El Vaticano ha anunciado que del 10 al 24 de octubre será anfitrión de una magna reunión denominada “Asamblea Especial para el Medio Oriente” que reunirá a 172 obispos católicos procedentes de países musulmanes, 14 oficiales de la Curia romana, 14 ministros cristianos no católicos y 30 expertos académicos, con el fin de discutir a lo largo de dos semanas el problemático futuro de las comunidades católicas en el Medio Oriente. La preocupación se funda en el incontrovertible hecho de que éstas se encuentran en una situación de declinación numérica acelerada producto de huidas masivas hacia otras regiones a causa de su fragilidad ante el fenómeno del Islam político que cada vez las arrincona más.
Los trabajos de la reunión se basarán en un informe que documenta en forma detallada las vicisitudes trágicas que han experimentado los cristianos en Turquía, Siria, Irán, Palestina, Líbano e Irak. Como minoría diferenciada y discriminada, han padecido violaciones a sus derechos civiles, ataques a sus instituciones y asesinatos de dirigentes notables como fueron los casos de Monseñor Luigi Padovese y el padre Andrea Santero, ultimados en Turquía. Tan sólo en Irak, donde han sido frecuentes los incendios de centros culturales e iglesias, la población cristiana se ha reducido de 1.4 millones en 1984 a menos de 400 mil el día de hoy. En el caso de los territorios palestinos se presenta un cuadro similar: según Hanna Eissa, quien está a cargo de los asuntos cristianos en la Autoridad Palestina, los árabes-cristianos constituían el 10% de la población palestina total en 1920, mientras que en la actualidad su proporción se reduce tan sólo al 1%. Ciudades como Belén, que en 1995 contaban con una población de 20 mil cristianos, hoy alberga únicamente a 7500. Y ni qué decir de la situación en Gaza, donde el régimen islamista fanatizado del Hamas ha aterrorizado a sus cristianos con la consecuente huida de aquellos que han tenido la suficiente suerte como para conseguir escapar.
De tal suerte que la reunión del Sínodo en el Vaticano tiene como objetivo buscar maneras de fortalecer la identidad cristiana en esas zonas, lo mismo que de promover un ecumenismo prácticamente hoy ausente en los citados países musulmanes, donde los cristianos han sido relegados a posiciones precarias como si no fueran ciudadanos plenos cuya vida en esos lugares precede en el tiempo a la instauración del Islam. Así, conseguir el derecho a la “libertad religiosa” constituye una de las principales metas, entendida tal libertad no sólo como “libertad de conciencia”, sino como libertad de practicar abiertamente la religión que cada quien desee, e incluso la libertad de cambiar de religión.
Hay que añadir que en la citada reunión en el Vaticano que está a punto de iniciarse, el Papa Bendicto XVI y los miembros del Sínodo escucharán presentaciones del problema realizadas por tres miembros de religiones no cristianas que darán sus puntos de vista al respecto. El 13 de octubre comparecerá el rabino David Rosen, consejero del Rabinato en Jefe de Israel y director de asuntos interreligiosos del American Jewish Committee. Un día después harán lo propio el gran mufti de Beirut, Mohamed al-Sammak (sunnita), y el chiíta ayatola Sayed Mustafa Ahmadabadi, profesor de Ley Islámica de la Universidad de Teherán.
El hecho de que el Vaticano organice una reunión como la descrita, con la asistencia de tantas altas figuras eclesiásticas, muestra el grado de alarma que prevalece en la cúpula católica ante las embestidas de un Islam político que excluye por definición no sólo a quienes pertenecen a otras religiones sino también a los propios musulmanes que no concuerdan con el fanatismo que hoy predomina en muchas de esas regiones. Qué tanto efecto tendrán los mensajes y las políticas que emanarán de esa reunión sobre la situación cristiana en Oriente Medio es algo que está por verse. La impermeabilidad ante las críticas y protestas provenientes del bando de “los infieles y los herejes” es uno de los rasgos inherentes a cualquier fundamentalismo religioso, y en ese sentido todo indica que las probabilidades de mejorías sustanciales para los cristianos son, cuando menos en el corto plazo, bastante reducidas.
Fuente: Excélsior
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