Un Pésaj con los inmigrantes

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En la víspera de Pésaj, la casa de la familia Shapir hervía de actividad como si se prepararan para una boda. Había ruido, risas, órdenes cruzadas, y una sensación de caos meticulosamente organizado. Las sillas se amontonaban en el patio, los jóvenes caminaban de un lado a otro, y los recuerdos del viejo hogar flotaban en el aire como el aroma del jrein recién rallado.

“¡Ay, qué lindo era hornear la matzá en aquellos tiempos!” suspiraba uno de los muchachos. “¿Que no estuve allí? Hice de todo: llevaba cubos de agua, cernía la harina, recortaba la masa… Si hasta de aguador trabajé.”


El bullicio aumentó cuando todos regresaron de la sinagoga. Ahí estaba el patriarca, con su kitel blanco, sentado en su gran silla acolchonada. Parecía un verdadero monarca ante una mesa repleta de manjares. “Hoy todos somos reyes”, declaró Shapir con una sonrisa, mientras apresuraba a los demás: “Vamos, vamos, que hay que rezar Maariv. Pero que nadie se me salte el Hallel, palabra por palabra, que todo el año me oyen cantar y ahora no van a ser menos.”

Mientras tanto, el joven Shafir presentaba a los parientes llegados de Estados Unidos y de los pequeños pueblitos de la región. “Mire usted, estas son mis hermanas y sus maridos, grandes hombres de negocios en Nueva York. Y ese de allá, el alto y moreno, parece doctor, banquero, o presidente de algo, pero antes era un simple cargador en el puerto. Ahora en América es un hombre letrado, hasta escribe en idish y en inglés.”

Había largas mesas con sillas colocadas hasta en el pasillo. El brillo de los manteles blancos y las flores frescas hacía que todo pareciera un banquete real. “Que el doctor David Shafir y el maestro lean la Hagadá”, gritó uno de los muchachos. “¡Que nos cuenten cómo lograron comprar un cabrito por dos monedas!”.

Los inmigrantes más antiguos comenzaron a contar historias de sus primeros Pésaj en Monterrey. “Cuando llegamos aquí, no había ni vino kosher”, dijo uno. “¿Y qué hicimos? Pues lo preparamos nosotros. Compramos uvas, y las dejamos fermentar con azúcar. Quedó tan bueno que hasta los goyim nos lo querían comprar”.

“¡Y el guefilte fish!”, agregó otro. “No crean que aquí encontrábamos carpas como en Europa. Tuvimos que adaptarnos. Usamos bagre del río, y ni les cuento cómo nos veían los pescadores locales cuando les pedíamos los peces enteros, cabeza incluida.”

Las risas y los brindis no cesaban. “¡Lejaim!”, gritó alguien. “Por nuestros padres en el viejo hogar, por nuestros hijos aquí, por mejores tiempos para nuestro pueblo”.

“¿Y dónde es nuestro hogar?”, preguntó alguien en la mesa.

“Un hogar lo tienes donde puedes ganarte la vida”, opinó Getsy Feldman. “Bah, argumento débil”, le contestó Finkler. ¿Si aquí no ganas, te vas a otro lado? Así nunca echarás raíces.

Las discusiones filosóficas fueron interrumpidas por un canto. Todos se unieron, brazos entrelazados, y la emoción llenó el aire. Bailaron hasta la madrugada, cerrando el Séder con una certeza: la redención, como el buen vino, tarda en fermentar, pero al final, llega.

100 Años de Historia, Tradición y Comunidad.

La Comunidad Judía de Monterrey invita a conmemorar un siglo de presencia, legado y unión.

Todos aquellos que han formado parte de nuestra comunidad, que han vivido en Monterrey y que, de una u otra manera, siguen siendo parte de esta historia, les pedimos que nos ayuden a enriquecer este festejo.

Compartamos recuerdos, fotos, anécdotas y todo aquello que da vida a nuestra historia.

 

 

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