El encendido de las ocho velas en el candelabro que las sostiene para que el mismo número de personas, trasmitan de la primera a las demás el fuego, es una tradición judía del 13 de diciembre que se conoce como el Hanukkah. El significado es la recuperación de la memoria de la lámpara de aceite ancestral que no se apagó porque el fuego se propago a otras velas hasta nuestros días en los que permanece la llama que se eleva al cielo para encontrarse con la plenitud de Dios. La celebración de este ritual en La Sinagoga Histórica del Centro Histórico de la Ciudad de México, con el acompañamiento de música en vivo de cantos en idish y hebreo, hacen de la ceremonia participativa un momento atractivo y profundo.
La artífice de ese rescate y de su restablecimiento completamente terminado, ha sido Mónica Unikel, quien de la mano con el Ingeniero Raúl Pawa, lograron salvarla y hoy no solo está en servicio, sino convertida en un centro de convivencia plural que vincula la belleza del edificio y su disposición al uso original de Sinagoga, con un bagaje cultural-histórico que reúne, en torno a las fiestas del calendario religioso, un espacio abierto al conocimiento del sentido y contenido del pueblo hebreo y su centenaria presencia en México.
La proyección de la Sinagoga Histórica ha sido de gran trascendencia para explorar el siglo anterior y rencontrarnos en el casco de la urbe que albergó a inmigrantes de todas partes del mundo. Tiempo en el que en sus calles, callejuelas y plazas se vivían los estragos de la Revolución Mexicana que movilizó cientos de miles de nacionales principalmente en el norte del país, pero que finalmente se reflejaba en la capital donde residían solo 985 mil citadinos. Las difíciles condiciones de la vida pública, no inhibía a los recién llegados para abrirse paso en múltiples actividades comerciales e industriales.
Es verdaderamente fascinante el recorrido que organiza periódicamente Mónica Unikel partiendo de la Plaza de Loreto frente a la Sinagoga por las distintas calles que habitaban los inmigrantes judíos de diferentes países, que se encontraron con corrientes de otros orígenes y religiones en el mismo centro-histórico. Al paso del tiempo se casaron y emparentaron entre ellos, integrándose generacionalmente a la comunidad mexicana, sin perder sus propias tradiciones y prácticas religiosas, dando lugar al crecimiento multirracial que caracteriza a México.
En la misma calle de Justo Sierra, apenas a unas casas de distancia, existe otra Sinagoga que pertenece a la comunidad judía Monte-Sinaí, que hoy no está abierta sin previa autorización y se encuentra al margen de servicios religiosos, siendo esporádicamente destinada a reuniones de personas afines que comparten antecedentes y negocios o deliberan acerca de experiencias y perspectivas. Su función es reservada sin la proyección cultural de la denominada histórica. Ambas tuvieron que erigirse detrás de un edificio exterior o muro de fachada, tal como lo exigía la cautela ante prejuicios y persecuciones raciales de aquellas épocas.
Los nombres que van surgiendo en los distintos lugares donde Mónica hace alto para narrar lo ocurrido hace un siglo, y las familias de nombres árabes y judíos hoy ampliamente conocidos en México, que se iniciaron en esas viviendas hacen pensar en las condiciones difíciles y penurias que pasaron para iniciar su vida en nuestro país cuando, el idioma mismo, les era integrándose. La solidaridad de muchos de ellos con los nuevos inmigrantes que en oleadas arribaban, les fue abriendo camino para remontar los obstáculos e ir haciendo su propia actividad integrándose en los usos y costumbres locales y aportando sus oficios y habilidades al sistema económico mexicano. En la música y en las artes también concurrieron para darles a los del país dimensión más amplia e incluso universal.
Hoy que en muchas partes en el mundo parecen irrenunciables las diferencias raciales y de creencias reviviendo fundamentalismos, debemos enorgullecernos de que en México no vivamos esos prejuicios e irracionales violencias. Cierto es que hay injusticias y marginación, pero éstas son salvables con solo reencontrarnos con los principios de ética republicana de igualdad y de justicia social que inspiro la Revolución de 1910 y no mediante la aniquilación o extinción de quienes no corresponden a nuestra identidad racial o religiosa. México es la misma patria de todos.
Para el Centro Histórico de la Ciudad de México, la Sinagoga de Justo Sierra, accesible a quienes quieran conocer ese pasado que forma parte de nuestra nación y deseen profundizar su conocimiento de fuentes remotas del pensamiento religioso de otros pueblos, asistir a conferencias, recorridos y actos diversos en ese sitio, constituye una experiencia única al alcance de todos.
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