Salvó a cientos de judíos de un campo de concentración en Budapest, falsificó sus documentos en el sótano de un bar y se escapó de la guerra en un camión de la Cruz Roja, que lo dejó en la embajada de Suiza. Cuando el jueves último se inauguró la muestra del artista plástico y fotógrafo de origen egipcio Sameer Makarius salieron a la luz más detalles extraordinarios de la vida de uno de los exponentes de la street photography que retrató la vida urbana de Buenos Aires entre 1953 y 1956 como nadie.
La expo, ¿A dónde vamos Buenos Aires? se verá hasta fin de mes en el bar El Federal de San Telmo (Carlos Calvo 599). La iniciativa está impulsada por su hijo Karim Makarius, que heredó 4000 copias de una obra monumental que asciende a más de 25.000 fotografías. Entre los originales, fotos tomadas en las ruinas egipcias, a orillas del Nilo que se conservan impresas en gelatina de plata.
Nacido en El Cairo (Egipto) y criado en Alemania, Sameer vivió en Hungría y estuvo asilado en la embajada Suiza, tras ser denunciado por ayudar a las víctimas del nazismo. Luego de la Segunda Guerra Mundial buscó destinos y finalmente llegó a la Argentina en 1953 sin conocer el idioma. Con algunos ahorros alquiló junto a su esposa Eva Reiner una casa en Vicente López, en la calle Santa Rosa, donde vivió hasta los 85 años (murió en 2009, cuatro meses después que Eva, a quien había conocido en Budapest).
Sus viajes al centro de la ciudad, los circuitos por los bares porteños y los cafés interminables que tomaba con artistas de vanguardia -a quienes luego retrataba- están reflejados en las 50 fotos que componen la muestra.
“Siempre lo acompañaba a su local y laboratorio en Florida 890, frente a la icónica confitería Florida Garden. Ahí me enseñó a pedir jugo exprimido de pomelo con el hielo por separado”, recuerda su hijo Karim, también fotógrafo y pintor. Padre e hijo caminaban horas y horas por las calles de La Boca para capturar escenas urbanas, casi siempre en los bares, con la cámara Leica de 35 mm. al hombro.
De los artistas que Sameer solía frecuentar, su hijo recuerda los encuentros con Marta Minujín, Raquel Forner, Raúl Soldi, Grete Stern, Jorge de la Vega y Rogelio Polesello, entre otros. En la década del 70 Sameer comenzó a coleccionar y vender cámaras fotográficas, y armó una pequeña galería al fondo de su local, donde expuso Horacio Coppola, otro de sus amigos.
Acostumbrado a pasar jornadas de charlas y tertulias con los amigos de su padre, Karim siguió en contacto con Angela Thomas, la viuda de Max Bill, reconocido arquitecto, pintor, escultor, diseñador gráfico y educador suizo, que convocó a Makarius para realizar una de sus primeras muestras en una galería de Zurich.
“Entre sus hitos, mi padre fue uno de los fundadores del grupo Artistas No Figurativos Argentinos y Forum, que impulsaban la difusión de la fotografía artística. Además, fue uno de los primeros fotógrafos en exponer individualmente en el Museo de Arte Moderno y escribió los libros Buenos Aires y su gente (1960) y Buenos Aires, mi ciudad (1963), donde está documentada buena parte de su obra”, detalla Karim Makarius. Sameer también se dedicó al arte concreto y participó de la Európai Iskola. Además en París, donde pasó un par de temporadas, incursionó en los textiles.
“Los egipcios conservan la manía de parecerse a los faraones y la transmiten de generación en generación. Mi padre no fue la excepción. Construyó un búnker antinuclear en La Cumbrecita (Córdoba), un refugio de piedra y hormigón. Tenía mucho temor a las guerras, siempre recordaba sus días como encargado de un edificio que lindaba con el paredón del campo de concentración en Budapest por donde pasaba comida y documentación falsificada a las víctimas del exterminio nazi. Es más, recién 15 días antes de morir él mismo reconoció que era de origen judío”, revela su hijo.
El recuerdo de los viajes a Córdoba aún está teñido por la incomodidad: “Era un sacrificio pasar ahí los veranos, el lugar era frío, poco acogedor”, admite Karim sobre la casa que finalmente fue vendida a un anticuario de la zona. Además de pintura y fotografía, Karim se dedicó a la música. Durante la pandemia siguió pintando –”obras figurativas lejos del movimiento constructivista al que adhería de mi padre—y organizó las partituras de sus obras interpretadas por la Camerata Bariloche para encarar las grabaciones.
En tanto, parte de las cámaras y los objetos que Sameer atesoraba en el laboratorio de revelado, más las cámaras y documentos de la época se exponen en el Museo del Cabildo hasta el 11 de noviembre. A 13 años de la muerte del artista y fotógrafo egipcio, su hijo impulsó un evento diplomático en la Embajada de Egipto, donde llevará otras fotografías. “De Obelisco a Obelisco se llamará la muestra que a fines de septiembre estará abierta al público y que conmemora los 75 años de relación diplomática entre Argentina y Egipto”, dice.
La fotografía como lenguaje, como dispositivo artístico y como herramienta para ganarse la vida. Los bares porteños como escenografías. Y su gente, como protagonista en blanco y negro que marcó la impronta porteña de la época. Detrás de su Leica, Sameer dejó atrás una vida de persecuciones, huídas y documentos falsos. Su refugio fue la cámara y su horizonte, Buenos Aires.
La expo ¿A dónde vamos Buenos Aires? contó con la producción del grupo cultural Los Notables, el apoyo de la Comisión de Cafés y Bares y la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés (AHRCC) y el acompañamiento de Patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires. Estará exhibida hasta el 30 de septiembre en el bar El Federal, Carlos Calvo 599, y podrá visitarse gratis de lunes a lunes, de 8 a 2. A partir de octubre rotará por distintos Bares y Cafés Notables: la programación será comunicada en www.buenosaires.gob.ar/cultura/patrimonio-de-la-ciudad
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