La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto global e industrializado con unas consecuencias hasta entonces desconocidas. La tensión en Europa fruto de la carrera armamentista y las rivalidades imperialistas en África y Asia estalló en 1914 cuando el Imperio austrohúngaro declaró la guerra a Serbia por el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de un nacionalista serbobosnio. La guerra se extendió rápidamente debido a las alianzas que dividieron Europa en la Triple Entente, formada por Francia, el Reino Unido y Rusia, y la Triple Alianza, encabezada por Alemania, Austria-Hungría e Italia, que después cambiaría de bando.
Las ofensivas iniciales fracasaron y la guerra se estancó hasta 1917. La Revolución rusa en octubre llevó a los bolcheviques al poder con el objetivo de abandonar la guerra, por lo cual la paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918 liberó el frente oriental, lo que permitió a los Imperios Centrales focalizarse en el occidental. Sin embargo, los Aliados limitaron la ofensiva, pues Estados Unidos había incrementado su participación tras haber declarado la guerra a Alemania en abril de 1917 por hundir barcos donde iban pasajeros estadounidenses.
Los Imperios Centrales, ahogados, firmaron la paz en 1918: Bulgaria, el 28 de septiembre; el Imperio otomano, el 30 de octubre, y el Imperio austrohúngaro el 3 de noviembre. Una vez aislado el Imperio alemán, el káiser Guillermo II abdicó y se proclamó la República, que firmó el armisticio del 11 de noviembre en un tren en el bosque de la localidad francesa de Compiègne ante representantes de Francia y el Reino Unido.
Condiciones de paz para otro orden mundial
La reunión para acordar las condiciones de paz fue la Conferencia de París en 1919. Las negociaciones, lideradas por los Estados vencedores, se complicaron por las diferentes posturas. Mientras Francia quería castigar a Alemania, su rival histórico, y evitar futuras amenazas, el presidente estadounidense Woodrow Wilson defendía sus Catorce Puntos sobre anticolonialismo, libre comercio y cooperación mediante una organización internacional.
Pero, sobre todo, Versalles abordó las condiciones impuestas a Alemania, a la que culpaba de la guerra: el país fue desmilitarizado y condenado a una deuda abusiva por las indemnizaciones a los vencedores. Además, Francia recuperó Alsacia y Lorena, la Sociedad de Naciones administraría sus colonias hasta su independencia y el este de Alemania recayó en Polonia, que actuaría como muro del bolchevismo junto con las nuevas repúblicas que se habían independizado del antiguo Imperio ruso.
Con el resto de países vencidos también se firmaron los respectivos tratados, que conllevaron un nuevo mapa de Europa oriental: los grandes imperios desaparecían, dando paso a Estados-nación. El Imperio austrohúngaro se dividió en Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia, mientras que el Imperio otomano se redujo a la actual Turquía tras perder los mandatos británicos y franceses de Oriente Próximo.
El camino hacia la Segunda Guerra Mundial
La crisis de posguerra fue a su vez el clima perfecto para la agitación social. El triunfo de la Revolución rusa, por ejemplo, estimuló los movimientos revolucionarios socialistas y comunistas. Por otro lado, la incorporación de las mujeres al trabajo para suplir la falta de mano de obra masculina durante la guerra impulsó la lucha por sus derechos políticos. Asimismo, entre los excombatientes creció el nacionalismo, que se extendió conforme aumentaban las dificultades económicas y los impagos de las deudas.
Estados Unidos, entonces, intervino en la crisis económica con el Plan Dawes de 1924 para garantizar la estabilidad financiera internacional. Sus créditos permitieron una sensación de bienestar exagerada por una confianza ciega en el capitalismo durante los felices años veinte, pero esa sensación acabó con el crac del 29. Washington reaccionó cambiando la cooperación por el proteccionismo y el nacionalismo, y sus aliados lo imitaron. Junto a los resentimientos por las condiciones de paz y las promesas incumplidas de la guerra, esto actuó como caldo de cultivo para los movimientos fascistas de Italia, Alemania y España.
La Sociedad de Naciones, condenada desde su inicio, pues su valedor, Estados Unidos, no participó tras el rechazo del Senado, fue incapaz de cumplir sus puntos básicos, como el desarme o la solución de las tensiones mediante el diálogo. Su fracaso fue evidente cuando el Japón imperial, la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini la abandonaron entre 1933 y 1936. Su pasividad, marcada por la política de apaciguamiento, ante las acciones del Eje y la guerra civil española conduciría a una nueva guerra mundial.
Artículos Relacionados: