Pedro Friedeberg realiza la portada de “Los 300 líderes más influyentes de México”

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Un artista poco convencional

“Lo que más me encanta es leer, hacer crucigramas; antes me gustaba mucho tomar mucho alcohol y fumar, pero ya he dejado eso, porque dentro de un año voy a cumplir 80 años. Ya me duelen muchas cositas y luego uno cree que ya se va a ir”.

El RAPPORT

Lograr una entrevista clásica con Pedro Friedeberg es un trabajo imposible y lo supe desde la primera vez que entré a su casa-estudio en la colonia Roma. En las paredes de la casa de principios del siglo pasado no hay espacio disponible para un cuadro más, las mesas también están repletas de objetos; unos son obras de arte, otros son juguetes y muchos más no podría describirlos.

Conocí al maestro justamente aquella vez en la que negociamos los términos para que nos hiciera nuestra portada. Mientras esperábamos que bajara a la sala, recorrí rápida y descuidadamente los cuadros de las paredes principales, entre ellos me encontré lo que me pareció una joya: una obra de Leonora Carrington titulada El Cerebro de Pedro, fue entonces cuando confirmé que la entrevista sería una de las más complicadas, pero seguramente de las más divertidas y enriquecedoras de mi carrera.


Casi un mes después me encontraba frente al maestro platicando sobre aquel cuadro. Si iba a ser complicada la charla, debía comenzar ‘agarrando al toro por los cuernos’ y le pregunté ¿qué pasaba en el cerebro de Pedro, se parece al cuadro de la sala? “Ah, pero ese cuadro no es mío, es de Leonora Carrington” me dijo. Y luego me contó sobre un juego que estaba de moda entre los artistas y las personas que integraban el mundo de la cultura durante los años 60 y 70.

“Era un juego surrealista: le mojaban a uno el pelo con agua sucia, luego se ponía la cabeza sobre un papel y quedaba una imagen como de Jackson Pollock o algo así y luego el artista, que en este caso era Leonora Carrington, le añadió un poquito y me lo regaló. Bueno, yo le hice uno a ella también. Hicimos un intercambio de cerebros”.

LA PINTURA

Después de varios años dedicados a entrevistar llíderes nos hemos dado cuenta de la importancia que tiene en cada uno de ellos encontrar su vocación; jamás nos hemos encontrado con alguien que haya logrado el éxito haciendo algo que le disgusta. Por ello, lograr que nos cuenten el camino que los llevó hasta su vocación es determinante para nosotros, ya que uno de nuestros objetivos es generar nuevos liderazgos provocando en nuestros lectores deseos de parecerse a nuestros entrevistados.

Cuando Pedro Friedeberg me escuchó decir que era mi interés que a mis lectores se les antojara ser como él, dio un salto y puso cara seria: “¡No! ¡Que no se les antoje! ¡Imagínese si hubiera 120 millones de pintores! ¡Ya así como estamos, hay demasiados”.

Después de reírme, le dije que yo pensaba que el mundo sería mejor con 120 millones de pintores, nos hace falta esa visión estética. “Lo dudo”. Me dijo.
– “Los pintores son unas gentes muy vanidosas, narcisistas, envidiosas y ridículas. Entonces entre menos haya mejor”.
– “Los empresarios también son vanidosos y todo lo que usted dijo”.
– “Si, pero no quieren ver sus obras en todos los museos o no se mueren de la envidia porque alguien ya vendió un cuadro en 154 millones de dólares y ellos apenas van en 2 mil o 500”.

VOCACIÓN

Pedro, como la gran mayoría de las personas, dibujaba mucho de niño, incluso recuerda que su madre siempre presumía diciendo que desde los dos años su hijo no paraba de dibujar y rayar papeles. La enorme diferencia entre él y el resto del mundo es que nunca dejó de hacerlo y, más importante: nunca ha dejado de divertirse haciéndolo. “Es que siempre he tenido mucho sentido del humor, según yo. Además como me pusieron a estudiar primero ingeniería y luego arquitectura, pues yo aproveché mucho el hecho de que ya sabía dibujar un poco”.

La pintura para Pedro está lejos de ser solo un trabajo, es su forma de vivir y de relacionarse con el mundo, de encontrar un balance. “Es una terapia sobre todo. Porque si yo no tuviera este pasatiempo, esta chamba, yo moriría del aburrimiento. Veo a tanta gente que trabaja en algo que odia o simplemente que no hace nada. Se levantan como a las 12 de la mañana y empiezan a mandar correos o a hablar por teléfono y así se les va el día… viendo la televisión”.

