discrepancias entre el presidente Donald Trump y su secretario de Estado Rex Tillerson auguraban el despido de éste, nada extraño dado el cúmulo de funcionarios de alto nivel que recientemente han perdido sus empleos dentro del círculo más cercano al polémico mandatario. En efecto, hace unos días y mediante un tuit, el anuncio fue hecho: Tillerson estaba fuera y una nueva elección se había hecho para cubrir el puesto: el director de la CIA, Mike Pompeo, cuyas posturas en temas de política exterior, de corte claramente “halcón”, son más afines a las del Presidente.
Trump debe estar ahora más cómodo. Tillerson no se alineaba acríticamente a su jefe en asuntos como el Acuerdo de París sobre cambio climático, la renegociación del TLC, la forma de manejar el conflicto con Corea del Norte y el destino del acuerdo prevaleciente entre el G5+1 e Irán. Ahora, con Pompeo a cargo de las relaciones exteriores de EU hay un reforzamiento de las inclinaciones naturales de Trump, al aparecer en el escenario como su mano derecha alguien que coincide totalmente con él.
Respecto a Irán, hay un cierto apuro por definir cómo se manifestará la postura de Washington. El 12 de enero Trump lanzó un ultimátum a los firmantes europeos del acuerdo con Teherán conminándolos a “arreglar las graves fallas en el acuerdo sobre desarrollo nuclear” signado en la cadencia de Obama. De no hacerlo, el 12 de mayo próximo la orden presidencial será reimponer las sanciones contra el país persa, dando así por terminados los compromisos de Washington dentro de tal acuerdo. Para ese fin, Tillerson, obviamente, era un obstáculo, mientras que Pompeo, quien en ocasiones ha expresado comentarios anti-musulmanes y asume una postura dura contra Irán, está en franca sintonía con el Presidente. Sin embargo, no todo está decidido aún. Hay también importantes voces militares como la del general Joseph Votel, jefe del comando central sobre Oriente Medio, quien el mismo día del despido de Tillerson, declaró ante una comisión del Senado que permanecer en el acuerdo “está en nuestro interés, ya que conjura una de las principales amenazas provenientes de Irán”.
Ahora bien, aún está por verse si el Senado aprueba la nominación de Pompeo ya que tanto en la esfera política como en la militar hay fuertes discrepancias acerca de la conveniencia de un personaje como él en un puesto de tanta importancia dentro de un área que determina decisiones trascendentes tanto para Estados Unidos como para el mundo. No sólo entre la bancada demócrata hay oposición al nombramiento, sino que aun en el bando republicano no hay consenso. Por ejemplo, ahí el senador Rand Paul ha anunciado que él se opondrá, diciendo que “no puedo aprobar la nominación de gente que amó tanto la guerra contra Irak que ahora quiere una guerra contra Irán… Pompeo no ha aprendido las lecciones de una política dirigida a un cambio de régimen y desea actuar para el cambio de régimen en Irán”.
Es así como todavía se está gestando un intenso cabildeo para convencer a más republicanos a sumarse al rechazo a Pompeo y a favorecer en su lugar a alguien que valore la diplomacia y la cooperación internacional y no milite en las filas de quienes se inclinan hacia conflictos interminables y confrontaciones perpetuas. Por desgracia, esta batalla no será fácil de ganar.
Bloquear a Pompeo y por ende a Trump en su obsesión de redefinir la política norteamericana, en sentidos absolutamente opuestos a los legados dejados por administraciones anteriores, está siendo una tarea titánica que se enfrenta al fuerte peso que el Ejecutivo y sus aliados incondicionales tienen hoy dentro del sistema para imponer su agenda belicosa, proteccionista e irracional en tantas áreas de la vida pública.
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