Así como sube con agilidad las escaleras con decenas de peldaños donde exhibe obras en su taller de San Cristóbal, a los 80 años Marta Minujín sigue superándose a sí misma. “Es el libro más importante hasta ahora, porque abarca toda mi obra”, comenta a LA NACION mientras abre con orgullo el catálogo de tapa dura y 240 páginas ilustradas, impreso en Italia, que acompañará otro hito: su muestra antológica en el Museo Judío de Nueva York, la mayor que haya realizado una artista argentina en Estados Unidos, que abrirá el 17 de este mes. Y como si esto fuera poco, para acompañarla instalará desde el miércoles una monumental escultura inflable en Times Square, el corazón global del espectáculo.
Más de medio siglo pasó desde que durmió durante varias noches al aire libre en el Central Park. “Tuve muchas vidas, era hippie total –dice a LA NACION-. Todos dormíamos ahí, era una invitación a vivir en ese paraíso. Algunos tenían carpas, yo me instalé bajo un árbol. Era 1969, y la guerra de Vietnam estaba fuertísima”.
Otras dos guerras, en Medio Oriente y en Ucrania, conmueven al mundo en estos días. “Es una cosa de locos, es atroz. Espero que no pase nada”, comenta mientras se expanden por el planeta las amenazas de atentados, aunque asegura no tener miedo de exhibir en el Museo Judío en medio de la escalada de enfrentamientos entre Hamas e Israel.
Descendiente de un abuelo judío llegado desde Rusia, e hija de un padre que provocó un escándalo familiar al casarse con una devota católica, todos los días lee los principales diarios argentinos y escucha Euronews mientras trabaja. Como hacía el 18 de julio de 1994, cuando el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) provocó la muerte de 85 personas e hirió a otras trescientas. Al día siguiente retrató ese dolor personal y colectivo en una escultura de una cabeza humana de la cual salen personas volando.
Ahora supervisa los detalles finales de una muestra cuya semilla sembró hace casi seis décadas, según señala la curadora Darsie Alexander en el texto del catálogo. Cuando Minujín llegó a Nueva York en 1965 se reencontró con Sam Hunter, director del Museo Judío desde ese año hasta 1968, quien había participado como jurado del Premio Di Tella. “A través de Hunter –explica-, conoció al galerista Leo Castelli, quien a su vez ayudó a exhibir The Long Shot (El Batacazo) en la galería de Paul Bianchini, donde estuvo expuesta durante aproximadamente una semana antes de un cierre forzoso. Allí conocieron a Minujín Andy Warhol, Robert Rauschenberg, Roy Lichtenstein y Nam June Paik, entre otros”.
“Tuvo una prensa brutal, salió en todos lados –dice Minujín-: en Newsweek, Time, Life, en el New York Times… Nadie podía creer que una artista argentina, que era como venir de África, trajera una obra tan sofisticada y tan pop”. Alexander coincide en que se despertó entonces “el interés por esta nueva artista de Argentina, cuya adopción de temas humorísticos y a veces discordantes, y su talento para lo inesperado, parecían notablemente atrevidos y originales, al mismo tiempo que se alineaban con los nuevos desarrollos en la escena de Nueva York, como el pop y la performance”.
Aquella instalación interactiva, prohibida por la Asociación Protectora de Animales tras la muerte de unos conejos que se incluían en el recorrido interactivo, fue destruida. Era toda la obra que tenía la joven artista. Ahora, en cambio, la muestra titulada Marta Minujín: ¡Arte! ¡Arte! ¡Arte! reunirá hasta el 31 de marzo casi un centenar de piezas curadas por Alexander y Rebecca Shaykin. Desde su erótica serie Sexo congelado, censurada en Buenos Aires tras su creación en Washington en 1973, hasta las realizadas durante la pandemia y los registros de su Partenón de libros prohibidos (1983/2017).
“Mis dos mejores obras fueron esos dos Partenones”, opina Minujín sobre las dos versiones de esa monumental instalación, realizada primero sobre la Avenida 9 de Julio, y luego durante la Documenta de Kassel. Una tercera se iba a realizar este año por la celebración del 40° aniversario de la democracia en la Argentina, pero el proyecto se frustró por falta de presupuesto.
¿Por qué sigue eligiendo quedarse en un país que va en permanente retroceso, si la próxima gira europea de su obra La Menesunda en 2024 volverá a confirmar su fama global? “¿Dónde querés que trabaje, con un lugar así? –responde-. Esta casa la heredé, conseguí por mecenazgo arreglar el taller… Y aparte hay gente maravillosa. Me encantaría vivir en Nueva York, seis meses, cuatro meses, pero no abandonaría la Argentina. Y el sur, menos. El sur es una maravilla total, que no existe en otro lado. Llegar a caballo como llegué de chica… No había alambrados, era amiga de todos los gauchos. Hasta los 16 años que me fui a París, y lo que más extrañaba era eso”.
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