Los israelíes volverán mañana, martes, a las urnas para participar en elecciones generales, nacionales, directas, igualitarias, confidenciales y proporcionales tan solo 23 semanas después de las anteriores, cuyos resultados no permitieron conformar una coalición.
El Estado judío es una democracia parlamentaria, lo cual implica que la mayoría de sus 120 legisladores deben consagrar y apoyar al gobierno; en caso contrario pueden darse dos alternativas: la designación de otro primer ministro, cuyo mandato teórico y nunca cumplido es de cuatro años, o la convocatoria a comicios anticipados.
Así, 6.395.396 ciudadanos de diversas religiones están habilitados para sufragar en 11.163 centros, incluidos hospitales, cárceles y 97 urnas dispuestas en el exterior, donde ya se votó el 5 de septiembre.
Ellos deberán optar entre 32 partidos, listas o frentes, que van desde el oficialista Likud y su principal rival, Cajol Labán, o el decaído laborismo hasta pequeñas formaciones de derecha o izquierda, entre los cuales existen agrupaciones ortodoxas, una Lista Conjunta árabe y el novedoso Movimiento Cristiano Liberal.
El desafío para todas esas agrupaciones será cruzar el umbral mínimo de 3.25 por ciento de los votos, lo cual les permitiría ingresar parlamentarios a la Knesset.
Otro será lograr una participación superior a la de abril, del 67,9 por ciento, que aun así fue de las más altas en dos décadas, solo detrás del 71,8 de 2015.
Una vez confirmado el reparto de escaños, los jefes de cada bancada podrán recomendarle al Presidente del Estado, Reuven Rivlin, a quién debería encargarle la misión de conformar una coalición de gobierno.
El actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, aspira a la reelección, que no pudo conseguir en abril, y su principal rival es el ex jefe del Estado Mayor de la Fuerza de Defensa de Israel Benjamín Gantz.
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