El dilema irresuelto de los árabes

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La fuerte caída del precio del crudo en un contexto de sobreabundancia de desafíos geopolíticos en el Medio Oriente trajo a mi mente una frase famosa de un jeque de Dubái:

Mi abuelo andaba en camello, mi padre andaba en camello; yo manejo un Mercedes, mi hijo maneja un Land Rover, su hijo manejará un Land Rover; pero su hijo andará en camello.

Nadie puede anticipar qué impacto tendrá este agudo descenso en los precios del petróleo en la región, especialmente cuando la propia OPEP –con Arabia Saudita a la cabeza– no está mostrando interés en bajar la producción. Pero ello expone la mella perniciosa que tipifica la relación árabe-musulmana con este hidrocarburo.


Las naciones árabes tienen unos 250 millones de habitantes y sus economías dan forma a un PIB fenomenal, dado que producen un tercio del petróleo mundial y un 15% del gas. No obstante, si uno quita el petróleo del escenario, el desempeño económico y social de los árabes se ve paupérrimo. Si se quita el petróleo, el total de las exportaciones del mundo árabe es inferior al de Finlandia, que tiene una población de apenas cinco millones. Una década atrás, un reporte de las Naciones Unidas redactado por académicos árabes causó sensación global cuando reveló el estado social e intelectual calamitoso de las naciones árabes.

El Arab Human Development Report informó de que la cantidad de libros traducidos anualmente al árabe en todos los países árabes equivalía a la quinta parte de los que eran traducidos al griego en Grecia. El número de patentes registradas entre 1980 y 2000 de Egipto, Jordania, Siria, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos no llegaba a 400, por las 7.500 al año de Israel. La tasa de analfabetismo árabe es la más alta del planeta, y sus científicos están entre los menos citados en estudios académicos internacionales.

Sus más de doscientas universidades no figuran en los rankings de las mejores casas de estudio del mundo. Las mujeres son marginadas, las minorías religiosas no son integradas, los colectivos minoritarios sexuales son despreciados o perseguidos y el sistema democrático y republicano brilla por su ausencia. Por si fuera poco, el 70% de la población tiene menos de 25 años y dar empleo a todos esos jóvenes requerirá, según estimaciones de 2009, la creación de 80 millones de puestos de trabajo para 2020.

Algunas naciones árabes han tenido mejor performance que otras. Dubái se ha transformado en un centro de vanguardia inmobiliaria excepcional. Qatar ha fundado uno de los canales televisivos más influyentes, Al Yazira, y, dada su riqueza y su escasa población, alcanzó un PIB per cápita de 73.000 dólares. Emirateses una multinacional exitosa de los EAU, y sucursales de prestigiosas universidades norteamericanas han abierto programas de estudios asociados en varios países del Golfo Pérsico. Pero, más allá de la singularidad de cada caso, a escala general el mundo árabe está estancado.

Fue precisamente contra este statu quo ingrato que hordas de jóvenes se rebelaron hace más de tres años, dando inicio a la llamada primavera árabe, que causó un efecto dominó notable y transformó políticamente la zona. Túnez pugna por su equilibrio, Yemen está convulso, Libia se consume en luchas tribales, Egipto se enroscó sobre sí mismo y Siria se desangra en una guerra civil atroz. Poco queda de los demócratas iniciales; en la actualidad son los fundamentalistas los que cargan la antorcha de la sublevación. Su impronta es diferente: Estado Islámico, Al Qaeda, el Frente Al Nusra y toda la impronunciable sopa de letras islamista que contamina la región persigue objetivos diferentes. Mejorar la calidad de vida de los árabes no es uno de ellos.

Los líderes árabes son los principales responsables de este desenlace. Por décadas reprimieron las libertades políticas y asfixiaron el progreso económico, mientras sus poblaciones se multiplicaban y el resto del mundo cambiaba. Los pocos monarcas que sí modernizaron sus economías trabaron el desarrollo democrático. Samuel Huntington llamó a esta situación “el dilema del rey”: dado que la liberación política desafía la autoridad del monarca, su forzada apertura a la modernización económica necesariamente se detiene a las puertas de las libertades civiles.
Los líderes árabes no supieron resolver este dilema. Ahora los yihadistas procuran erradicarlo con violencia.

julianschvindlerman.com.ar

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