Dr. Arturo Rosenblueth, Fisiólogo, pionero de la cibernética y candidato al Premio Nobel

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Judíos destacados en México

Honda huella dejó Arturo Rosenblueth en todos quienes lo tratamos. Su hermano mayor fue mi padre, y Arturo mi principal héroe: el modelo que yo seguiría. Sería fisiólogo como él, apreciaría el arte con profundo juicio crítico, tocaría el piano hasta edad adulta y tendría mucho de sibarita.

Como pariente y como amigo, Arturo se daba a querer intensamente; era leal, afectuoso y generoso mucho más allá del común de los humanos y sabía llevar su mordaz humorismo hasta muy cerca de lo que era aceptable por cada quien, absteniéndose de sobrepasar ese límite.


Fue maestro nato. Los alumnos a quienes formó atestiguan la claridad de sus exposiciones y demostraciones en el aula y en el laboratorio y su facilidad para despertar amor por la ciencia, espíritu crítico, rigor y espíritu creativo. Lo mismo vale para los autores de tesis dirigidas por él y, todavía más, para quienes fueron sus colaboradores en investigación. El brillo del intelecto de Arturo era evidente, mientras contagiaba con su rigor, creatividad y entusiasmo hasta cuando conversaba sobre temas ligeros.

Justamente estas cualidades hicieron de Arturo un investigador por excelencia. Sobresalen sus investigaciones en fisiología, cibernética y el método científico.

En fisiología contribuyó más que nada a esclarecer muy diversos fenómenos de trasmisión en los sistemas nerviosos y neuromusculares. Particularmente desde que se incorporó al Instituto Nacional de Cardiología, después de 13 años en la Universidad de Harvard, dilucidó aspectos fundamentales de la fisiología del corazón y de los músculos estriados y lisos.

Fue pilar en el movimiento tecnológico y científico de nuestro siglo, movimiento que nos ha conducido a mirar multitud de procesos como teleológicos, y no mecanicistamente, como se venían concibiendo. La incorporación del componente volitivo en nuestros esquemas de lo social, mental, biológico y aun de lo inerte ha hecho florecer la cibernética, la investigación de operaciones, ingeniería de comunicaciones, teoría de sistemas, teoría de decisiones, prospectiva y planeación. La introducción de la teleología en nuestros modelos de seres vivos, de maquinaria y de otros sistemas ha cambiado profundamente nuestra manera de pensar y de actuar. No hay rama del saber que escape de esta mutación.

Las contribuciones de Arturo Rosenblueth de carácter más filosófico, como El método científico y Mente y cerebro, han despertado discusiones diversas. Ello no extraña. Para unos la concepción dual del universo no es asimilable; para otros el método científico es más amplio y admite mayor variedad que la asignada por Arturo, y, para aun otros, debería ser más estrecho y uniforme. La falta de consenso no distrae del hecho de que todo lector encuentra enriquecidos sus esquemas del mundo, de la ciencia y del pensamiento cuando se asoma a estos veneros ricos en experiencia, ortodoxia y a la vez originalidad.

Destaca también la difusión cultural que realizó Arturo, principalmente desde la tribuna de El Colegio Nacional. En una de sus últimas charlas aludió al gene de la destrucción que todos llevamos en nuestros cromosomas. Este gene nos impele a destruir al prójimo y a nosotros mismos. Se trata quizá de la versión del fisiólogo al concepto del Thanatos de los sicoanalistas freudianos. Sin negar que en Arturo, como en todo ser humano, este gene haya hecho de las suyas, es indudable que en él predominó Eros sobre Thanatos por un margen enorme.

Arturo tenía memoria casi fotográfica e indeleble. Aunada a su perspicacia innata, que su formación científica fortaleció, pudo reinterpretar fenómenos históricos con enfoque novedoso y estimulante. Destilaba entusiasmo al exponer estas visiones al igual que cuando hacía ciencia.

Sinceridad, entusiasmo y pasión definieron su estilo, su mismo ser. Igualmente apasionado era cuando descubría la explicación de un fenómeno que cuando destruía con argumentos demoledores y comentarios cáusticos a quienes ejercían la simulación en la ciencia o en las relaciones humanas. Esperaba el rigor, la sinceridad en el pensamiento, sentimiento y acción que exigía de sí mismo.

Efectivamente, Arturo no podía dejar de ser apasionado y profundo. Lo fue en su apreciación de la literatura, de las artes plásticas y de la música. Sus interpretaciones al piano poseían maestría rayana en profesionalismo y abarcaban desde los barrocos y clásicos hasta los románticos e impresionistas. Pero, según el ambiente, sus sentimientos también podían cobrar fuego en torno a canciones populares.

Valga una precisión. La abundancia puede pecar por exceso; lo sublime pasar a cursi. Arturo siempre se conservó en el lado sublime de la frontera con lo cursi.

