¿Qué puede mantener viva la memoria de alguien que ya no está? ¿Puede un paso, un suspiro, un kilómetro recorrido convertirse en un acto de amor eterno? Este fin de semana, la comunidad judía de México demostró que sí. A través de una carrera cargada de emoción, esperanza y lágrimas, cientos de personas de todas las edades se unieron no solo para recordar a quienes fueron asesinados por el odio, sino para hacer latir más fuerte su recuerdo en cada corazón. Y lo hicieron de la forma más hermosa: corriendo juntos, respirando juntos, soñando juntos. Porque mientras los recordemos, ellos nunca morirán.
Una carrera que fue mucho más que ejercicio
Organizada principalmente por los Shinshinim —jóvenes israelíes que dedican un año de su vida a trabajar en comunidades judías del mundo antes de ingresar al ejército—, esta carrera contó con el esfuerzo y colaboración de muchísimas instituciones de la comunidad judía de México, incluyendo a La Sojnut, Bituiel, el Consejo Sionista de México, el KKL, el Keren Hayesod, así como el apoyo de organizaciones como Maguen David Adom México, la Kehilá Ashkenazí de México, Comunidad Monte Sinaí, Comunidad Sefaradí, Comunidad Bet-El, el CDI, Hatzalah México, el CSC, el Colegio Yavne, Olami México, y muchas más, además del invaluable respaldo del Municipio de Huixquilucan, que abrió sus puertas y su corazón para esta causa.
El circuito de 3 y 5 kilómetros no fue solo un trayecto deportivo, fue una marcha colectiva de amor y memoria. Desde bebés en carreola hasta personas de la tercera edad, hombres, mujeres, jóvenes, niños y mascotas avanzaban con un mismo pensamiento: honrar a los soldados caídos de Israel y a las víctimas del terrorismo, asesinados por el simple hecho de ser judíos.
Este año, además, la carrera estuvo marcada por un sentimiento aún más profundo: la memoria de los secuestrados que siguen cautivos en Gaza tras el 7 de octubre. Cada paso era también un grito silencioso de esperanza por su regreso.
Una ceremonia que tocó el alma
Al final del recorrido, la verdadera maratón fue de emociones. La ceremonia posterior dejó claro que esta carrera era mucho más que un evento deportivo: era un acto de amor colectivo.
Uno de los momentos más conmovedores fue la historia de Mor, una joven israelí que soñaba con celebrar su graduación a lo grande. Mor fue asesinada el 7 de octubre. Pero sus amigos no dejaron que su sueño muriera: realizaron la fiesta tal como ella la había imaginado. Un video de esa emotiva celebración se proyectó para los asistentes, dejando claro que, aunque la vida de Mor fue brutalmente interrumpida, su espíritu sigue iluminando a quienes la amaron.
Después tomó la palabra Carmel Ash, exmiembro de inteligencia militar israelí y hoy enlace directo con las familias de secuestrados. Carmel relató la increíble historia de un joven soldado: herido en combate, logró recuperarse, pero decidió regresar voluntariamente al frente. El 7 de octubre, al escuchar las noticias, se alistó de inmediato para defender a su pueblo. Esta vez, lamentablemente, no sobrevivió, dejando atrás a una familia que hoy honra su valentía y entrega.
Pero Carmel no solo habló de héroes caídos. También compartió su experiencia acompañando a las familias de las jóvenes observadoras secuestradas aquel trágico día. Con lágrimas en los ojos, narró lo difícil que es sostener la esperanza cuando cada día pesa más… y aun así, lo hacen. Porque en Israel, la esperanza no es un sentimiento: es un acto de resistencia diaria.
Música, esperanza y un grito que estremeció
La ceremonia también regaló momentos de luz. El grupo musical “School”, de una región hermanada con Huixquilucan y la comunidad judía de México, interpretó la canción “Ojalá”. Un himno lleno de anhelos: “Ojalá podamos volver a vivir en paz”, “Ojalá nuestros niños no tengan que correr a refugios”, “Ojalá las madres puedan dormir tranquilas”, “Ojalá los secuestrados regresen”.
El mensaje era claro: aunque el dolor es inmenso, la esperanza sigue viva.
Después, a iniciativa de Diario Judío, todos los asistentes —corredores, organizadores, familias enteras— gritaron al unísono “Am Israel Jai”, una explosión de fuerza y unidad que hizo vibrar el lugar.
El cierre perfecto fue la entonación del Hatikvá, el himno de Israel, cantado a todo pulmón. Porque la esperanza —la Hatikvá— no muere jamás.
Una promesa que no se olvida
Esta carrera no fue solo un evento, ni siquiera solo un homenaje. Fue una promesa: mientras los recordemos, seguirán vivos en nuestra mente y en nuestro corazón.
Y es un recordatorio para todos, judíos y no judíos, mexicanos y no mexicanos, de que la memoria es la forma más poderosa de resistir al odio y de construir un futuro donde la vida, la paz y la dignidad triunfen.
¿Y tú qué piensas?
¿Crees que recordar juntos puede cambiar el mundo?
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