In memoriam, Isabel Ríos Márquez, mi madre.
A Benjamín Kohan, tranquilo y dulce como el olivo, también en el recuerdo emocionado.
A Lola de Cea Rapp, con quien recorrí estos lugares de ensueño.
Pessoa, el poeta atormentado de Lisboa, el de los mil nombres, soñó que ya se había buscado a sí mismo y, no habiéndose encontrado, temió perderse en los terrenos de la muerte, lo que le impulsó a emprender viaje en busca de la Fuente de la Vida. Le dijeron que se hallaba en Sintra, entre huertas y jardines melancólicos. Montó Pessoa en un Chevrolet negro con sus compañeros, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis, e inició la peregrinación. Llegados a Sintra fueron conducidos a la entrada de una gruta.
Allí, el cantor del vértigo y los fieles amigos emprendieron la exploración de las entrañas de una cueva provistos de antorchas. Pronto, los fieles del poeta, del cantor de la soledad que quiso comprender racionalmente la vida, se vieron sorprendidos y atraídos por el fulgor que desprendían las paredes de la engañosa gruta y, no advirtiendo el engaño, se detuvieron a cogerlas y llenaron con ellas sus talegas. Así fue como se perdieron, así fue como olvidaron que la salvación era seguir la luz exterior, y no retroceder como hicieron: ellos no encontraron la Fuente.
Pessoa buscó entre el laberinto de sus heterónimas y creyó encontrar uno nuevo: Pessoa el Valeroso; y siguió adelante solo. Al salir se halló en una verde pradera en cuyo centro una fuente vertía en una alberca sus aguas, aguas que, al caer entre rumores melodiosos como los viejos salmos, llenaban el recinto de luminosa paz. Junto a ella ofrecía su boca sombreada un cántaro de barro invitando a beber. Pessoa lo llenó hasta el borde y cuando iba a llevárselo a los labios un anciano judío, como él mismo se ufanaba de serlo, detuvo su brazo diciéndole:
—iNo bebas, cantor de la armonía inalcanzable; no bebas, poeta!
—¿Por qué; acaso no es ésta el agua de nunca morir? ¿No es buena la muerte, ni perecer para siempre cayendo en los dominios del Olvido? Dime, ¿es ésta?
— Sí, ella tiene la virtud de volverte inmortal, pero no debes beberla.
— Dime por qué.
—La bebí hace siglos, pastor de nubes, soñador de embelecos, y ya ves cómo no he muerto.
—Entonces, es verdad que quien la beba hallará vida inacabable…
—Es cierto, pero yo bien querría no haberla bebido, pues he visto morir a cuantos iba queriendo y me querían… Padres, hermanos, mujeres, hijos y amigos me pesan como una cadena que arrastro. ¿Para qué quiero la eternidad si nadie me conoce? La eternidad pertenece al Señor de los justos, a quien sirvo, al Dios celoso de Israel. Los demás somos mortales, acaso creados por la angustia de los hombres huérfanos de consuelo.
Comprendió Pessoa la tristeza y la imperiosa necesidad de la muerte y, tras reemprender viaje camino de la tierra interior, la de los áureos frutos, evocó la figura de su amigo, Mario, y arrojó con pulso vacilante el cántaro, y dicen quienes han ido al lugar que allí donde el agua forma un pequeño charco brotó una higuera que permanece en pie y cobija bajo su oscura copa a los seguidores del inmortal poeta que a su sombra escuchan esta historia de labios de un anciano a quien no le fue dado escoger, como le fuera al poeta desgarrado por el imposible intento de compaginar razón y vida en su Mensaje.
Rosh Hashaná de 5775. Anno Templi DCCCXCVI.
Un viaje por el amor y la muerte .
La angustia del hombre y el miedo a la muerte es el tema de este bello escrito . Pero la muerte no tiene la última palabra ya que nos espera la Resurrección .La muerte es vencida y también el pavoroso paso del tiempo que nos despoja y desaloja de todos los sitios en nuestra vida mortal .La eternidad nos espera y el encuentro gozosos con aquellos que amamos .