Por fin luego de varias semanas de retraso por la lluvia estuve puntual con mis dos hijos en la Feria de Chapultepec para participar en el ya tradicional Luna Park.
Aparte del mareo inevitable, acompañar a tus hijos a las diversas atracciones, representa volver a ser niño como ellos. Para mi es como un descanso en la integración de los niños a tu mundo adulto que algunos suelen llamar educación.
Por unas horas los papeles se invierten mientras respiras profundamente como si eso te fuera a ayudar a sobrevivir al Ratón Loco, al Tren del Amor o a los Coches Chocadores.
Shai de once años se va con sus amigos mientras quedamos de vernos en un rato. Mientras tanto Gad de siete y yo nos subimos a todos los juegos que aceptan a niños de al menos un metro veinte de estatura.
A la hora convenida suena mi celular y es precisamente Shai hablando a decenas de metros del suelo, desde una atracción con nombre de refresco transnacional (no me acuerdo si Pepsi, Coca Cola o algún otro veneno de efecto lento pero letal)
– Estamos atorados papá, llevo quince minutos acá arriba.
– ¿ Dónde?
– En el juego Pepsi o Coca, no puedo voltear para arriba para ver como se llama, solo para abajo, esta altísimo.
– No te preocupes nos buscamos en un rato cuando bajes.
Y entonces comencé a voltear hacia arriba más o menos cada treinta segundos y Shai seguía sin bajar.
Afortunadamente Gad se fue un rato con sus tíos y me acerque a los pies de la atracción para con terror descubrir que en lugar de bajar subía aun más.
Mucho más alto que la Montaña Rusa, colgaban los pies de cuarenta niños casi todos descalzos.
Entonces vi a los organizadores del evento, amigos de la Comunidad Sefaradí, que ya estaban al pendiente de lo que pasaba.
Sus primeras palabras dirigidas a los padres que esperábamos como mirando a una nave espacial flotante fueron las siguientes:
– Esta todo bajo control. El juego es demasiado seguro, por eso mismo al tener tantos varios frenos de emergencia, tardará algún tiempo bajar a los niños, por favor tengan paciencia.
Descartado lo peor solo hubo que dejar que transcurrieran casi tres horas hasta que a las dos de la mañana aterrizaron, con frío y muchas ganas de hacer pipí, los cuarenta niños.
Abajo los organizadores haciendo un gran papel, esperaban con sudaderas y agua, rodeados de varios para-médicos por si se ofrecía algo.
Afortunadamente nada se ofreció y Shai después de hacer pipí por varios minutos seguidos me abrazo y nos fuimos a la casa con una anécdota que no hubiéramos querido contar, pero ya que le sucedió, jamas olvidará.
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