Simposio “Justicia no venganza”, con el Dr. Efraím Zuroff y el Dr. Michael Berenbaum

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Los días 11,12 y 13 de mayo, el Simposio “Justicia no venganza”, reunió al Dr. Efraím Zuroff, el “último cazador de nazis” del Centro Simon Wiesenthal y al Dr. Michael Berenbaum, experto mundial en el tema del Holocausto y diseñador de museos alrededor del mundo como el Museo del Holocausto de Washington, Memoria y Tolerancia en México, entre otros.

Organizado por la Kehilá Ashkenazí de México, la Asociación Educativa Contra el Prejuicio y la Discriminación y los Activistas por la Paz, el Simposio contará con distintos invitados a las siguientes presentaciones:

  • Domingo 11, 6:00 pm: Apertura en el templo Ramat Shalom.
  • Lunes 12, 10:30 am: Universidad Anáhuac Norte.
  • Lunes 12, 5:00 pm: evento organizado por la Embajada de Activistas por la paz, en la UNAM.
  • Martes 13 mañana: CNDH.
  • Martes 13, 5:00 pm: Evento organizado por la CDI.
  • Martes 13, 8:00 pm: Película en Auditorio Ramat Shalom con Michael Berenbaum
  • Miércoles 14, 9:00 am: preparatorias Red Colegios judíos en Auditorio CIM-ORT

Mi segundo nombre es; el “cazador de nazis”.


(Pude a ver grabado esta conferencia, pero pudo más la pluma que me llevó de la mano a imaginarme a este impactante y gigante hombre, de ojos claros y penetrantes; como narra su fascinante historia).

Con estas palabras dio inicio a su discurso: Hoy en día, al igual que al final de la Segunda Guerra Mundial, es fundamental recordar a las víctimas de la Shoá y su destino y aprender la importancia de la lección de esa época, que son los peligros del antisemitismo, el racismo y la xenofobia, y la significación de la acción y la unidad judías”, aseguró el “cazador de nazis” y director del Centro Simon Wiesenthal en Jerusalem, Efraim Zuroff.

No viví el Holocausto, pero llevo más de la mitad de mi vida persiguiendo a los responsables del genocidio judío. Hasta el momento he localizado a más de 2.800 criminales. No temo que hayan puesto precio a mi cabeza y denuncio la escasa colaboración de varios países.

El legendario cazanazis Simon Wiesenthal, fallece el 20 de septiembre de 2005 en su casa de Viena, a los 96 años de edad. Sobrevivió al Holocausto, a dos intentos de suicidio y posteriormente a todas las amenazas de muerte que recibió, incluso a una bomba colocada por neonazis cerca de su casa. Solían preguntarle por qué, tras la II Guerra Mundial, no retomó su trabajo como arquitecto en lugar de dedicarse durante 60 años a la búsqueda de los criminales del Tercer Reich. Su respuesta siempre era la misma: “Cuando vaya al cielo, las víctimas del Holocausto me dirán: ‘Fuiste un afortunado, ya que sobreviviste. ¿A qué dedicaste tu vida?’. Yo podré contestar: “A no olvidarlos nunca”.

A Efraim Zuroff, el heredero espiritual de Wiesenthal, nadie le pide cuentas pero muchos le agradecen que, pese a haber nacido tras la contienda, haya empleado más de la mitad de su vida a identificar, localizar y denunciar a los criminales que diezmaron al pueblo judío. Mi sueño era ser el primer judío ortodoxo en jugar al baloncesto en la NBA. That would have been a career, he says, packed with a lot more adrenaline than the one that fell into his lap. Eso habría sido una carrera, dice, lleno de mucha más adrenalina que la que cayó en mi regazo. Alrededor de 1980, cuando por primera vez comenzó a través de una serie de coincidencias “lugar correcto”, dice, “mometo adecuado” para rastrear a los criminales de guerra nazis del Centro Simon Wiesenthal.

