Mi corazón se encoge de dolor por cada uno de los soldados judíos muertos en esta enésima guerra contra los islamistas de Hamás. Estoy con sus familias, con sus amigos, con sus camaradas de armas. No ha sido fácil para la generación anterior de israelíes y no lo será para ésta y, quizás, tampoco para siguiente. Ni los palestinos conseguirán su estado así, ni Hamás hará otra cosa que comerse su propia desgracia. El pueblo de Israel vive y reacciona como debe, y con él luchan los mártires del pasado y los sobrevivientes del Holocausto que aún quedan. Mi corazón se encoge de dolor por los Ari, los Nahum, los Nissim, así como por los civiles muertos por los cohetes y sus esquirlas. Tantas vidas truncas, tantas palabras no dichas, tantos pensamientos no pensados, tantas barbas incipientes, tantas novias deshechas. Mi corazón se encoge de dolor mientras mi pobre cabeza se pregunta una vez más por qué son tan necios los árabes, y digo los árabes en general. Con todo el dinero que tienen los jeques del petróleo, con toda su influencia en el mundo han sido incapaces de crear un régimen social para ellos y sus hermanos que se digno de mención, ejemplo para el resto de la Humanidad. No tengo la menor compasión por sus muertos, lo lamento, ya no me interesan Siria ni Irak, sus guerras intestinas son el ejemplo de lo que les sucederá una y otra vez mientras intentan pensar la realidad en términos absolutos.
Mi corazón se encoge por las madres, los abuelos judíos que han pasado otras guerras y están soñando cada día con el fin de ésta. No tengo paciencia ni consideración para con las voces que piden la condena de Israel sin mencionar siquiera la agresión palestina. Galeanos y Saramagos crecen en todas partes y no dicen nada del martirio cristiano en Africa, cómplices como son del terrorismo islámico en aquel continente. La izquierda decimonónica, la izquierda orgullosa de su necedad, ineficaz, verbosa, mediocre, se ha vuelto antisemita porque siempre necesita enemigos y culpables y carece de olfato para detectar sus errores y el infierno de sus mentiras. Mi corazón se encoge de dolor pero no detiene sus latidos de sangre judía. Cuando esta desgraciada guerra pase y callen los cañones y cesen los disparos, habrá mucho trabajo que hacer por ambos lados. Como siempre ha hecho, Israel tenderá la mano a los palestinos de buena voluntad para que sean atendidos en sus hospitales; no venderá urbi et orbi su odio por el enemigo, no tiene tiempo para eso. No soy optimista, no ahora.
Al pérdida de vidas se suma ahora la enorme, descomunal pérdida económica. ¿Es ése el triunfo de Hamás? Tal vez. Acostumbrados como están a vivir del dinero europeo y norteamericano, acostumbrados a las limosnas que reciben de Qatar y otros, tornará a mendigar. Pero esta vez tendrá que ser para rehacer su vida civil y no para rearmarse, pues si lo hace de nuevo, si lo intenta una vez más, no habrá paciencia israelí que lo soporte y podremos decir, pese a la opinión de quienes no nos quieren, adiós Gaza. Adiós definitivamente a esa parte de la supuesta Palestina.
Mi corazón se encoge de dolor por nuestros jóvenes soldados.