El Islam, elemento de diversidad, crece en Colombia

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Diego Castellanos, antropólogo e investigador del Centro de Estudios Teológicos y de las Religiones, de la Universidad del Rosario, de Bogotá, escribió sobre el crecimiento de colombianos conversos al Islam, como por ejemplo en Buenaventura, donde la mayoría son afrocolombianos, y se especula que, en Bogotá, el número de conversos se iguala al de los inmigrantes y sus descendientes.

En una ocasión, mientras conversaba con un profesor universitario, me decía que no entendía que tenía que ver el Islam con nuestro país: “El Islam es una religión de Medio Oriente, no forma parte de lo que somos”. Aun sabiendo que muchos de nosotros aún pensamos así, quisiera hacer referencia a unos breves puntos que permitan una mejor comprensión de la presencia de esta Fe entre nosotros.

En primer lugar, me gustaría reivindicar el papel del Islam como fe universal que permitió el surgimiento en su seno de una gran civilización. No una religión de árabes, de camellos y de desiertos. Mucho de lo que somos está marcado por un pasado arabomusulmán – español que pretendió ser silenciado por la creación de una España católica contrareformista.


Basta mirar nuestro idioma, en donde cerca de cuatro mil palabras son de origen árabe, así como elementos de la arquitectura colonial y de nuestras instituciones. Se sabe que la presencia del Islam en Colombia se remonta a los tiempos de la conquista, dado que algunos de los esclavos africanos eran musulmanes. Sin embargo, debido a la represión no hubo un impacto sobre nuestra historia, por lo que lo que se diga este periodo es más bien especulativo.

Es preferible hablar de su presencia a partir de los tres últimos decenios del siglo XIX, cuando el Imperio Otomano se hallaba en decadencia. Muchas poblaciones buscaron escapar de la violencia (esto lo deberíamos entender nosotros más que nadie) y de paso construir un mejor futuro, por lo que llegaron a América y, algunos, a nuestras costas. Sin embargo, para ese entonces la mayoría de los inmigrantes de Medio Oriente eran cristianos, lo que cambió a partir de mediados del siglo XX. En ese entonces, los musulmanes crearon comunidades y centros de reunión en varias ciudades del país, lo que condujo a la existencia actualmente de un centro islámico en prácticamente todas las ciudades de mediana importancia en Colombia.

Pero el número de colombianos conversos fue aumentando, al punto que, por poner un ejemplo, en Buenaventura la mayor parte de los musulmanes son afrocolombianos. En Bogotá se especula, ante la ausencia de un censo, que el número de conversos iguala al de los inmigrantes y sus descendientes.

Los musulmanes están aquí, viviendo con el resto de colombianos y trabajando con ellos. La mayoría alejados de labores de proselitismo e intentando vivir en paz con sus semejantes. No son, como se ha pensado, una isla de Medio Oriente entre nosotros, no. Al igual que todos, están construyendo colombianidad.

Lo anterior nos permite plantarnos un interrogante en torno a la construcción de la identidad, ya que se podrá disentir de que sea posible ser a la vez colombiano y musulmán: ¿Qué significa ser colombiano?

“Colombia es un país de diversidad”. Esta expresión, que pareciera haberse convertido en un slogan, encierra una realidad compleja que en ocasiones aun nos es difícil asumir en toda su dimensión.
Hasta hace pocos años la mayor parte de la historia indígena, tanto prehispánica, pasando por la colonia, y llegando hasta la actualidad; era poco reconocida e infravalorada, ya que se consideraba que era una etapa “por superar” en pos de desarrollo del país y la consolidación del estado nacional. Aun más grave fue el desconocimiento de la historia y riqueza cultural de las comunidades afrocolombianas, que en textos como el de Henao y Arrubla ni siquiera eran nombrados.

Sin embargo, uno de los logros de la implementación de las ciencias sociales en Colombia, principalmente a partir de la República Liberal (1930 – 1946), fue el inicio de un largo proceso, aún no culminado, en pos del reconocimiento de la existencia de nuestro pasado y nuestro presente. Y buena parte de este proceso pareció explotar en toda su significancia después de la constitución de 1991, que pretendía sentar las bases de un nuevo ideal de estado, de alguna manera más integrante. Se buscaba superar el paradigma de país católico y blanco, horizonte homogeneizador al cual todos los habitantes del territorio debían aspirar, con el fin de lograr un mejor futuro para nuestra nación.

Gracias a muchas luchas, no siempre fáciles, hoy podemos dar cuenta no sólo de nuestro pasado, sino de nuestro presente indígena; de nuestras poblaciones mestizas, no sólo en el aspecto físico sino cultural, de gitanos colombianos (Rom), de árabes, de judíos, de musulmanes y de protestantes. Diferencias que no obedecen a un solo tipo pero que de manera conjunta crean nuestras múltiples identidades.

Sin embargo, estos fenómenos no han terminado. No existe un punto en el que podamos detenernos y decir: “Lo que somos hoy, es lo mismo que seremos en el futuro”. Aun en el presente seguimos cambiando, adaptándonos, rechazando u optando por ciertos puntos de vista, descubriendo que somos mutables en un mundo globalizado.

Fuente: http://www.eltiempo.com/participacion/blogs/default/un_articulo.php?id_blog=3349595&id_recurso=450001303

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