O donde estamos: en el despacho del primero, en una pausa entre la operación a una víctima de un nuevo apuñalamiento y la visita a un atacante herido gravemente. Entenderse sin hablar no es un lujo, sino su obligación. El profesor Eid es jefe de Cirugía del hospital y el doctor Schiffman es el máximo responsable de anestesia. Días de tensión y violencia en Jerusalem donde las sirenas de ambulancias y policías toman la palabra en sus calles. Días de locura para estos dos veteranos que han operado y anestesiado todo lo que uno puede imaginar. Quién les iba a decir en los años 70, cuando compartían pupitre en la Universidad Hebrea de Jerusalem, que un día serían jefazos de este importante centro sanitario. Y que de sus manos dependería la vida de muchísimas personas. Judíos y musulmanes. Israelíes y palestinos. Víctimas y agresores. El bisturí de Eid no diferencia orígenes, religiones, motivaciones o ideología y atraviesa densas capas de hostilidad y fanatismo. Se declara orgulloso de ser ciudadano árabe de Israel y disipa dudas: “Créame, me da igual la identidad del paciente. Para mí, que sea judío o árabe no tiene importancia. Mi único objetivo cuando recibo al herido es evitar que muera”. Schiffman asiente con la cabeza: “Yo no sé quién es la víctima ni el atacante. Les tratamos exactamente igual. Ni más ni menos”.
Media mañana. Desde hace varias horas no reciben alertas para correr a urgencias. En el reposo del guerrero recuerdan el momento en que, hace un mes, un niño judío de 13 años llegó a sus manos en estado extremadamente crítico. Naor Ben Ezra presentaba heridas muy profundas en la parte superior del cuerpo tras ser apuñalado por el palestino Ahmed Manasra, de su misma edad, y su primo, de 15 años. “Llegó casi muerto”, apunta Eid. Mientras era operado, su familia, judía practicante, rezaba todo lo que estaba escrito. Pedían en hebreo la ayuda divina para que un árabe salvara la vida a su hijo atacado por otro árabe mientras iba en bicicleta. “Le dije a su padre que haríamos todo lo posible para que siguiese vivo. Estaba en estado de shock y para animarle le comenté en broma: “Un Ahmed apuñaló a tu hijo y otro Ahmed intenta salvarle”. El atemorizado padre lo agradeció y lamentó: “Ojalá no hubiera aparecido Ahmed y así mi hijo no necesitaría que otro Ahmed le salve la vida”.
Tras varias semanas en rehabilitación, recibió el permiso de Eid para volver a casa. Naor no necesitaba al ángel del bisturí árabe para tumbar al estereotipo. Cuando salió del hospital quedó con su mejor amigo del cole, el musulmán Ismail. No es la primera vez que el cirujano palestino salva la vida de un judío que casi es arrebatada por otro palestino. En agosto de 2014 llegó a su mesa de quirófano el soldado Jen Schwartz (19 años) gravemente herido por dos balazos de un palestino en moto. El equipo de Eid obró el milagro.
El hospital se encuentra al lado de la Universidad Hebrea de Jerusalem y delimita algunos barrios palestinos. A escasos kilómetros aparece la Ciudad Vieja. En el camino, el tranvía. “Atendemos a muchos heridos entre otros motivos porque en esta zona se han producido bastantes atentados”, cuenta el profesor, que durante una época vivió en uno de esos barrios de Jerusalem Este. Hace unos días, un palestino atacó a varios viandantes en una parada del tranvía a pocos minutos del hospital. “Le frenaron con varios disparos. Le recibimos en estado crítico y lo dimos todo para salvarle. Sabíamos que era el terrorista, pero nos dedicamos a él exactamente igual que a una de sus víctimas. Al final murió, pero le prometo que todos los equipos trabajamos sin pausa para salvarle”, señala el anestesista judío. Schiffman resta importancia al hecho de salvar a alguien que habría deseado asesinarle. Sabe que tras más de 60 apuñalamientos en un mes muchos israelíes prefieren que el agresor no salga con vida de su ataque. “Un familiar me preguntó cómo puedo ayudar a estos terroristas. Entiendo que la situación es muy tensa y las emociones están a flor de piel, pero una vez entramos en el quirófano, todo se queda en la puerta”, comenta.
El ejemplo de Hadassah
Cuesta creer que la ola de violencia y odio que azota a israelíes y palestinos no acabe arrastrando su trabajo…- Todos tienen sus opiniones sobre la situación, pero aquí somos profesionales -dice Schiffman.- La sensación en mi equipo no es sencilla porque, por ejemplo, uno teme ser apuñalado en las calles. Pero en el trabajo, la situación no influye para nada. Hacemos operaciones, anestesias y punto -repone Eid. Antes de estudiar medicina, Eid eligió matemáticas. Sabe que la estadística no le daba en su infancia muchas opciones de acabar siendo jefe de cirugía de Hadassah. Nació hace 65 años en la pequeña localidad árabe de Daburiyya (norte de Israel) en una familia de 12 almas y ningún académico. Confió en el trabajo duro, su cerebro y sus manos. Cuando en el 68 llegó a Jerusalem, le avisaron de que sin enchufes no podría estudiar en la facultad. “El día que ingresé miré a la derecha y a la izquierda y no vi ningún enchufe”, ironiza ante la tímida sonrisa de su colega. Su padre tenía la esperanza de que su exitoso hijo abriese una clínica en el pueblo. Tendrá que esperar. Tras cuatro años en EEUU regresó a Jerusalem para quedarse. Y triunfar. La prueba del diploma -aunque, a diferencia del algodón, a veces engaña- es rotunda. Numerosas hojas encuadradas en la pared dibujan el camino a la cima. ¿Ser árabe estos días tan convulsos no ha generado reacciones de enfado o críticas? “La tensión y violencia provocan comentarios agresivos, pero yo nunca me he sentido mal o incómodo aquí. Todo lo contrario. Me tratan mejor que a un doctor judío”, nos responde. Recorremos las arterias del hospital guiados por la pareja de moda. Nos topamos con la directora, Osnat Levtzion-Korach, que bromea sobre la fama adquirida por sus dos empleados. “Estamos muy orgullosos de que la convivencia funcione en Hadassah. La medicina demuestra que es un puente para la paz. Aquí no discriminamos a nadie en el tratamiento. El único criterio que seguimos es su situación médica”.
Schiffman pide a los líderes de los dos pueblos que aprendan del ejemplo de Hadassah. Enfermos judíos y árabes comparten habitaciones y plegarias. Sus familiares comparten café y deseos. Doctores y enfermeros de distinto credo colaboran en la máxima naturalidad. Hadassah es un Estado dentro de un Estado. Una burbuja que no es inmune. Varios palestinos lanzaron hace una semana un cóctel molotov contra la entrada del Hospital. “Son chavales que hacen tonterías. Muchos de los palestinos que viven en sus barrios trabajan o son tratados en el hospital, pero no tienen control sobre esos chicos que se sienten discriminados y radicalizan su mensaje”, resume Eid. Antes de entrar en el quirófano, lanza un deseo compartido por su amigo judío: “Espero que los dirigentes intenten mejorar la situación que es mala”. La convivencia en Hadassah afronta su examen más exigente de la última década. “Jochanan y yo somos como marido y esposa… todo el día juntos”, bromea Eid, a lo que Schiffman añade sonriendo: “Desgraciadamente”.
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