Una visita al psiquiatra

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Gracias, doctor, por recibirme en tan corto plazo, y no haberme hecho esperar semanas para recibir mi turno. Mis amigos me recomendaron que lo viese porque dicen que estoy sufriendo de una paranoia aguda, de un complejo de persecución, y de una obsesión de que todo el mundo me tiene antipatía y cólera.

Dicen que exagero porque se me ha metido en la cabeza de que Irán me quiere borrar del mapa, tirándome una bomba atómica.

No puedo dormir pensando que Hizballah tiene hoy más de 40,000 cohetes y todos están apuntados contra mí.


Me desvela que la organización terrorista Hamás me dispare cohetes, cómo el que dispararon a Ashkelon hace unos días.

Me produce angustia que el presidente Obama está más enojado conmigo que con Irán.

Me molesta que los ultra-ortodoxos vivan a mi costa sin trabajar, y que piensen que la única forma de defendernos de nuestros enemigos es estudiar los libros sagrados con ahínco.

Me preocupa que dentro de dos décadas la mayoría de los niños en edad escolar sean ultra-ortodoxos, que no aprenderán nada excepto el Talmud, me produce temor de que nos volveremos un país más atrasado que el más atrasado de los países africanos.

Me da vergüenza ver que las universidades israelíes se han convertido en un hervidero de académicos anti-sionistas, que condenan los sentimientos de identificación nacional de los judíos, mientras que admiran y promueven los sentimientos nacionales de los palestinos.

Me deprime ver que muchas universidades en Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña celebran anualmente una semana de odio contra nosotros.

Me entristece pensar que la juventud judía americana no nos tiene simpatía, y, por el contrario, como acaba de ocurrir en la Universidad Brandeis, el estudiantado predominantemente judío, rechaza que el embajador de Israel hable en su graduación.

Estoy intranquilo al ver que los árabes israelíes se identifican con nuestros enemigos, cooperan con ellos, y están en vías de constituir una quinta columna.

Pierdo la serenidad cuando veo que la Autoridad Palestina, con quien el mundo exige que hagamos la paz, honra y celebra a los terroristas asesinos de víctimas inocentes, y promueve el boicot contra nosotros.
Me desilusiona que los países europeos, 70 años después del Holocausto, nos consideren a nosotros el peor peligro para la paz mundial.

Me trae terribles recuerdos el hecho de que los europeos ahora exigen etiquetas que identifiquen a los productos fabricados por judíos en Judea y Samaria.

Cuando salgo a la calle no sé si llegaré adonde quiero ir o si terminaré en un hospital víctima de un acuchillamiento.

El doctor: “Deje a un lado los pretextos. ¿Qué es lo que realmente le preocupa?”

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