Mire, si algún día me ve caminando encorvado, con las manos llenas de tinta y olorcito a cera… no es por la edad ni por enfermedad. Es que estuve en la directiva del club Israelita de Monterrey en los años veinte. Sí, esa. La misma donde uno entra con la ilusión de servir a la comunidad y acaba sirviendo café, barriendo, escribiendo actas y cargando sillas.
Cuando me eligieron para trabajar allí, me puse mi mejor saco y llegué al club donde el reloj daba las horas con más entusiasmo que los miembros de la directiva daban la bienvenida.
Allí llegaban muchachos europeos recién bajados del tren, todavía con las valijas amarradas con cuerda, sombreros maltrchos, y un hambre… no solo de pan, sino que también de idioma, de pertenencia, de saber que no estaban solos. Y ahí estábamos nosotros para recibirlos. Bueno… “nosotros” es una manera generosa de decirlo, pues por lo pronto, solo éramos Alejandro Aarón y yo.
Los otros de la directiva salían muy elegantes en las fotos, pero cuando había que barrer, clavar un clavo o simplemente pasar a ver si no se estaba cayendo el techo, desaparecían como el humo.
La idea era buena: turnarnos todos los miembros de la directiva para revisar el club cada noche, asegurarnos de que todo estuviera en orden.
Se firmó, se selló y se aplaudió, pero cuando llegó el primer turno… adivine quién fue. Y el segundo, y el tercero, hasta el perro del vecino ya me saludaba cada noche. Alejandro limpiaba el buffet y yo arreglaba las mesas, que eran de madera gruesa, pesadas como el Yom Kipur. Después nos sentábamos, él con su escoba y yo con mi pluma fuente, a redactar invitaciones a mano, ¡setenta u ochenta! dependiendo de la ocasión y siempre a pulso, con mi letra aprendida en el jeder, en papel de hilo que ya nunca nos fiaban.
Las noches eran largas, una vez me dieron las tres de la madrugada escribiendo el programa para la fiesta de Año Nuevo. A lápiz primero, para no equivocarme, luego en tinta azul, luego las correcciones en rojo. Parecía que en lugar de secretario era maestro de primaria.
Y como si eso fuera poco, empezaron a llegar inmigrantes enfermos, pobres, con la ropa remendada y los zapatos ya sin suelas. Había que ayudar. Yo iba a tocar puertas pidiendo ayuda para el paisano enfermo. Algunos me daban monedas, otros me daban café, y, aunque me duela decirlo, más de uno me daba un simplenno.
¿Y el resto de la directiva? Uno tenía una jaqueca repentina, otro decía que su esposa lo esperaba, otro que justo esa noche le tocaba bañar a los niños, pero para las fotos que quedarían para la posteridad comunitaria, ahí sí, todos muy bien peinados.
Un día propuse formar un Comité de Señoras para recolectar fondos y organizar ayuda. Se me quedaron viendo como si hubiera sugerido vender el Sefer Torá. —No es el momento, —dijeron. —El club debe ser nuestra única prioridad. Ah!, pero a la hora de pagar la luz del club, ¿a quién buscaban? A mí.
Y todavía, el 31 de diciembre de 1929 organizamos una fiesta. Toda la noche adornando con guirnaldas de papel crepé, buscando vasos iguales entre una caja de loza donada, y preparando una ponchera con vino dulce y rodajas de naranja. Lo recaudado, por supuesto, fue para el club. Y el 9 de enero, convocamos a Asamblea General. Yo, francamente, esperaba que me dieran las gracias y me dejaran jubilarme como presidente honorario. Pero ya me veía venir que alguien iba a proponer: “¡Que siga otro año más! ¡Si lo hace tan bien!”
Si esto no es amor por la comunidad, entonces no sé qué es.
100 Años de Historia, Tradición y Comunidad.
La Comunidad Judía de Monterrey invita a conmemorar un siglo de presencia, legado y unión.
Todos aquellos que han formado parte de nuestra comunidad, que han vivido en Monterrey y que, de una u otra manera, siguen siendo parte de esta historia, les pedimos que nos ayuden a enriquecer este festejo.
Compartamos recuerdos, fotos, anécdotas y todo aquello que da vida a nuestra historia.
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Soy Jovita COJAB, de la comunidad Maguen David y entiendo perfectamente lo que leí, mi marido fue Eduardo COJAB ZL el inicio Hatzala en ciudad de Méx y cuando iba a pedir donativos le cerraban las puertas , pero eso si, cuando alguien necesitaba un servicio de emergencias , Hatzala corría para salvar vidas, conozco el sentimiento de quien escribió este artículo pero nunca se le ocurrió desentenderse de apoyar a esta institución por amor a la comunidad, feliz aniversario de la independencia de nuestro querido israel
Muchas gracias todas las fotos Han sido muy❤️emotivas y Tanta information que yo desconocia. Tambien recuerdo tan Bellas ocasiones parte de mi historia en Monterey al ver fotos que yo no tenia ni habia visto. Gracias a todas por su invaluable contribution y travajo imago table 👏Espero poder acompanarles en esta gran celebration de la Kehilah