Presentación de “Cuadernos Íntimos” de Alberto Askenazi

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Alberto Askenazi nos convoca con la intención de compartir sus Cuadernos íntimos, aquellos escritos que han sido refugio melancólico, sombra testimonial de sus inquietudes existenciales, de sus juegos al límite y sus frustraciones por no ser el hombre que aspira.

Las suyas son letras inquietas. Delirio afanoso en busca de hallar verdades torales. Barca que busca aferrarse a la vida, pero que, por la propia condición humana, lanza su ancla al abismo insondable. ¿Qué hacemos hoy, aquí?, se pregunta. ¿Tiene sentido? ¿Tienen algún objetivo la trascendencia, las verdades grupales, el dogma monolítico de los axiomas sociales?


Desde la década de 1970, con una pesarosa necesidad de arrancarle confesiones a la tinta, Alberto ha ido garabateando reflexiones, cuentos, aforismos, diálogos y poemas en cuadernos personales de pasta dura. “No sé que sentido tiene esto de escribir. Sólo sé que no puedo dejar de hacerlo. Mi mano corre sola por los renglones garrapateando amarguras y desdenes en las hojas”.

Hombre inconforme y apasionado, su lucha ha sido un doloroso calvario: como Sísifo carga cuesta arriba la pesada piedra por la ladera empinada, sólo para verla rodar una y otra vez, incapaz de alcanzar la cima interior. Es consciente que continuamente traiciona su esencia: responderse a sí mismo. “La única misión que tengo en esta vida es encontrar la razón: el eterno sentido. ¿Y si no hubiera sentido?”, se pregunta.

Alberto Askenazi desea conocerse, descifrar sus huellas y, como lo hicieron los existencialistas a mediados del siglo pasado, reconoce que ello es batalla perdida.

La lectura de sus pensamientos me remite a Samuel Beckett, el dramaturgo irlandés, figura clave del teatro del absurdo. Askenazi como Beckett pasa sus días esperando a Godot, reflexionando sobre la angustia, la nada y el tedio, la incomunicación y el vacío, el vértigo, la soledad y el sin sentido. La contienda es consigo mismo. Es individual y, a la postre, inútil.

Contradictorio como resulta su pensamiento, como es la insondable esencia humana, prueba hacer una apología de la muerte como única salvación; pero, páginas más adelante, lo descifra: la muerte es igualmente inútil, ni siquiera al final se revelarán las respuestas al sentido de existir.

Hijo de su tiempo, leyó a Sartre y a Camus, a Herman Hesse y a Nietzsche, y, como ellos, se atormenta con preguntas sobre el tiempo, la fragilidad de la existencia, la religión y el sinsentido de la vida. “Dentro de mil años, ¿quién sabrá nuestro nombre? ¿En qué cambiará eso el rumbo de la Tierra?”

Héroe o dragón abatido, se aferra a lo único propio: la libertad del hoy, estafeta solitaria que permite contrarrestar el miedo y recuperar la fresca inocencia infantil. Pero Alberto no se engaña, se debate entre el vértigo del desamparo, la melancolía, la culpa y el anhelo de eternidad. “¿Para qué luchar?”, se pregunta. “Todo es lo mismo”. “La vida también va a pasar…” Sólo queda la nada.

Cuando logra mirar su rostro nítido sobre el papel, cuando su vida pareciera regodearse en la responsabilidad de ser libre, Askenazi se paraliza con cismas y oposiciones, con espejismos y puertas lacradas, con absurdos, temores y desmentidos que anudan su existencia en un rosario de preguntas y contradicciones. “No me entiendo, ni antes, ni ahora”, afirma.

“No queda más que el presente, siempre es ahora”, el instante actual como único resquicio de verdad. “No somos lo que seremos, sino lo que somos”.

Lo imagino en la batalla, escribiendo en días lluviosos, sorbiendo café, inmerso entre densas bocanadas de humo que ahondan su soledad, buscando apasionado el origen de las palabras, al fin y al cabo perdido, absorto en su juego, incapaz de hallar el sitio para el alfil, sin peones que resguarden su propia voz.

Frágil e imperfecto, busca depurarse en el aprendizaje, liberarse de objetos y querencias. En la página 240 de Cuadernos íntimos, retoma lo que escribió en mayo 19 de 2001: “Soy uno entre más de seis mil millones. Soy varón, ahí se reduce a tres mil millones. Judío, uno entre doce millones. Radico en México: 25 mil. Aún no hay identidad. Tengo 58 años, si el promedio es de 70, quedamos 357 personas. Soy un tahúr. Lo cual no es muy original en mi medio ambiente, la mayoría lo es, quedamos 300. No tengo carrera profesional, quizá quedamos 200. Soy promotor de negocios, pongamos la mitad; no, la cuarta parte: 50. Me gusta la música, el 10%, cuando mucho. Somos cinco. Escribo esto: ¡Soy yo!”.

Varón, judío, tahúr, empresario, músico y escritor. La referencia no alude a los sentimientos o a la conexión con otros. No se define a sí mismo como hijo, hermano, esposo, padre o abuelo, es decir en relación a los que lo antecedieron o a los que descienden de él. Su identidad no está determinada como eslabón de continuidad, sino con respecto a sí mismo, en alusión a su propia existencia, a su espejo, a su finitud individual.

Hombre rebelde con pasiones e inquietudes artísticas. Judío inconforme que reniega del dogma y, a ratos, hasta de Dios mismo. Tahúr incorregible que se juega la vida en unas cartas. Empresario que cuando menos cuatro veces lo ha perdido todo, sólo para levantarse con mayor fuerza. Talentoso músico frustrado que ha pospuesto ser el compositor que anhela ser. Escritor insatisfecho que se sabe vacío.

