Antes del establecimiento de Israel en 1948, cientos de miles de judíos vivían en países árabes, en comunidades de largo arraigo histórico, cuyos orígenes se remontaban en algunos casos antes de la conquista islámica. Así, la comunidad judía de Irak se estableció en aquellos territorios hace dos milenios, como centro de la sabiduría rabínica. Muchas otras comunidades crecieron de modo sustantivo como consecuencia de la expulsión de los judíos españoles en 1492 y su dispersión dentro del Imperio Otomano.
Bajo el Imperio Otomano los judíos, como otras minorías étnicas-religiosas, pudieron desarrollar sus comunidades y seguir su religión, pero no gozaron de los mismos derechos civiles. Con el debilitamiento de dicho imperio y la aparición de los movimientos nacionalistas, tanto judíos como árabes buscaron emanciparse. La Primera Guerra Mundial y la partición del imperio entre el mandato británico —bajo el cual quedó Palestina— y el mandato francés, así como la Segunda Guerra Mundial, fueron decisivas en el proceso que llevó al establecimiento del Estado de Israel y de los estados árabes modernos. Sin embargo, el resentimiento de los líderes árabes hacia el proyecto sionista se tradujo en un claro antisemitismo y en animosidades no sólo en contra de Israel, sino también contra los judíos árabes a partir de la década de los 30.
Entre los más infames actos en contra de los judíos se encuentra el Farhud (pogrom) de 1941 en Irak, donde fueron asesinadas 180 personas y 600 quedaron heridas, además de la gran destrucción y robo de bienes. Pero aún en tiempos más tranquilos los judíos fueron discriminados en casi todas las esferas de la vida, y se les prohibió emigrar hasta que fueron obligados a huir. Se convirtieron así en refugiados, dejando atrás sus bienes y sus raíces.
Hace algunos meses, el Parlamento israelí (Knesset) adoptó una resolución para conmemorar la expulsión de los judíos de los países árabes y de Irán el 30 de noviembre, ya que desde el 30/11/1947, un día después de la resolución 181 de las Naciones Unidas que estableció la partición de Palestina en un Estado judío y uno árabe, las animosidades en contra de los judíos árabes fueron en aumento. Como resultado de ello, hasta los setenta casi un millón de judíos fueron obligados a dejar atrás sus vidas y bienes en estos países y sus comunidades fueron desapareciendo.
Sin nada, la gran mayoría de los refugiados llegaron a Israel y una minoría se estableció en otros países. A pesar de lo ocurrido, su historia terminó de modo positivo, ya que pudieron restaurar su vida como ciudadanos plenos en sus nuevos lugares de residencia. Sin embargo, el trauma colectivo ha quedado hasta hoy día. A la luz de su sufrimiento, además de las enormes pérdidas de sus posesiones, ellos también tendrán que ser compensados por sus países de origen en un futuro arreglo dentro del cual se discutirá el problema de los refugiados. Cuantos más y más árabes reconozcan que los refugiados palestinos no son las únicas víctimas del conflicto en el Oriente Medio, el diálogo con Israel podrá llevarse a cabo sobre bases más genuinas.
*Ex Embajadora de Israel en México.
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