Reyna Liberman me llamó, mucho tiempo después de haberla conocido como morá de mis hermanos en el Colegio Sefaradí de los tiempos del plantel de Adolfo Prieto, para hablarme de la publicación de su libro y de su petición de que yo participe en su presentación. Inmediatamente dije que sí porque sé de la seriedad y formación sólida de Reyna en temas de judaica, además de que intuyo que ha acumulado una grandísima experiencia vital a través de su largo activismo en una variedad de organizaciones filantrópicas judías y no judías. Se trata, me informa, de una síntesis de los 5 libros de la Torá o Pentateuco, texto que constituye la base de la narrativa histórica del pueblo judío, de su formación paso a paso, de la maduración de su monoteísmo, su ética, su sentido de misión sagrada y su accidentada trayectoria para depurar muchos de los conceptos e ideas que formarían parte de su identidad nacional y religiosa.
El libro de Reyna es una síntesis de Bereishit, Shmot, Vayikrá, Bamidbar y Devarim. Recorre ordenadamente las 54 perashiot o secciones que son leídas en la sinagoga semana a semana a lo largo del año, lectura que se recomienza en un nuevo ciclo cada año, seguramente bajo la consideración de la necesidad de tener siempre presente su contenido reafirmador de lo que somos y de dónde venimos.
Reyna podía haber escogido otros textos valiosos de la tradición judía para sintetizarlos. Elige sin embargo el Pentateuco o Jumash (los 5 libros) porque es a partir de ellos que arranca la historia del pueblo de Israel y donde su materia literaria es enormemente cercana a lo humano. Es ahí, en esos textos donde los personajes son a veces héroes admirables pero en ocasiones también gente que roba, miente, hace trampas y asesina incluso. En esos dramas tan reveladores de lo que es la naturaleza humana es donde se puede hallar, educativamente hablando, la mejor herramienta interactiva de carácter moral que permita a los lectores de cualquier edad enfrentar los dilemas eternos del bien y del mal. No es un texto que narre vidas de santos y ángeles, sino que los caracteres que ahí aparecen son seres humanos de carne y hueso, con virtudes y defectos: gente buena que a veces hace cosas malas y viceversa. Como dice Kohelet: “No existe ninguna persona justa sobre la Tierra que haga solamente el bien y nunca peque”. Y esa imperfección humana es justamente el material conformador de la Torá, ya que incluso Dios es presentado muchas veces no como un ente de una sola pieza, sino como un Ser Supremo que a pesar de su omnipotencia, omnisciencia y benevolencia, duda, discute con los hombres, negocia con ellos y cambia de parecer a partir de esta interacción en la que los argumentos de ambas partes son puestos constantemente a prueba en un ejercicio de búsqueda de la justicia.
Basta recordar, para constatar lo anterior algunas de las anécdotas tan sintética y coloquialmente recreadas por Reyna en su texto: el mandato a Abraham de sacrificar a Itzjak o de expulsar de su casa a Agar e Ishmael, la decisión de Dios de acabar con todos los hombres excepto Noaj y su familia, las mentiras de Yaakov para heredar la primogenitura, las desproporcionadas venganzas en las confrontaciones con otros pueblos, y tantas y tantas historias que nos llenan de preguntas y de perplejidad.
Y no cabe duda que eso es justamente lo maravilloso del Pentateuco. Que sea capaz de motivar a siempre preguntarse y preguntar el porqué y el cómo de tantas y tantas situaciones en las que, como en la vida real, las cosas no son en blanco y negro, por lo que hay que profundizar para enriquecer la captación de los conceptos de justicia y moralidad. El Pentateuco nos enseña que la vida es bastante más compleja que lo que expresan los sermones basados en una moralina fácil y que predican en términos binarios de bien y mal. La Torá nos obliga a enfrentar difíciles dilemas, tal como lo hacen la vida y las relaciones entre los hombres que necesariamente comprenden y conjugan armonía y conflicto, amor y odio, aceptación y rechazo, bondad y maldad, egoísmo y altruismo, en combinaciones no siempre fáciles de delimitar, captar y digerir. De ahí su enorme valor como columna vertebral para la configuración del comportamiento humano no sólo justo sino también sabio en sus fundamentos.