“Como señorita bien educada de principios del siglo XX – señala con ironía– tengo dos adornos inútiles: toco piano y hablo francés. Al menos a ellas les conseguía un buen partido”.

En estas confesiones existenciales, casi testamento moral, Alberto Askenazi es duro consigo mismo: “Soy un tahúr al que le gusta la música, no al revés”. Tahúr-Quijote que desea vencer al gigante, antihéroe que anhela inmortalidad, pero, como los alcohólicos, sufre la compulsión, la caída, el arrepentimiento, el asco, la depresión y las promesas rotas a sí mismo. “La mente lúcida y el excremento conviven en un mismo cuerpo”, asevera.

Anida en su interior el que juega naipes y al que toca el piano. El que trabaja y el que disfruta el bosque. El que sólo estudió primaria y al autodidacta que se depuró en la lectura compulsiva. El niño de siete años transformado por A song to remember porque, desde el día que vio aquella cinta en una sala de cine de Durango, se empeñó en seguir los pasos de Chopin, ser como él, era ése el anhelo de su vida. El joven talentoso en la música que, a los 16 años, deslumbró a Consuelito Velázquez, la inolvidable creadora de Bésame mucho, y al músico Ramón Serratos, director de la Escuela Nacional de Música, que ofrecieron becar su carrera de compositor en Viena. El cobarde, al que difícilmente perdona por haber sido incapaz de enfrentar a su padre que impuso el trabajo y el camino de la tribu. El obeso y el frustrado. El hombre que, tras mil dietas y rebotes, descubrió la moderación en el comer. El empresario innovador, inquieto y creativo, el osado que toma riesgos desmesurados. El artista insatisfecho. El apasionado. El amante de las matemáticas y la astronomía. Al que le interesa la ciencia, pero interpreta el Tarot porque ahí cree hallar respuestas a lo inexplicable. El que se refugia en el azar. El que daña y el que hace el bien. El que desea vivir y el que anhela morir. El virtuoso y el cobarde. Hombre de contradicciones, en sus palabras: “el maldito y el bendito”.

Alberto se pregunta, ¿quién lleva a quién? ¿El chofer al auto o el auto al chofer? ¿Decide el hombre su camino? ¿O somos los seres humanos víctimas ciegas conducidas de tumbo en tumbo por las esquinas de un destino inexpugnable? ¿Destino o azar?, ése es el misterio.

El dolor ha sido su maestro, su enseñanza. “Necesitas de una crisis para saber quién eres”, señala uno de sus aforismos. Otro: “El camino directo hacia la sabiduría, es el sufrimiento”. O bien: “En tiempos de tormentas se prueban los techos, para ver si gotean. En tiempos de crisis se prueban los hombres, para ver si flaquean”. Y aún más: “Para que haya victoria, tuvo que haber lucha encarnizada”.

Como decía Carlos Castañeda, en Las enseñanzas de Don Juan, es preciso derrotar al miedo para alcanzar la sabiduría, y casi siempre, cuando ésta se alcanza, ya es demasiado tarde en el camino de la vida. Se pregunta Askenazi, en esos momentos en que ha querida claudicar: “Si el suicida logra su propósito, ¿triunfó?”

Los aforismos, sentencias breves, bien amarradas, son quizá la parte más depurada de su pensamiento. En uno de ellos reflexiona: “Para conocer el gran misterio de la vida se requiere una llave que te entregan al morir”.

Este j´accuse de sí mismo, llega casi a los 70 años. Aún están las piezas del ajedrez sobre la mesa, aún hay luz, creatividad e inteligencia. A los 60, Alberto, te alejaste de las sombras, y comenzaste a componer la música que cantaba en tu interior. Era un pendiente pospuesto. Rescataste al niño, perdonaste a tu padre, te perdonaste a ti mismo, y comenzaste tu camino en la música. Van ocho discos, entre ellos “Vuelve”, un éxito musical cinematográfico para enaltecer a Edgar Morin.

Hoy está pendiente componer un concierto para piano y escribir una novela. El viaje aún no termina, está el mapa, los sueños, la pasión, los demonios y, por supuesto, la luz que, como sabes, siempre está arriba. Sin desdeñar el tormento existencial que te acompaña y que, por supuesto, no hallará respuesta, la vida, quizá, comienza a los 70…

MUCHAS GRACIAS.

Acerca de Silvia Cherem

Es Premio Nacional de Periodismo 2005 en la categoría de Crónica, por la serie “Yo sobreviví al tsunami”, y tres veces semifinalista del Premio Nuevo Periodismo de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por Gabriel García Márquez. Publica crónicas seriadas, entrevistas de largo aliento y reportajes especiales de temáticas nacionales e internacionales de índole cultural, política, científica y social, especialmente en los periódicos del Grupo Reforma. Es autora de: Entre la historia y la memoria (Conaculta, 2000), Trazos y revelaciones. Entrevistas a diez pintores mexicanos (FCE, 2004), Una vida por la palabra. Entrevista a Sergio Ramírez (FCE, 2004), Examen final. La educación en México 2000?2006 (Crefal, 2006), Al grano. Vida y visión de los fundadores de Bimbo (Khálida Editores 2008) y Por la izquierda. Medio siglo de historias en el periodismo mexicano contadas por Granados Chapa (Khálida Editores, 2010). Su entrevista a Octavio Paz titulada “Soy otro, soy muchos”, forma parte del Tomo 15 de las Obras completas del Nobel de Literatura.

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