Zuroff se define como el último cazador de nazis, es la única persona entregada en cuerpo y alma a la localización de los instigadores, ejecutores y colaboradores del genocidio. Es el recuerdo de los supervivientes y la voz de los desaparecidos, el portador voluntario de una responsabilidad tan ingente que desbordaría a un ejército. Desde su sencilla oficina del Centro Simon Wiesenthal de Jerusalén, cuatro habitaciones decoradas con carteles sobre la Shoah (el exterminio) y estanterías atestadas de documentación, este historiador de elevada estatura e inquieta mirada azul cumple su compromiso con un entusiasmo imparable. Y con un objetivo que va más allá de hacer justicia: “Lo hago para que la Historia no se repita. No se trata sólo de que los criminales respondan ante los tribunales, sino de garantizar que nadie olvide lo que pasó o pueda negar lo ocurrido. Más que un cazanazis soy un guerrero de la verdad”.

Un guerrero solitario, asistido sólo por una secretaria para lidiar con el aluvión de llamadas, faxes y e-mails que recibe cotidianamente sin saber si alguno de ellos le conducirá al paradero de uno de los criminales. Un guerrero perseverante que dedica ocho horas diarias, seis veces por semana, a gestionar las búsquedas desde su despacho, y que cada noche, cuando regresa a casa, realiza las últimas llamadas antes de chequear por última vez su correo electrónico.

Sin vacaciones. Su esposa Elisheva, profesora de matemáticas, ya se ha acostumbrado a que Efraim no pueda tomarse vacaciones como el común de los mortales. “Normalmente estoy demasiado ocupado para hacerlo y es raro que tenga tiempo libre”, explica. Elisheva también se ha habituado a que su esposo se ausente con frecuencia – su tarea le ha llevado a 43 países – y que emplee su poco tiempo libre en escribir sobre el Holocausto, ya sea en forma de artículos – más de 200, hasta la fecha – o de libros. “Lo más gracioso es que llevo tanto tiempo dedicado a algo que ocurrió antes de que viniera al mundo”, asegura.

Nacido en Brooklyn, Nueva York, en 1948, de padres judioamericanos, la infancia y juventud del buscanazis no pudieron estar más lejos de la tragedia que padeció su pueblo al otro lado del océano. Y, sin embargo, la Shoah marcó su vida desde su alumbramiento. “Mi abuelo tenía cinco hermanos, algunos de ellos en Europa y, tras la II Guerra Mundial, viajó al Viejo Continente para ayudar a los supervivientes del Holocausto. Cuando nací, mi padre se lo comunicó con un telegrama y mi abuelo respondió sugiriéndole que me pusiera Efraim. Acababa de saber que uno de sus hermanos, llamado así, había sido asesinado en un campo de concentración de Lituania”, subraya.

Su recuerdo no fue recurrente en su familia y creció alejado de dramatismos pero, durante su adolescencia, en los años 60, el interés por el Holocausto que brotó en EEUU, le contagió. “Aquellos años estuvieron marcados por una enorme tensión política y social, la juventud decidió que el mundo tenía que ser salvado. Yo no me sentía con fuerzas para salvar al mundo, y me concentré en salvar a los judíos”, dice.

En su último año de universidad, Efraim viajó por vez primera a Israel. En 1970 se matriculó en la Universidad Yeshiva para completar sus estudios de Historia. El país le cautivó y renunció a su fantasía juvenil de convertirse en el primer judío ortodoxo en la NBA para trabajar por los suyos. “Quería trabajar con el pueblo judío, entender cómo pueden ocurrir cosas como la Shoah, así que me matriculé en el Instituto de Judaísmo Contemporáneo como alumno de Estudios del Holocausto”, recuerda. Después, se incorporó a Yad Vashem, institución creada por el Gobierno israelí en 1953 para conmemorar a los seis millones de judíos asesinados por los nazis entre 1933 y 1945. Pero yo, venía de un país “donde la gente podía marcar la diferencia”, algo que no ocurría en Israel. La teoría me quedó pequeña y pasé a la práctica. “Me enteré de que el Centro Simon Wiesenthal (fundado por el cazanazis en 1977 para preservar la memoria de la Shoah) buscaba director para abrir oficina en EEUU, me ofrecí y me establecí en Los Ángeles”.

