Pisé la Feria Internacional del Libro de Guadalajara por primera vez el día que cumplí 24 años, en noviembre de 1998, un año después de Argentina, que había sido país invitado de honor también por primera vez en el 97. Venían conmigo tres legendarios maestros de reportería — Alma Guillermoprieto, Tomás Eloy Martínez y el mismísimo Gabriel García Márquez— para un taller de periodismo narrativo de cuatro días con 12 jóvenes cronistas de toda Iberoamérica que había organizado junto a Jaime Abello Banfi, director de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (hoy Fundación Gabo), como su coordinadora de programas, con apoyo institucional del encuentro más importante de las letras hispanas.
Cuando me mandaron ir a saludar a su Presidente durante un almuerzo con mis colegas reporteros, para darle las gracias por auspiciarnos, me esperaba encontrar a un Adolfo Bioy Casares versión mexicana. No sé bien lo que quiero decir con eso, pero el hombre que se me presentó como el fundador y el que llevaba el timón de ese evento que para los amantes y trabajadores del libro es el paraíso en la tierra siguió siendo desde entonces una de las figuras más impresionantes que he conocido jamás: brillante, erudito, elegante, guapísimo, encantador; un ser de luz, cálido y luminoso.
Raúl Padilla López siempre tenía el comentario o la frase perfecta en la punta de la lengua, la dosis exacta de sagacidad e ironía. Me preguntó sobre mi formación académica y enseguida me di cuenta de que conocía a fondo a mis almae matres del bachillerato (Concordia) y maestría (McGill), ambas universidades de Montreal, Canadá. Me comentó casualmente que había reformado a la Universidad de Guadalajara desde que asumió la Rectoría en 1989, a la temprana edad de 34 años, creando así la Red Universitaria en Jalisco basándose en el sistema de la Université du Québec.
En el universo de las letras es el presidente y fundador de la FIL, la más importante feria del libro de la lengua castellana y la segunda en presencia editorial después de Fráncfort, en Alemania. Los literatos del mundo también lo conocen como presidente del premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, dotado de 150.000 dólares, cuya lista de galardonados incluye al argentino Juan Gelman y a la uruguaya Ida Vitale.
Comparto el shock de su muerte repentina con algunos de ellos por WhatsApp, con la secreta esperanza que me despierten de esta pesadilla. Me escribe Juan José Armas Marcelo: “Ha muerto un tremendo tipo. Con él se acaba una época para las literaturas de lengua española. Era un creador de cultura, un hombre de una sola palabra. Era el Papa laico de las literaturas de lengua española. Nada será igual sin él.”
Ya no están ni Gabo ni Carlos Fuentes, presidentes de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, también dependencia de la Universidad de Guadalajara, que Raúl me invitó a dirigir y tuve a mi cargo por dos años, antes de regresar a Montreal. Uno de mis mandatos era difundir sus actividades en América latina y fortalecer el lazo con mi país — Brasil — pese a la barrera del idioma.
En México, Padilla siempre figura entre las listas anuales de los líderes más influyentes. Allí también es conocido como el presidente del festival internacional de cine de Guadalajara, secretario del fideicomiso de la Cátedra Cortázar, presidente del Consejo de administración del corporativo de empresas universitarias, entre incontables proyectos.
Pero pese a que sea presidente de varias de las más prestigiosas instituciones culturales de ese país, los tapatíos — ciudadanos de Guadalajara — le decían “El Licenciado” cuándo se referían a Padilla, pero para mí — y para muchos de los que tuvimos el privilegio de formar parte de su equipo — siempre fue Raúl.
Archiconocido en la ciudad desde mediados de los años 80, cuando creó la FIL, se codea con la flor y nata del pensamiento iberoamericano. Tuve el placer de acompañarlo en Santiago de Chile a una comida en casa de su gran amigo Ricardo Lagos, un ejemplo. Algunos intelectuales mexicanos se refieren a Padilla como el caudillo cultural de Occidente. Otros dicen que ya le quitó el título original — caudillo cultural de la Nación — a José Vasconcelos, comparando con entusiasmo estas dos personalidades de la cultura y la educación de México, cuyas carreras, que también pasaron por la política, no pueden dejar de ser controversiales
Carlos Fuentes fue su íntimo amigo. Visitaba la FIL casi todos los años, llenando auditorios y provocando filas kilométricas cuando firmaba autógrafos. Fue gracias a esa relación que nació la Cátedra Cortázar. Resulta que para quedar bien con el celebérrimo grupo de intelectuales mexicanos veteranos e influyentes — Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y José Emilio Pacheco, entre otros cuarenta — el gobierno de Carlos Salinas de Gortari estableció un programa de becas vitalicias en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta). Como “creadores eméritos”, los becarios recibirían una suma generosa de dinero durante el resto de sus vidas. Fue entonces cuando Fuentes lo llamó a Raúl, en diciembre de 1993, después de una seria reflexión de su amigo Gabriel García Márquez, colombiano residente en México que también había sido galardonado.