Durante la charla con Friedeberg no pensaba abordar el tema de la disciplina, a pesar de ser una de las cualidades que más se repite en las vidas de los líderes. No la había considerado hasta que el propio Pedro mencionó el tema de aquellas personas que solo ven pasar la vida y se despiertan a medio día para enviar correos. “¿Y Pedro Friedeberg a qué hora comienza a trabajar?”. Bien pudo haberme contestado ‘a la hora que me da la gana’ pero fue más explícito y sobre todo más amable. “Es muy variado” dijo.

– “A veces me levanto a las tres de la mañana para trabajar dos horas, a veces me acuesto a las tres de la mañana para dormir hasta las nueve y luego trabajar toda la mañana. No hay una ruta”.
– “Es que tampoco hay reloj checador”.
– “No, sí hay. Porque luego hay clientes, o hay entrevistas. Siempre hay mil cosas por hacer. Compromisos qué cumplir”.

Hice caso omiso de la vocecita que me recordó el refrán popular de ‘al buen entendedor pocas palabras’ y continué con la entrevista.
– “¿Por qué un día se levanta a las tres de la mañana y otro se acuesta a las tres de la mañana?”
– “Pues porque hay una fiesta muy divertida. Pues porque no hay horario fijo para nada, para mí. Puedo darme el lujo de trabajar cuando yo quiera, aunque quisiera que me dejaran más horas de trabajo libre, para hacer lo que yo quiera”.

Nuevamente mi voz interior salió a relucir, pero ahora más en plan de regaño: no debí preguntar sobre horarios y sobre la disciplina ¡ya lo sabía! Bueno, pero ya estoy aquí y debo continuar. Así que necesito entender entonces ¿qué pasa con los compromisos que hay que cumplir?.
Lo que pasa con esos compromisos es que, para ser cumplidos, hay que buscarles el lado divertido y Pedro se lo encuentra en la investigación, que hace a la antigüita, alejado totalmente del intenet y Wikipedia, en enciclopedias y, como buen artista, de manera muy poco ortodoxa. Así pues, podría estar haciendo una investigación sobre Edison y se tropieza con 80 cosas que comienzan con E y que se convierten en el inicio de una nueva obra o simplemente en la razón para seguir trabajando, divirtiéndose.
“…y así se me va toda la mañana viendo láminas de erotismo ¿o qué otra cosa empieza con e?”.

OPINIONES

Mucho se ha hablado sobre su trabajo, sobre su cercanía con Mathías Goeritz o su trabajo en la revista que editaba Anita Brenner y que se llamaba México este Mes, pero en realidad poco se ha abordado sobre su opinión acerca del mundo del arte actual y su concepción del éxito. Sobre cómo se han visto afectadas las artes plásticas y su público, a partir de las nuevas tecnologías y la globalización, especialmente en nuestro país. Y en este tema, no tiene miramientos, ni concesiones, como casi en ningún otro. Parece que la irreverencia es parte indispensable de la personalidad Friedeberg.

– “Bueno en México hay un sector de la población, que se cree sofisticado y que cree que siempre debe adoptar las modas, como ahora es el arte conceptual, entonces cree que basta con mostrar un hilo y dos piedras”.
– “Pero eso se presenta en todo el mundo, no solo en México” le digo para alivianar un poco la carga que le ha puesto al inmenso público que disfruta del arte conceptual. Como era de esperarse, Pedro no lo permite e insiste en darle explicación y sostén a su opinión.
– “Pero aquí (en México) me da mas lástima porque aquí hay más pintores con talento, creo yo, que en casi ninguna otra ciudad. Los mexicanos tienen mucho talento para las artes plásticas. No tienen talento para la música, ni para la literatura, lo único que se les da es la cocina, y la pintura, ¿no? Digo yo”.
– “Pues me deja sin palabras”
– “Aquí siempre ha habido un Diego Rivera y un Orozco y un Siqueiros y un Tamayo y un Toledo y un Juan Soriano y una María Izquierdo y una Frida Kahlo…”
– “Pero también ha habido un Octavio Paz y un Juan Rulfo”
– “Pues sí, pero ni Juan Rulfo, ni Octavio Paz, son un Shakespeare, ni un Thomas Mann, ni siquiera un Faulkner, ni un Hemingway o un Joseph Conrad. A mí a lo mejor Juan Rulfo me pone a dormir y Octavio Paz me parece profundamente sobrevaluado, yo prefiero por ejemplo a Juan José Arreola, a López Velarde, a quien puse en la portada, porque me parece un poeta maravilloso aunque solo hubiera escrito La Suave Patria, es un poema fantástico”.

La charla continúa entre opiniones pésimas sobre el arte conceptual y sobre los museos que lo exhiben, así como también sobre su próximo viaje a Europa y los museos de la ciudad de Ferrara que visitará esperando que, en este viaje, por primera vez, no lo asalten.

La entrevista fue todo, excepto clásica, pero me permitió conocer un poco del cerebro de un artista que se autodefine como “enganchado en el surrealismo, en el dadaísmo y en el vorticismo”.

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