Nació en Ciudad Guerrero, Chihuahua en 1900; falleció en la ciudad de México casi 70 años después. Fue cabalmente hombre de este siglo. Por las arterias de su padre, nacido en Hungría. Su madre nació en la República Mexicana; su sangre teñía de indio mexicano norteño, español, alemán, inglés y escocés, y aunque no profesaba la religión, por sus arterias fluía sangre de judío.

Ciertos detalles iluminan un poco la personalidad de Arturo, como fue el haber destapado una botella de finísimo champaña para brindar por la victoria del general ruso Semyón Timoshenko sobre los invasores ejércitos nazis; o esta conversación que tuvo lugar en el Instituto Nacional de Cardiología con su estrecho amigo, el muy especial siquiatra Leopoldo Salazar Viniegra.

En una ceremonia en que varios intelectuales mexicanos recibieron sendas preseas, cada premiado pronunciaba discurso floridísimo. Cuando tocó su turno a Arturo, recorrió solemne y muy lentamente la larga sala, subió al podio, tomó una honda respiración y dijo… “¡Gracias!”. Después regresó con lentitud a su lugar.

Viajó a China con otros miembros de Cardiología. Al despedirse de los colegas chinos con quienes había convivido, tanto ellos como él derramaron lágrimas; y conste que derramar lágrimas no era deporte predilecto de Arturo. (Su deporte preferido era discutir apasionada y cáusticamente.)

El estilo de Arturo imponía; era electrizante y en ocasiones desconcertante: iconoclasis y desdén por las convenciones, respeto a los clásicos. Si alguien le preguntó alguna vez qué normas guiaban su comportamiento, sospecho que habrá respondido como Debussy cuando se le pidió que describiera las normas de composición musical a que se ceñía: “C’est mon goCit”.

La constante política más notable de las inclinaciones de Arturo Rosenblueth fue su nacionalismo sano, nacionalismo consciente de nuestras limitaciones y de la posibilidad de superarlas, nacionalismo creador. ÍSunca militó políticamente, pero sus deci.^iones mayores fueron congruentes con su simpatía poi )a izquierda genuina, la izquierda en tanto que afán de cambio, en tanto que anhelo de justicia social. Si no, ¿cómo explicar su decisión de sacrificar ingreso personal y facilidades institucionales al aceptar la invitación del Dr. Ignacio Chávez para regresar a México y hacerse cargo del Departamento de Fisiología en el Instituto Nacional de Cardiología? Si no, ;,cómo explicar su entrega a la creación y dirección del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del instituto Politécnico Nacional para poner en marcha un semillero de investigadores y profesores de primera línea? Ante esta aseveración parecerá contradictorio afirmar que Arturo fue elitista, elitista en el mejor sentido de la palabra, de dar nacimiento a un ambiente en que cada quien desarrollara y diera lo mejor de que fuese capaz; para gloria y beneficio de la nación.

Cito aquí conceptos que vertió Arturo en el artículo “La investigación científica y la tecnología” y que tienen hoy la misma vigencia que cuando los publicó, hace nueve años:

“La humanidad atraviesa una época violenta, cruel y difícil, quizá la más difícil de toda su historia. Están en bancarrota valores y metas de la ética indivivhial y social que tenían un abolengo secular. Siempre es más fácil criticar y destruir que construir, y no se han encontrado valores y metas nuevos que sustituyan adecuadamente a los que han sido derrumbados”.

Decía en otro párrafo:

“…Creo que nuestro desarrollo científico es en la actualidad exiguo, inferior al de muchos otros países, y notoriamente inferior al que podríamos obtener en un plazo relativamente corto, en quinquenios o decenios, si adoptáramos un programa eficaz y constructivo para la estructuración de nuestra educación científica en los niveles superiores”.

Hablando sobre la importancia de la investigación científica decía:

“Quiero subrayar primero la importancia intrínseca que tiene la investigación científica para cualquier país. Esta investigación tiene un valor cultural tan elev ado como el de la producción de obras artísticas.

El hombre de ciencia genuino investiga la naturaleza primordialmente porque quiere comprenderla y racionalizarla, y porque considera que esta meta, como dijo Kant, no necesita otra finalidad. Encuentra en sus estudios una satisfacción estética tan profunda como la del poeta, el compositor musical o el escultor. No menosprecia la importancia práctica que tendrán invariablemente sus investigaciones si son de alta calidad, pero su motivación esencial no es esta aplicabilidad de sus contribuciones a las actividades prácticas tales como la medicina, la ingeniería o la tecnología en general…”

“Una segunda consideración que recalca la importancia de la investigación científica es la de que es la base de todos los progresos tecnológicos. Sin Claude Bernard, Pasteur, Bayliss, Koch y Ehrlich, la medicina no hubiera logrado los brillantes éxitos que ha tenido en el presente siglo; sin Wiener y Von Neumann no se hubieran podido diseñar las computadoras electrónicas, y sin Galileo, Newton, Faraday y Maxwell, el hombre no hubiera podido llegar a la Luna”.

