A Antonio Escudero en su desierto

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¡El silencio y la soledad son el supremo lujo de la vida!
(Thomas Merton)

Vive escondido. Sé una luz a los pies de tu prójimo
(“Pustinia”. Catherine Hueck Doherty)

Hace ya más de tres años, tuve yo la suerte y la alegría de presenciar, muy próxima y directamente, el luminoso cambio experimentado, sin duda por la gracia de Dios, pero por parte de un ser humano. Un giro espectacular, sin el estruendoso sonido propio de los “volantazos”, pero mucho más radical de dirección y de sentido. Y no sólo en cuanto a su pensamiento sino a su vida. Y esto le ocurrió, también sin duda con el concurso de su voluntad  -porque ni la gracia de Dios es totalmente gratis-  a quien entonces era prácticamente un desconocido para mí. Hoy, en cambio, ya bien podría yo decir que es un “viejo amigo”. Y ya sabemos todos muy bien, a estas alturas, lo que verdaderamente son para nosotros aquellos a quienes nos referimos, cuando somos sinceros, al utilizar esta expresión. En síntesis esencial, son los “amigos del alma”, aquellos que encontramos en el camino siguiendo nuestra misma dirección y, según creemos, nuestro destino final, y con los que proseguimos el diálogo iniciado con nosotros mismos.


Esto es lo que entonces era y hoy es para mí, Antonio Escudero Ríos, una persona que se ha ido agigantando a mis ojos, desde aquel día de su conversión. Visitado por la angustia y el dolor, desde entonces, primero casi dentro de él, y posteriormente en sí mismo, Antonio ha dado muestras patentes y palpables de lo que para mí yo bien quisiera. En primer lugar, de paz, lo cual ya es un inmenso tesoro, pero también de fortaleza y valor humanos que, desde luego, no pueden estar exentos de una profunda fe en Dios, en el Eterno, como a él le gusta llamar, con frecuencia, a esa insondable substancia increada, eterna e infinita. Porque, Antonio, no es ningún ser superficial, sino un filósofo puro, académica y rigurosamente formado en esta disciplina metafísica, la ciencia del filosofar, que no consiste tanto en dar respuestas  -de ello se encargan las ciencias positivas-  sino en hacer preguntas.

Pero la “razón vital”, como proponía Ortega, es la de hacérselas a uno mismo, y responderlas diseñando la propia vida, su quehacer en ella, asumiendo y hasta podríamos decir venciendo, todas las circunstancias, las más graves y estremecedoras, que puedan rodearnos en cualquier instante del tiempo. Antonio, hubo de sufrir, primero la repentina grave enfermedad y consiguientemente la muerte de su hermana Isabel, a la que, desde ambos niños, estuvo siempre intelectual y espiritualmente tan unido. Después el diagnóstico de una grave enfermedad en el esófago, que le situó y redujo en ocasiones a episodios material y psíquicamente dolorosos y deprimentes. Pero, Antonio no volvió la cara, ni perdió, como dicen los taurinos, la del toro, tan agresivo y fiero, sino que demostró que su recuperada Fe, no era “de salón”, ni de pacotilla, ni puro artificio diletante, tan propio de algunos que dicen pensar y sentir lo contrario, para “la galería”, sino una fe coherente y robusta, propia del hombre nuevo del que habla San Pablo, y no tanto ya del niño que fue Antonio, en Quintana de la Serena.

Y eso, le condujo, además de a la curación, a una especial clarividencia de cuantos graves y peligrosos males hoy acechan al mundo entero, pero especialmente a España, nuestra querida Sefarad, como él mismo también suele decir. Como ya lo era entonces, Antonio sigue siendo un fervoroso amigo de Israel, casi un soldado más de esta gran Nación, siempre alerta, ante el riesgo de ser destruida por sus enemigos, hasta el punto de que podría considerársele, al estilo de Saulo de Tarso un verdadero judeo-cristiano. Y, en este orden, Antonio está comprometido con la auténtica democracia, con la libertad y con cuantos otros valores esenciales hoy sufren el riesgo de ser destruidos por los también desde siempre verdaderos enemigos. Por los mismos de siempre.

Yo trato, muy humildemente, desde la impotencia que me rodea, como a tantos otros iguales a mí, de cooperar lo poco que puedo en esta lúcida y valiente lucha. Sin embargo, confío mucho más en Antonio, de lo muy poco que lo hago en mí mismo, porque él, además de ser una paloma, posee también los reflejos de las serpientes, colmados de experiencias de vida, de rigor intelectual instantáneo, aparte la potente artillería de su erudición e inmensa cultura. Por ello ya es una gran ventaja contar con personas como Antonio de nuestro lado, capaces de pasar por la vida derramando a su paso la paz y el amor, sin perjuicio de mantenerse, como los centinelas, en alerta permanente, frente a la lucha declarada al mundo del espíritu y de los valores espirituales más profundos. Un equilibrado intérprete del mandato de Jesús de Nazaret: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes.” Antonio me recuerda a Giovanni Papini, tras su conversión, sin limitarse por ello a pensar, leer y escribir desde la hondura del pensamiento cristiano, sino más que esto aún, a vivir como Jesús vivía.

Acerca de Luis Madrigal Tascón

Nace en León (España), el día 19 de Mayo de 1936, en el seno de una familia cristiana. Pertenece por tanto a la generación que no tomó parte en la Guerra Civil española (1936-1939). Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto Nacional Masculino de Enseñanza Media "Padre Isla", de León. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Ejerce la Abogacía, ante los Tribunales de Justicia, desde el año 1967, siendo en la actualidad el Letrado 9.336 del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Escribe Poesía, de cuyo género es autor de 9 Poemarios, todos ellos inéditos, así como Ensayo sobre temas históricos y filosóficos. Ha escrito también una novela, "El secreto para ser feliz", ambientada en la India, en la mitología hindú y el panteón hinduista, asimismo inédita.

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