Desafiando a la suerte

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El juego de azar es una experiencia común para muchos de nosotros. De hecho, ¿quién no intentó alguna vez desafiar la suerte con la compra de un billete de la Lotería, o nunca apostó en una competición deportiva, rellenó un cupón, jugó a la Quiniela, o incluso pasó alguna tarde con amigos en un Casino?.

Este es un comportamiento que responde a necesidades diversas y que resulta exenta de riesgos o consecuencias para la mayoría de la gente. Se apuesta por diferentes razones: para experimentar la esperanza, con poco gasto y poco esfuerzo, de lograr cambiar la vida, mejorarla, hacer realidad un pequeño sueño, retar o interrogar a la suerte; la necesidad de probar una emoción diferente o disfrutar de una pausa de evasión o distracción.

Pero, ¿qué pasa con las muchas personas para quienes el juego ya no se configura como el lugar donde es posible soñar con cambiar su propio destino, compartir con amigos una emoción, sino que se convierte en un lugar donde llenar vacíos existenciales?. Un lugar donde la expectativa de un sorteo, el gesto de apretar las teclas de una máquina tragamonedas o bien el hecho de esperar por el veredicto del destino no se limita y no se resuelve en un paréntesis inofensivo, sino que corre el riesgo de convertirse en algo cada vez más central hasta el punto de monopolizar los pensamientos, las actividades, las relaciones sociales de la persona, con consecuencias a distinto nivel.


Sin duda existe en el juego un componente de provocación y de tentación muy grande. En efecto, detrás de la oportunidad de resolver definitivamente los problemas con una victoria afortunada existe también la idea de ser capaz de predecir el destino, de sentirse omnipotente; un desafío y una tentación a la que la mayoría de la gente no cede quedándose “en la puerta”. En este caso, no se capta su atractiva llamada, ambivalente y fascinante, y al mismo tiempo su significado potencialmente re-constructivo (“mi vida puede cambiar y voy a poder realizar mis sueños”) y destructivo (“mi vida será destruída por eso y se convertirá en una pesadilla”).

En otros, la llamada se capta en toda su tragedia, y se acaba confinando el deseo/miedo a que la vida cambie en un intento, en una esperanza, y deciden alejarse inmediatamente de ellos. Tal vez, algunos capturan en eso-o tienen miedo, o desafían-el mito de Faust (el diablo querrá finalmente su contrapartida) o de Icaro (acercarse lo más posible al sol, acabar con quemarse y luego caer dramáticamente). Otras veces, ni siquiera está claro si para algunos la principal atracción se halla en la posibilidad de ascenso, de ganancia, o bien paradójicamente en la posibilidad de la destrucción. Es decir, que el juego puede llegar a convertirse en una ocasión para perder: un “simple” instrumento para no atreverse en la vida, construyéndose una isla, una vida paralela.

Al mismo tiempo, se desencadena el deseo de someter a la Suerte a su propia voluntad, y es aquí que se esconde un planteamiento en cierta forma desestabilizador: es decir, que el sueño y la pesadilla del jugador es, en el rincón más profundo de su alma, el de no someterse a la Suerte, el de negarla.

Esta puede parecer una paradoja, refiriéndonos en este caso a personas que ponen su Fortuna y a veces su misma vida en las mismas manos de la Suerte.

Pero el jugador quizá simplemente rechaza la idea del Azar; quiere que el Azar no se demuestre como tal, sino que se transforme, más bien, en una presencia benéfica y amiga. Que se pueda dominar, seducir, domesticar.

 

FRAGMENTO DE CAPITULO DE MAURO CROCE DEL LIBRO “LA ADICCION AL JUEGO ¿NO VA MAS…?, DE DEBORA BLANCA Y MARIELA COLETTI.

Acerca de Débora Blanca

Psicóloga, psicoanalista. Co-directora de Entrelazar, Centro de investigación y tratamiento de la adicción al juego (www.entrelazar.com). Activa participación en medios de comunicación de Argentina. Ha publicado dos libros: “La adicción al juego ¿no va más…?” (2006) y “Tratado sobre el juego patológico. Aspectos sociales, enfoques psicológicos, tratamientos” (2012, con autores argentinos, italianos y españoles). Ambos libros de Editorial Lugar.

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