Un acto conmovedor tuvo lugar en la helada Siberia hace pocos días: la sinagoga de los cantonistas de Tomsk retornó a manos de la comunidad judía después de casi 90 años.
Los cantonistas eran niños judíos que, por decreto emitido por el zar Nicolás I en 1827, eran secuestrados de sus familias y llevados a zonas lejanas del imperio para servir en el ejército durante 25 años. Además de los típicos maltratos de la milicia rusa, esos jóvenes eran intensamente presionados para convertirse a la fe cristiana ortodoxa. Sin embargo, tras ser dados de baja muchos regresaban a sus pueblos para reanudar su vida judía; paradójicamente, entonces solían ser tratados con distancia debido a sus toscas maneras de conscriptos.
Por ello, a principios del siglo XX los cantonistas del pueblo siberiano de Tomsk construyeron su propia sinagoga, una estructura de madera en el más puro estilo de aquella zona. En 1930 los comunistas confiscaron el edificio, al igual que los demás templos de la Unión Soviética.
Ahora, el alcalde de Tomsk, Ivan Klyayn, acaba de efectuar la devolución formal de la edificación a los descendientes de aquellos judíos, con la presencia del rabino jefe de la Federación Rusa, Berel Lazar.
Pero nadie se esperaba lo que sucedió durante la reunión. Baruj Ramatsky, jefe de esa kehilá, sorprendió a todos al presentarse con un pequeño Séfer Torá. “Mi familia ha estado guardando secretamente esta Torá durante 90 años. Ahora es tiempo de que salga de su escondite”.
The Times of Israel comenta que esta es una adecuada metáfora de la comunidad judía de Rusia, que hasta finales del siglo XIX era la mayor del mundo, y que varias décadas después de la caída de la “cortina de hierro” todavía está reemergiendo con cautela de su cascarón. “Como los cantonistas mismos, este es un símbolo de la resiliencia de los judíos ante la adversidad”, destaca la nota.
Y así, en temperaturas bajo cero, los miembros de la comunidad judía de Tomsk danzaron de nuevo con la Torá frente a la ruinosa sinagoga, mientras el alcalde de la ciudad le entregaba simbólicamente las llaves del edificio al rabino principal de Rusia.
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