Se cierra la Naye. Una Reflexión de vida y muerte

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En los últimos días he recibido un bombardeo de mensajes en la www sobre la
noticia del cierre definitivo del Nuevo Colegio Israelita I. L. Petez, más
conocido por todos como “La Naye”, no puedo menos que hacer una profunda
reflexión después de los muchos años y las experiencias provenientes de una
institución educativa que le dio a la comunidad judía, a la Ciudad de México, al
país entero, pero sobre todo a cada uno de los que estuvimos relacionados con
ella, suficientes aportaciones que dejaron huella en nuestras vidas.
Y es que cuando una institución de esta índole cierra sus puertas después de 60
años de labor ininterrumpida, es un sinónimo de que algo anda mal, de una
cascada de circunstancias o más bien una pequeña bola de nieve que empieza a
tomar vuelo en una pendiente que habrá de magnificarse peligrosamente.
El mundo contemporáneo está en crisis. La decadencia de nuestro país es parte
ello. La comunidad judía no se ha librado de ello y ya desde hace algunos años
se hace patente una merma económica, una inseguridad generalizada que se agrava,
una necesidad de buscar nuevos horizontes y renovar las migraciones que han
caracterizado al judaísmo en la diáspora. Las comunidades judías en Monterrey y
Guadalajara se debilitan y en la ciudad de México sus insitituciones tambalean.
El cierre de la Naye quizás sea la primera de una serie de acontecimientos
decisivos. ¿Qué está pasando con la actual generación de lideres comunitarios,
de todos y cada uno de nosotros y la manera de enfrentar los conflictos
actuales?
La Naye, al parecer, siempre fue una institución sui generis, tanto por sus
fundadores, como por sus políticas a lo largo de los años, sus diversos cuerpos
administrativos, la planta de profesores, los trabajadores de las diversas áreas
y los estudiantes que por generaciones pasaron desde el kinder hasta el Colegio
de Ciencias y Humanidades.
La Naye fue un proyecto emprendedor de la educación, no solo judía, sino también
universal. Los planes de estudio en la primaria, al menos durante mi paso por
ella a principios de los años setenta, fueron audaces en cuanto a la promoción
de herramientas para estimular a los estudiantes a trabajar en equipo, tener
otro acercamiento al conocimiento y la labor pragmática de la colaboración. La
instauración del sistema CCH fue otro ejemplo de continuidad referente al de la
primaria. Aprendimos la experiencia cognitiva vía la experimentación y la
investigación; el dominio de los temas de aprendizaje con la ayuda de nuestros
maestros, al margen del clásico sistema siempre dependiente de la última palabra
del todo poderoso profesor en turno. Aprendimos a ser independientes, creativos,
emprendedores, y a pesar de las carencias y falta de recursos en una escuela
sencilla, sin pretensiones, jamás nos hizo falta nada, aprendimos de humildad y
representamos nuestra institución con superior dignidad en los concursos de toda
índole y en las muestras de conocimientos a nivel nacional. En los exámenes de
admisión a la UNAM, “La Naye” siempre estuvo entre los primeros lugares,
demostrando ser un plantel educativo de alto nivel.
Pero La Naye, se caracterizó en el medio judío en el D.F., como la última
posibilidad, ahí donde los chicos problemas sin posibilidad de acceso a otras
entidades de educación judía podrían refugiarse. “La Naye” no fue nunca una
escuela de “moda”, pero si una institución que reunió por dichas razones a gente
que con los años se transformaron en extraordinarias personalidades.
En estos 60 años que transcurren, las instituciones de educación judía se han
transformado considerablemente. La diferenciación por tradiciones comunitarias,
el debilitamiento de la cultura y el idioma Yiddish, las posturas sionistas, la
economía y el estatus social de los judíos en México, su reubicación en la
ciudad y un sin fin de particularidades de las facciones todas que conforman
nuestra comunidad.
Si La Naye muere en estos días, es porque ya no tiene alumnos que la sostengan.
Si no hay alumnos es porque seguramente no hay padres interesados en tener a sus
hijos en La Naye. ¿Qué pasa con todos esos egresados, tan orgullosos de “La
Naye”, que ante la primera oportunidad, inscribieron a sus hijos en otras
escuelas? ¿Qué ha pasado con el fenómeno pedagógico y con la idiosincrasia judía
en los últimos 40 años?, ¿Qué nos espera en las siguientes décadas si no
asumimos una participación más conciente y reflexiva?
Finalmente, como dicen algunos, la inercia de la constante evolución y cambio,
el progreso y la civilización nos llevan a la constante transformación. Primero
la Naye ¿y luego cual será la siguiente?
A título personal, no puedo dejar de subrayar lo valioso que fue contar con el
apoyo de Vele Zabludovsky, una segunda madre para mi, que me protegió y me
impulsó en los momentos difíciles desde la infancia, al descubrir mis dotes como
dibujante y pintor, desde el busto de Madero en 4º de primaria, cuando la
maestra Esperanza me regaló una bofetada simbólica al pedirme le agradeciera a
mi madre por hacerme la tarea; los dibujos todos de la primaria y secundaria que
fueron subastados, mis dotes como escritor y poeta al ganar el concurso de
literatura a nivel iberoamericano con “la carta a los judíos oprimidos de La
Unión Soviética”, como diseñador del logo de nuestro anillo de graduación de
secundaria que se convirtió en el logo de la escuela hasta hoy, y de los
múltiples esfuerzos por hacer danzar a La Naye en el Festival Aviv, plataforma
entonces de crecimiento y sensibilización artística para todos en la comunidad.
El proyecto emprendedor que Vele compartió con sus compañeros desde el inicio y
con tantos otros que se sumaron, entre directivos y maestros israelim, así como
los correspondientes mexicanos, es un orgullo, una semilla que produjo muchos
frutos, entre los cuales me honro de haber participado.
En hora buena a “La Naye” por haber sido un hecho, por promover y exaltar los
valores judaicos y mexicanos, por ofrecernos un espacio humano de convivencia y
bienestar, por sus múltiples momentos de alegría y estudio, de confrontamiento y
prueba, por forjarnos una identidad y darnos herramientas para defendernos en
esta época, que como todas se enfrentan a los momentos decisivos de vida y
muerte.
Con un profundo reconocimiento a todos los que transitamos por la institución, a
mis compañeros de generación, a los maestros y directivos, a sus comités de
padres, a sus prefectos, chóferes, asesores, secretarias, y gente de limpieza,
etc…
¡Arriba La Naye para siempre!

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