Corría el año 1978 cuando tuve mi primer encuentro con Wiesenthal. “Sabía muy bien quién era y provocó un fuerte efecto en mí”, rememora. Wiesenthal, en cierto modo, representaba en sí mismo el genocidio. Nacido en Polonia en 1908, trabajó como arquitecto hasta que los nazis invadieron el país en 1939. Entre 1941 y 1945 vivió en campos de concentración, donde perdió a 89 familiares. Fue uno de los pocos supervivientes de Mauthausen y, una vez que su salud mejoró – cuando fue liberado, sus 45 kilos apenas podían sostenerle, comenzó a recoger pruebas para la sección de Crímenes de Guerra del Ejército norteamericano. La impresión que le causó no fue menor que el impacto sufrido al saber que el Gobierno norteamericano, en colaboración con Wiesenthal, acababa de abrir la Oficina de Investigaciones Especiales para identificar a los nazis en su territorio. Washington pidió a Efraim que convenciera a los supervivientes para testificar en contra de los asesinos y, en 1980, el investigador regresó a Israel para recabar testimonios y preparar acusaciones contra los criminales de guerra afincados en Norteamérica.

Era el principio de una etapa que me convertiría en el heredero de Wiesenthal. Entablé relación con los supervivientes mediante entrevistas perturbadoras. “He visto todas las posibles reacciones del ser humano ante el mero recuerdo del genocidio. Fue duro, pero muy alentador, porque entendían que era realmente importante rememorarlo y que tenían que hacerlo ante alguien a quien le importara su sufrimiento”, explica.

Aquel trabajo me hizo involucrarme para siempre en la búsqueda de los ejecutores del Holocausto, y no tardaría en descubrir que era más sencillo de lo que esperaba. “Durante mis indagaciones, encontré la forma de rastrear a los criminales más allá de EEUU. Un amigo me sugirió que buscara sus nombres en el Servicio Internacional de Rastreo, un sistema con información sobre los desplazados por la II Guerra Mundial en Europa. Cualquier persona que hubiese sido ayudada o declarada refugiada por Cruz Roja figura en él, judíos y no judíos. En el servicio había 16 millones de nombres y 3.600 microfilmes. El trabajo era especialmente difícil porque no empleaba el alfabeto común, sino la trascripción fonética, pero al percatarme de la existencia de millones de nombres no judíos pensé: “¿Y si figuran los de los trabajadores de los campos?. Busqué 50 nombres, y no sólo aparecieron los 50, sino que el sistema decía cuándo y a dónde habían emigrado, e incluso en algunos casos daba su dirección”.

Suficiente para dar un vuelco a mí trabajo. Convencí al Centro Wiesenthal – alimentado por donaciones privadas – para abrir un despacho en Israel, el país del mundo con más supervivientes por metro cuadrado, dejé la Oficina de Investigaciones Especiales para fundar, en 1986, la delegación de Jerusalén desde la que coordiné la localización de nazis. “No fue difícil encontrarlos, porque el 99% de ellos no se molestó en cambiar de nombre. No pensaron que nadie fuera a buscarlos. Si empezaban una nueva vida en Australia, por ejemplo, ¿quién iba a encontrarlos?”, razona.

Yo, lo haría. Desde mi nueva oficina, recabo nombres gracias a los supervivientes y lanzó su búsqueda por medio mundo…

Su tenacidad ayudó a que países como Canadá, Austria y Gran Bretaña dictaran leyes especiales para la persecución de los criminales del Tercer Reich. A lo largo de los últimos años, ha rastreado y localizado a más 2.800 criminales, aunque sólo un 5% de ellos, según el rápido cálculo mental que realiza, han sido juzgados.

La lista está redactada en un puñado de folios amarillentos y comienza en 1986. Los primeros nombres fueron mecanografiados; el resto, escritos a mano junto a los países donde fueron hallados (Argentina, Australia, Suiza, Brasil, Croacia, Venezuela…) y anotaciones casi ininteligibles. Cuando mis dedos pasan las hojas, un brillo de complacencia ilumina mi mirada. “Cada vez que uno de ellos es detenido, la sensación de satisfacción es absoluta”, argumenta.

