Crean diálogo vocal con la obra Cordiox, de Ariel Guzik

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Cordiox, una máquina de 180 cuerdas y un cilindro de cuarzo que invita literal a escuchar el silencio, se transformó en la voz acompañante de un par de jóvenes quienes interpretaron cantos germánicos dentro de la sala del Laboratorio Arte Alameda donde se exhibe la pieza construida por Ariel Guzik.

Activada por la resonancia natural del espacio, la máquina intensificó sus emisiones sonoras en una suerte de respuesta a los ejercicios vocales que los cantantes realizaron frente a ella por poco más de 15 minutos; lo que se convirtió en un concierto de sonidos guturales en armonía.

La acción se realizó la noche del jueves en el marco de la presentación del catálogo-libro Cordiox (Editorial RM) el cual contiene un relato visual del proceso de construcción de la pieza con la cual el artista representó a México en la 55 Bienal de Venecia, bajo la curaduría de Itala Schmelz. Además, hace un trayecto gráfico por la producción de Guzik que está en el límite fronterizo de las artes visuales con la ciencia y la mecánica.


Si bien la pieza exige silencio por parte de los espectadores para percibir lo inmaterial convertido en sonido, en esta ocasión Cordiox atendió a la musicalidad de las voces de los cantantes, y así se generó un diálogo de ecos que, a pesar de la naturaleza fortuita de la máquina, parecía responder a partituras preestablecidas.

Entonces la premisa de musicalizar el entorno intangible se concretó en su mayor expresión: “Cordiox que está hecho para aprovechar cada espacio, nos muestra con mucha sorpresa que es un vehículo y puede materializar cosas como sonidos antiguos, sonidos que quizás son alucinaciones, quizás están en mi imaginario”, señaló Guzik de la pieza que definió como un instrumento de extrema sutileza.

Para su montaje en el Laboratorio Arte Alameda, se optó por generar un espacio de más intimidad, casi para la experiencia individual, a diferencia de su presentación en la ex Iglesia de San Lorenzo durante la Bienal donde funcionó frente a decenas de espectadores y en un sitio antiguo.

Incluso para el artista, músico, investigador, iridólogo, herbolario e inventor, Cordiox terminó por ser una pieza desconocida para él, cuando dentro de la nave central de la ex iglesia se sincronizó con la memoria sonora, con la historia musical impregnada en el lugar donde Vivaldi ensañaba sus conciertos, y luego aquí sentada en una pequeña sala.

Cordiox se construyó en un proceso muy difícil, en un evento muy lampareado como es la naturaleza de la Bienal de Venecia; en realidad lo que buscamos es la comunicación, el directorio  de sonidos y símbolos de un lenguaje tan diferente al de nosotros, y todas las posibilidades que esto puede generar. Cordiox es el lenguaje que aprendimos en el mar con las ballenas y las pruebas que hicimos ahí”, explicó.

En este sentido, para María Paz Amaro, maestra en Arte Contemporáneo por la UNAM, la propuesta de Guzik se inserta en la conceptualización del silencio como lo hizo John Cage, y así cuestiona las posibilidades de las Bellas Artes en su encuentro con otras áreas como la física o la acústica.

“Lo interesante de este proyecto es que se incrusta en un momento peculiar del arte contemporáneo no sólo en México sino a nivel global donde se apuesta por propuestas a la manera de las Bellas Artes con mayúsculas, y en ese sentido fue interesante cómo esta propuesta, que en realidad es una contrapropuesta tan sutil, viniera a un encuentro de tan compleja composición y proyección como la Bienal”, dijo Paz Amaro quien participó con un texto en el catálogo que también contiene ensayos de Schmelz, Osvaldo Sánchez, Karla Jasso y el artista.

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