“La realización de investigaciones científicas tiene otro aspecto fundamental. El desarrollo de la tecnología es indispensable para lograr una evolución industrial satisfactoria, y dicho desarrollo requiere la preparación de técnict)s competentes. En la actualidad, nos vemos obligados a importar muclios de estos técnicos, sobre todo los que tienen que idear los métodos más apropiados para el funcionamiento eficaz de las industrias. Esta importación de técnicos extranjeros es muy costosa y restringe además fuentes de trabajo y de ingresos que estarían accesibles a los mexicanos si los capacitáramos”.

Su opinión sobre el centro que dirigió se plasma en estas palabras:

“Creo que el Centro de Investigación y de Estudios Avanzadas del Instituto Politécnico Nacional es un buen modelo para las instituciones que se creen en el futuro. Cinco o seis centros semejantes, estratégicamente distribuidos, en distintas ciudades de la República, aunque no cubrieran todos los campos que cubre dicho Centro, revolucionarían en un periodo de pocos años el panorama científico nacional”.

Y en cuanto al aprovechamiento de los becarios opinaba:

“Las becas deben considerarse como una inversión que hace nuestro país. Para lograr que esta inversión reditúe, es necesario proporcionar fondos a las instituciones apropiadas para que puedan ofrecer puestos y facilidades de trabajo a los ex-becarios que hayan terminado con éxito sus estudios científicos en el país o en el extranjero. Esto permitirá que puedan aprovechar sus conocimientos tomando parte en la enseñanza técnica y científica del país”.

¿A qué obedeció la estatura intelectual, cultural y humana del hombre? Sin duda influyó el ambiente de su familia, de ebullición cultural. También están la formación académica que tuvo y su interacción con figuras señeras. Por motivos económicos tuvo que interrumpir la carrera de medicina que había iniciado en la Universidad Nacional, Dos años más tarde recibió una beca que le permitió viajar a Alemania para seguir sus estudios; pero no le sentó el ambiente social y al cabo de seis meses se trasladó a la Universidad de París. Allí obtuvo el doctorado en medicina, con especialidad en neurología y siquiatría. Al retornar a México impartió clases de fisiología en la Escuela Nacional de Medicina y practicó su profesión, tanto en instituciones oficiales como en su propio consultorio. Decidió en muy pocos años que no eran para él la proliferación de puestos ni la práctica médica: su ambición de hacer investigación fisiológica y docencia tiempo completo se satisfizo en Harvard, donde colaboró con el notable profesor Walter B. Cannon. Participó en deliberaciones con grupos bostonianos que cultivaban muy diversas disciplinas. De allí surgió estrecha amistad y colaboración con el matemático Norbert Wiener, que habría de fructificar en trabajos conjuntos realizados a lo largo de muchos años en Boston y en México. Trató de cerca a varios de los intelectuales europeos, norteamericanos y mexicanos más destacados. Pero ni factores genéticos, ni de ambiente familiar, ni formalivos bastan para explicar las virtudes de Arturo. Reconozcamos que fueron determinantes aquellos factores que hacen de cada individuo un ser diferente de sus hermanos y de sus colegas, factores que permiten aplicar a Arturo el calificativo que muchos contemporáneos reciben y pocos merecen: un hombre universal.

Honda huella dejo, en efecto: la llevamos en el alma sus amigos y parientes, sus discípulos, los lectores de su obra, huella profunda en el desarrollo mundial de la Fisiología, en la evolución del pensamiento tecnológico y científico, en la ciencia mexicana. Habla de su obra uno de los pocos centros de excelencia que poseemos: el de Investigaciones y de Estudios Avanzados.

Nota del Editor:

En 1978 fue fundada por un grupo de profesionistas mexicanos interesados en la utilización y el desarrollo de la Tecnología para la solución de problemas relevantes para nuestro país, la Fundación Doctor Arturo Rosenblueth Para el Avance de la Ciencia como reconocimiento a la labor de este científico mexicano que en 1952 fuera nominado al Premio Nobel de Medicina (MLA style: “Nomination Database – Physiology or Medicine”. Nobelprize.org. 24 May 2011 http://nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/nomination/nomination.php?action=show&showid=5598 ).

Arturo Rosemblueth murió el 20 de septiembre de 1970. El 7 de enero de 1974, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, al acorde de su gustada Sinfonía n.° 7 de Beethoven

. Publicaciones

  • 1937, Arturo Rosenblueth, Fisiología del sistema nervioso autónomo (“Physiology of the Autonomous Nervous System”, with Walter Cannon
  • 1943, Behavior, Purpose and Teleology, with Norbert Wiener, Julian Bigelow
  • 1945, The Role of Models in Science with Norbert Wiener
  • 1970, Mind and Brain: A Philosophy of Science, (MIT Press)
  • 1970, “Mente y Cerebro: una filosofia de la ciencia”

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