“Raúl, queremos hacer algo con la Universidad el Gabo y yo”, le dijo Fuentes a Padilla. “El gobierno mexicano nos está dando un reconocimiento con esto y, la verdad, no queremos recibirlo ni rechazarlo”. Surgió así la fórmula de la Cátedra Cortázar (plagiada incontables veces por otras instituciones mexicanas, dicho sea de paso). Sería presidida por Fuentes y García Márquez y bautizada con el nombre de “el Bolívar de la novela latinoamericana”, como Fuentes lo llamó un día. La legendaria traductora literaria Aurora Bernárdez, su viuda, estaba al frente del consejo de honor.
Puso a Guadalajara en el mapa de la cultura hispana, pero para Raúl todo siempre empezaba en Buenos Aires — igual que para Gabo, aunque a diferencia del Nobel que nunca quiso regresar desde el 67, volvía por lo menos vez por año.
Su adorada Argentina también volvió de invitada de honor en la FIL en el 2014. Raúl citaba Alfonso Reyes cuando hablaba de la importancia de que México volviera a mirar al sur: la Argentina y México son dos brazos muy largos, si se abrazan se beneficia toda América latina.
“Yo creo que, desde tiempos ancestrales, la Argentina se ve como el país con más fortaleza cultural en el Cono Sur. Es un referente para los mexicanos en muchos sentidos”, me comentó una vez para una nota. “No creo que haya un mexicano al que no le guste el tango, como género musical. En la literatura, igualmente. Uno de los más grandes escritores, el propio Jorge Luis Borges, la imagen histórica de José Hernández… Manuel Puig, por ejemplo, un escritor más reciente, más moderno, que también ha dejado una enorme huella en nuestros países de América Latina y particularmente México. Se han convertido en referentes de la intelectualidad mexicana y creo que por eso la Argentina es vista más que con mucha simpatía. Me atrevería a decir que es un pueblo por el cual sentimos mucha admiración y respeto.”
La relación de Raúl con Argentina siempre ha sido especial. “Cuando iniciamos la organización de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, decidimos hacer el lanzamiento mundial precisamente en Buenos Aires, en el marco de su Feria Internacional del Libro”, cuenta. Fue en 1986, que para él fue una época memorable. Ese año dedicaba su edición a Jorge Luis Borges, en un homenaje muy sentido.
El pensamiento argentino fue de gran influencia en la vida de Raúl. “Para mí los escritores argentinos han sido siempre una referencia personal, desde los más famosos e históricos como Julio Cortázar, a quien tuve oportunidad de conocer en 1984 en Managua y Adolfo Bioy Casares, ambos gigantes escritores”, destaca. Les hizo a ambos un bellísimo homenaje al cumplirse cien años de sus natalicios en colaboración con el gobierno argentino durante la FIL.
“Uno de los mejores momentos que ha vivido la Feria fue cuando le dimos, justamente, el premio a Quino”, recordaba Raúl. Es un premio-homenaje que nosotros denominamos La Catrina, en honor a una de las imágenes gráficas más importantes de la caricatura mexicana, de José Guadalupe Posada. Quino, yo creo, adquirido una dimensión universal, es uno de los caricaturistas más importantes del mundo, muy reconocido. En Guadalajara fue un momento memorable.”
Había también recién descubierto sus raíces de judío sefardita por parte materna, aunque no con muchos hablara del tema. Escribió un cuento, que prometió mostrarme pero nunca lo hizo; guardo la esperanza de que en algún lugar, en alguna computadora, ahí esté.
Era un profundo admirador del judaísmo y del pueblo judío; de hecho conectarme con Ricardo y Cecilia Elías de la comunidad judía tapatía fue lo primero que hizo cuando aterricé en Guadalajara para quedarme.
Muchos años después, en 2013, Israel fue invitado de honor en la FIL. Me comentó una vez mi amigo David Unger, representante internacional de la FIL, que lo vio rezar conmovido en el Muro de las Lamentaciones, durante uno de los viajes preparatorios que realizaron a ese país, donde también dejó un papelito con sus deseos.
En una fiesta más reciente hablamos un largo rato del ser marrano y del antisemitismo impregnado en la versión oficial de la identidad española, que ha negado violentamente durante siglos el hecho de que la cultura y la presencia judías son parte esencial del ADN de España, con el gran escritor español José Manuel Fajardo, galardonado del premio Benveniste y cuya obra aborda ampliamente esa temática. Raúl se identificaba mucho con el pensamiento judaico, por eso me cuesta creer que se haya suicidado.
Conocí muy de cerca a su familia, en particular a su hermano Trino y su mujer Priscila; tuvo varios amores pero una sola esposa, Ana Mayagoitia, a cuya boda, a la que acudieron más de 500 invitados, en abril del 2000, tuve el honor de asistir, sentada junto a sus hermanos.
El último fue la talentosísima fotógrafa sueca-mexicana Maj Lindström, retratista de escritores y militante feminista, cuya lente ha inmortalizado a Camila Sosa Villada, a Dolores Reyes, a Claudia Piñeiro. Los vimos muy enamorados en la última FIL en noviembre pasado y habían quedado de visitarme en Blue Metropolis/Metropolis bleu, el festival literario internacional de Montreal, el primer festival multilingüe del mundo, cuya programación en español y portugués tengo a cargo que se hace ahora, a finales de abril.
Tengo el impulso de mandarle un mensaje preguntando cuándo llegan, igual que hago con mis demás invitados internacionales, ahora que estamos coordinando vuelos. No me puedo imaginar qué será de la FIL ni de mi vida como gestora cultural sin Raúl.
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