El exilio no excluye, agrega: Angelina Muñiz

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Exiliada de España, exiliada de Francia, exiliada judía. Si alguien representa el exilio universal es Angelina Muñiz — Huberman, una niña que debería haber nacido en 1936 en Madrid, España, pero que vino al mundo en Hyéres, Francia, y que forma parte de la comunidad de exiliados republicanos españoles en México.

La Guerra Civil española desterró primero a su padre a París. Pronto su madre y su hermano tuvieron que cruzar a pie los Pirineos camino a lo que pensabansería un corto exilio en Francia.

La tragedia no dejó de perseguir a la familia. Durante la estancia en el país galo, su hermano de 6 años fue atropellado por un camión cuando corría detrás de una pelota y falleció en el acto.


Tres años en Francia esperando el regreso a la patria y de nuevo el exilio ante el avance de las tropas nazis. Llegaron a Cuba en el buque Oropesa en 1939, el último viaje de este barco que al regresar a Europa fue hundido por un submarino alemán.

Su padre, periodista que fuera redactor jefe del Heraldo de Madrid, decidió establecerse lejos de la civilización, en el campo, en medio de la nada, en un intento de olvidar al hijo perdido.

“No fui a la escuela en ese tiempo. Pronto vimos que un periodista sabía poco de agricultura y con ayuda de mi tío, que tenía unos laboratorios en Suiza nos trasladamos a México en 1942 para abrir una sucursal”, rememora Angelina al cumplirse el 80 aniversario de la llegada de los exiliados republicanos españoles a México.

Este negocio también fracasó al igual que un hotelito en Cuernavaca. “El amor de mi padre era el periodismo y escribió toda su vida. Lo suyo no eran los negocios.” Sus padres se divorciaron años después; él se fue a Francia pero regresó y murió en México. A veces la muerte pesa más que la vida. Angelina Muñiz Sacristán, aunque utiliza el nombre de Angelina Muñiz Huberman para el mundo literario, recuerda que toda la vida de sus padres fue una doble vivencia: “Con la maleta debajo de la cama listos a regresar. Con colegios para los hijos con plan de estudios mexicanos y españoles. Se habían quedado sin dedo de tanto pegar en la mesa este año regresamos.” “Pensaban que Franco se iría como Hitler y Mussolini,” recuerda.

Su padre entrevistó a Pío Baroja y Federico García Lorca: “Son los autores que primero leí. Me aprendí de memoria el Romancero Gitano”, afirma la poeta, narradora, ensayista con más de 50 libros publicados. Catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante más de 40 años.

Angelina introdujo la novela neohistórica y la mística sefardí en la literatura mexicana, así como temas del exilio español.

Su estilo es libre, trasgresor, irónico. Ha recibido los premios Xavier Villaurrutia, José Fuentes Mares, Woman of Valor Award, Creación Artística y Extensión de la Cultura (UNAM), Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica y Medalla Arqueles Vela, entre otros.

Fue la primera recipiente del Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1993 por Dulcinea encantada, y sus obras han sido traducidas a varios idiomas e incluida en antologías internacionales.

No desea hacer del exilio ese gran sufrimiento, por mucho que permee toda su obra. “Hay que desmitificarlo. Una vez que pierdes las raíces ya da lo mismo,” explica, aunque la doble vivencia de los adultos exiliados jamás desaparece: “El exilio no excluye, sino que agrega.”

Las letras las lleva en la sangre no sólo por su padre periodista, sino por su abuelo, sobrino nieto de Bretón de los Herreros.

Por parte materna proviene de una familia de critpojudíos, exiliados religiosos que practicaban un judaísmo diluido a escondidas.

“Si me alejé de España me acerqué más a lo español y retomé las raíces judías en México. Soy exiliada por muchos lados pero eso también me ha dado la posibilidad de retomar muchas raíces,” afirma Angelina, quien se reconvirtió al judaísmo, se casó con un judío y hoy tiene una de sus cuatro nietas viviendo en Israel.

Escribió su primer cuento a los 8 años y fue una consumada pianista, tanto que su profesor le recomendó dedicarse enteramente al piano. “Lo cierto es que me dijo que entrenase 8 horas al día. A cada rato miraba el reloj. Sin embargo cuando escribía, pasaban 8 horas y se me hacia el tiempo corto”. La decisión fue fácil: dedicarse a la literatura.

“No tengo nuestra comida ni nuestro paisaje, cierto, pero llevo a España, a Francia, a México a Sefarad en mi maleta. Yo soy todo, no escojo nada.” En España la llaman “la mexicana” y en México “la española”. Para ella está bien, porque ella es todo eso.

Angelina ha estudiado el exilio desde todos los puntos de vista, desde los prehispánicos hasta los del Génesis: “Adán y Eva fueron los primeros exiliados”, dice. Y todo ha quedado plasmado en sus novelas.

Recuerda que la máxima inquietud del hombre es el conocimiento. “El conocimiento supuso para la humanidad la pérdida de la inmortalidad y la muerte es el último exilio, el de la vida”. Sin embargo, remarca, “el exilio es una situación perfecta,” porque implica conocimiento “aunque tengamos que asumir la muerte como pago”.

También trata en sus novelas y poesías otros exilios, el de los personajes marginales y marginados de cada época histórica como cabalistas, alquimistas o piratas.

Angelina se define como “Nepantla” un concepto más que una palabra náhuatl difícil de definir qué significa “de aquí y de allá”.

La palabra fue recogida por primera vez por escribanos de la colonia perplejos ante una estatua, que por un lado representaba a un santo cristiano y por detrás a un ídolo. Al preguntar al jefe de la tribu por tal estatua, éste contesto “Nepantla”.

Existe también una feliz coincidencia: Nepantla es una localidad mexicana, cuna de Sor Juana Inés de la Cruz, una de las más relevantes figuras de la literatura en español, admirada personalmente por Angelina, recipiente del gremio que lleva el nombre de la monja escritora.

¿Escribirá sus memorias? Seguramente pero nunca las llamará memorias sino pseudo-memorias, porque “la memoria pierde la memoria”, concluye.

 

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