¡55 años!

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El 8 de enero de 1959 Fidel Castro entró a La Habana. El miércoles pasado, después de nueve meses alejado de los medios, Fidel reapareció en público en el aniversario de esa llegada triunfal al frente del Ejército Rebelde.

Yo estuve ahí, único periodista mexicano presente en ese acontecimiento que habría de cambiar el mapa político de América y del mundo. La pequeña historia, la de mi presencia en Cuba, empieza años antes con mis amigos mexicanos Jorge Besquin y “El Fofo” Gutiérrez, partidarios de Fidel desde cuando en México puso en práctica los planes revolucionarios para derrocar a Fulgencio Batista. “El Fofo” era esposo de Orquídea Pino, hermana del marino Onelio, capitán del yate Granma en su travesía de Tuxpan, Veracruz, al oriente cubano. Jorge y Gutiérrez, ingenieros petroleros, fueron apoyos incondicionales de Castro en su sueño guajiro de tumbar al dictador. La noche del 31 de diciembre de 1958 los tres matrimonios recibimos el año nuevo en el cabaret Capri, del Hotel Regis, en la Avenida Juárez de la ciudad de México.

En la madrugada del 1 de enero, apenas al entrar a casa, una llamada de la redacción: cayó Batista. Por eso, precisamente, había sido, minutos antes, el brindis último de los ingenieros, confiados en su buena ventura a pesar de mi escepticismo. Le hablé a Jorge; colgó enojado ante lo que consideró una broma de mal gusto. Llamé al “Fofo” y lo mismo: “Tómate un alcaseltzer”, me dijo, antes de dejarme hablando solo. Unos días después “Fofo” sería nombrado primer Director de la Industria Petrolera de la Cuba Revolucionaria, pero él no lo sabía esa noche cuando después de su cortón corrí a la oficina de los noticieros a mi cargo en Televisa y de ahí con un camarógrafo al primer avión a Cuba. Todos los vuelos comerciales, oficiales y privados cancelados. Nos instalamos en el aeropuerto. Al segundo día unos castristas jubilosos de su triunfo y hartos del exilio mexicano, rentaron un avión. Les pedí lugar: “Sí, pero tú solo”. Cargué la cámara Bolex de 16 mm y los carretes de película virgen en blanco y negro. La madrugada del 3 de enero llegué a Cuba.


En la fortaleza de la Cabaña Ernesto Guevara gobernaba la provincia de La Habana. Me recibió sin levantarse de la silla en un despacho mínimo, cordial en la plática ante su calabaza de mate, único objeto sobre el escritorio. Conservo el salvoconducto coronado con el escudo de Cuba sobre el texto: “Movimiento 26 de Julio. Dirección Provincial. Habana. El señor Jacobo Zabludovsky está autorizado para circular libremente por toda la provincia con el propósito de llevar a cabo la labor periodística que le ha sido encomendada. Deberá tener todas las facilidades necesarias para el cabal cumplimiento de sus funciones. La Habana, 4 de enero de 1959. Ismael Suárez de la Paz. Delegado Personal del Comandante Víctor Paneque Gallego. (firmado)”.

Acudí al periódico “Alerta” que en ese momento, a martillazos sobre sus letras de cemento, cambiaba de nombre por elde Revolución y de director: Carlos Franqui, quien me dio el itinerario de Fidel. En una radiodifusora alquilé la misma grabadora en que seis meses antes registré la voz de Batista dando a conocer el fin de la revuelta en su contra y el aniquilamiento de todos los revolucionarios de Sierra Maestra, cuyo triunfo lo había obligado a huir a Miami.

Fidel anunció la victoria el día 1 en Santiago y avanzaba hacia La Habana. El día seis estaría en Matanzas donde lo esperé junto a William Gálvez, joven barbudo recién nombrado jefe de la zona, quien estrenó el cargo al convertir el cuartel en escuela. En una de las aulas concedió Fidel su primera entrevista. Eché a andar la grabadora y pedí a un fotógrafo su ayuda para filmarla con mi Bolex. Lo hizo subido a una mesa. Dos días después, el 8, Fidel y yo entramos a La Habana, aunque, para ser respetuosos de la verdad histórica, entré una horas antes para filmar su llegada y recorrido por el malecón y otras avenidas. Restablecidos los vuelos comerciales, reabierto el aeropuerto de Rancho Boyeros y terminada la tarea, regresé a México. Esa noche pase toda la cinta sonora por XEQ radio y la imagen y sonido, por partes, en televisión.

Muchos años después Fidel dejaría de su puño y letra testimonio del encuentro: “Para nuestro viejo y conocido amigo de los primeros reportajes de la revolución triunfante, Jacobo Zabludovsky, con sinceras simpatías. Fidel Castro (firmado). Agosto 20. 75”.

Que Fidel y yo sobrevivamos hoy a esas horas decisivas es algo que ni la imaginación más audaz pudo suponer hace 55 años.

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