El trabajo de Reyna Liberman ha sido así, con toda su experiencia como docente durante tantos años, el de resumir y poner en lenguaje sencillo, coloquial y comprensible, todo ese cúmulo de historias, dictados, órdenes, leyes y relatos. Su objetivo, supongo, ha sido el de ofrecer a un público que quiere saber de qué trata la Torá, la facilidad de entrar a ella y empaparse de sus aguas, para quizá después profundizar más lanzándose a la más ardua tarea de leer el original. Se trata así, de un texto introductorio capaz de llegar a un público judío y no judío más extenso de aquel que tendría la preparación y voluntad de estudiarlo en su versión completa. Y esto es muy importante, sobre todo ahora que vivimos una época en la que la avalancha informativa es tal que existe el riesgo de perder la brújula y dejar de lado los textos fundacionales de la guía ética que ha dado sustento a la mayoría de los valores sobre los que idealmente debe construirse la convivencia humana justa y generosa. Y es que, como alguna vez le escuché decir al Rabino Garzón al hablar en una conferencia acerca de la necesidad de estimular a que los alumnos lean y estudien la Torá, hay en ella una riqueza tal de perspectivas y temáticas que se presta a ser valorada y disfrutada tanto por quienes se interesan en la historia, en la antropología, en la lingüística, en la literatura o en la poesía, como por quienes se sienten atraídos por la filosofía, la espiritualidad, la teología y la compleja tarea de generar legislación para regular las siempre difíciles relaciones entre el hombre y su prójimo, el hombre y la naturaleza y el hombre y Dios.
Particularmente, desde la perspectiva judía, el libro de Reyna es valioso por su contribución a que la lectura de la Torá o Pentateuco se facilite y logre así capturar la atención de un público más extenso para el cual gracias a él se podrán abrir más posibilidades de enriquecer su identidad judía y de debatir también ideas, conceptos y hechos de trascendencia universal. No en balde, Alan Dershowitz, el famoso abogado y pensador judeo-neoyorkino escribe en uno de sus libros que el secreto de la sobrevivencia judía está en “aprender, aprender y aprender” y con ese objetivo es necesario equipar a cada hogar judío con las herramientas adecuadas, es decir, los textos necesarios para ese fin. En ese sentido, la Torá del Pentateuco, que hoy comentamos, resulta un libro esencial.
¿Por qué? Porque se trata de un excelente instrumento didáctico que estimula la curiosidad del lector y le proporciona una idea bastante clara del material incluido en el Pentateuco completo. La labor de síntesis y compilación nunca es sencilla y Reyna ha sabido hacerla con tenacidad, valentía y buen juicio para seleccionar qué incluir y qué omitir. Para quien lo hojee o lo lea con atención, quedará claro que no eludió los temas escabrosos, ni aquellos que por ejemplo, podían quedar censurados si se tratara, por ejemplo, de una versión hecha para niños o para complacer a criterios mojigatos o temerosos de la crudeza con que ciertos temas son abordados. Así, las descripciones que tienen que ver con sexualidad, violencia, traición o mentira no han sido ocultadas ni dejadas de lado. Reyna las incluye agregando además comentarios hechos por ella misma, de la manera en que seguramente ha procedido al enseñar Torá en sus muchos años de maestra.
Existe en la tradición judía el comentario de que la Torá tiene setenta caras, lo cual implica que no hay una sola interpretación capaz de ser designada como la única correcta. Reyna Liberman ha hecho uso legítimo de esta afirmación para presentar aquí en su libro, la cara de la Torá que ella ha descubierto a lo largo de sus tenaces años de estudiarla, pensarla y transmitirla. Seguramente ella sabe que hay quienes tienen perspectivas distintas a la suya en cuanto al enfoque que ella tuvo para hacer su selección. Pero a fin de cuentas, creo firmemente que eso no importa, porque justo de lo que se trata es de despertar cuestionamientos y polémica alrededor del texto bíblico, como ha sido siempre en la tradición judía. Porque es así como se aprende, como se avanza, como se van descubriendo nuevas aproximaciones que enriquecen las ideas originales para volverlas relevantes para nosotros, la gente del siglo XXI, para la que definirse respecto al bien y al mal, la justicia y la inequidad, el sufrimiento, la vida y la muerte, sigue siendo igual de inquietante y apremiante que hace siglos.
Muchas felicidades a Reyna por esta importante y bien lograda aportación.
México, junio, 2013.
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