El destape del pueblo venezolano

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Las recientes elecciones presidenciales en Venezuela han puesto sobre el tapete dos temas que son centrales para la vida política en democracia de Latinoamérica: – la corrupción en los actos electorales y la quimera de los llamados líderes carismáticos, salvadores del pueblo y de la Patria.

En la elección presidencial de Venezuela del 7/10/2012, el presidente Hugo Chávez fue reelecto para un tercer mandato consecutivo, obteniendo el 55,08% de los votos, mientras que su rival Henrique Capriles obtuvo el 44,30%; diferencia 10,78%. Chávez realizó campaña en medio de dificultades por su estado de salud. Henrique Capriles reconoció los resultados y pidió respeto para la oposición.


En la elección presidencial del 14/4/2013, seis meses después, Maduro, candidato elogiado e impuesto por Chávez antes de morir, obtuvo el 50,66% de los votos y Capriles el 49,07%; la escasa diferencia de 1,55%, solo puede explicarse por fallas en el armado de la corrupción en el proceso electoral. Capriles no aceptó la derrota, denunció 3.200 irregularidades y exigió un recuento de los votos.

La corrupción electoral en el siglo XXI no es la grotesca de siglos anteriores, que impedía con violencia el voto a los opositores. Ahora se ha sofisticado, utilizando los colosales recursos del Estado para comprar votos en forma directa, otorgando prebendas y creando mecanismos basados en resquicios legales. Es la política impulsada por Fidel Castro, vigente en Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, especialmente en el Ministerio de Alicia Kirchner.

La corrupción electoral es incompatible con la democracia.

Los líderes revolucionarios carismáticos son una quimera: muerto el perro se acabó la rabia. La historia muestra que la cultura de los pueblos no cambia por nuevas constituciones, leyes, o decretos. Sigue vigente y perdura porque está integrada al ser humano y porque la evolución de la cultura social es siempre lenta.

Todos los países tienen el riesgo que aparezca un carismático que, ante las inevitables crisis sociales, prometa corregirlas enfrentando a los ciudadanos. El caso Venezuela demuestra que los carismáticos no son creídos por la ciudadanía, que no votó a su heredero, y la situación se les agrava si están atrapados en la corrupción.

Pero hay una lección de Venezuela: a los carismáticos en sus distintas versiones, no hay que echarlos con revoluciones o golpes de Estado: hay que sacarlos del poder con los mecanismos institucionales. Es un suicidio político hacerse cargo de una economía y sociedad desquiciadas sin contar con un estable apoyo ciudadano.

Dr. Marcelo Castro Corbat
Centro Segunda República

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