La justificación del genocidio. “En los años que llevo, no he hallado a un solo nazi con remordimientos. No explican sus actos, sólo admiten que pasó, y creen que exterminando a los judíos hicieron lo correcto para su país”. Incluso historiadores como David Irving (condenado a tres años de prisión incondicional en Austria) niegan el holocausto. El peor agravio que guardo en mi memoria es la reacción de Dinko Sakic, comandante del campo de concentración croata de Jasenovac, donde 90.000 personas fueron exterminadas. “Encontramos a Sakic en Argentina, en 1998. Un equipo de televisión acudió a su casa, en Santa Teresita, y cuando le interrogaron sobre las matanzas respondió: “Todos los que estaban allí (en el campo) debían estar. El único problema fue que no terminamos el trabajo”. Sakic fue detenido y extraditado a Croacia, donde en 1990 encaró los tribunales en un juicio de seis meses”. Casos como éste, considero mi mayor éxito, me han granjeado el odio en numerosos países. “Se me ha declarado enemigo de los croatas. Recibo amenazas desde todos los rincones del planeta, las más numerosas desde Croacia, donde ofrecen 25.000 dólares por mi cabeza”.

En 2011, un tribunal alemán condenó a John Demjanjuk , un trabajador automotriz Ucrania estadounidense retirado, por presuntos crímenes de guerra. Con base en el hecho de que Demjanjuk había trabajado durante el Holocausto como guardia en el campo de exterminio de Sobibor, cerca, de Polonia bajo ocupación nazi, el tribunal consideró que era cómplice del asesinato de cerca de 30.000 judíos en ese campamento. Before his appeals process ran its course, Demjanjuk died in prison, but his conviction “very substantially changed the legal landscape,” Zuroff says. Antes de su proceso de apelación siguió su curso, Demjanjuk murió en la cárcel, pero su condena “cambió sustancialmente el panorama legal”, dice Zuroff. “It showed that if you worked as a guard at a death camp, you’re automatically an accessory to murder.” “Se demostró que si usted trabajó como guardia en un campo de exterminio, eres automáticamente un cómplice de asesinato.”

El otro reto que me enfrento es, por supuesto, el paso del tiempo. Even the youngest Nazi soldiers would now be well into their 80s, and according to Zuroff’s research, about 98% of them are already dead.Incluso los más jóvenes soldados nazis, ahora están bien entrados a cumplir los 80 años, y según mi investigación, alrededor del 98% de ellos ya están muertos. If only he could access the German government’s lists of veterans who are still receiving state pensions, he would at least be able to tell which potential war criminals are still alive. Si tan sólo pudiera acceder a las listas del gobierno alemán de los veteranos que todavía están recibiendo las pensiones estatales, que por lo menos sería capaz de decirme que los potenciales criminales de guerra siguen vivos. “But God forbid!” he says. “Pero lejos!”, Dice. “The Datenschutz ! “El Datenschutz! The whole business of data protection is one of the holy concepts of the Federal Republic.” Todo el asunto de la protección de datos es uno de los santos conceptos de la República Federal”.

Es padre y a la vez abuelo, su trayectoria ha relativizado su temor a la muerte. A sus 68 años, este hombre que cambió el baloncesto por los juegos de mesa, siempre con la tradicional kippa, sabe que la naturaleza terminará con aquéllos que colaboraron con el horror en un plazo corto de tiempo. Lo único que espera es que mueran en la cárcel, y no en la impunidad.

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Acerca de Jshbell Naymes

Amo el arte de la comunicación; me considero una mujer creativa con demasiada imaginación; mi defecto es entregarme de lleno a una idea para poder llevarla a cabo y que salga excelentemente bien, soy perfeccionista, y eso lleva a que sea organizada y puntual. Puedo viajar dentro y fuera del país, sin ningún problema. Me encanta aprender, para poder superarme como también me gustan los desafíos y retos.

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