A los 100 años de su fallecimiento. Shalom Aleijem, el escritor yiddish más universal

El idioma yiddish tuvo una breve época de gloria en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX. Tras casi un milenio de existencia de esta lengua, de pronto el Judaísmo europeo desató una oleada de talento en su propia “jerga”, que se expresó primero en la literatura y el teatro, y más adelante en la música popular y el cine. Los tres pilares de la literatura yiddish fueron Shalom Abramovitch (con el seudónimo de Méndele Móijer Sfórim), Itzjak Leibush Péretz, y el más popular de todos Shalom Aleijem, llamado “el maestro de la risa judía” Por:
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Nació con el nombre de Sholem Rabinovich en Pereyaslav, provincia de Poltava del Imperio Ruso (actual territorio de Ucrania), el 2 de marzo de 1859. Fue el tercer hijo de Menajem Nahum Rabinovich y Jaie Ester Zelding. Se trataba de una familia acomodada, religiosa pero sumergida en la cultura universal y aficionada a la literatura de la Haskalá (Iluminismo o Ilustración judía). Sin embargo, poco después su padre fracasó en los negocios y la familia se vio reducida a difíciles condiciones económicas.

Sholem fue criado en el shtetl (pequeña aldea mayoritariamente judía) de Boronkov. Desde pequeño demostró una gran capacidad de observación e imitación de los vecinos que veía en el shtetl, que más adelante lo inspirarían para crear sus personajes. Después regresó a Pereyaslav, donde cursó el gymnasium (bachillerato).

Cuando tenía 13 años, su madre murió en una epidemia de cólera; su padre contrajo nuevo matrimonio con una mujer de mal carácter, Jane, muy dada a insultar y maldecir a todos sus hijastros. Sholem elaboró un detallado glosario de estas expresiones, que le sería muy útil en su vida literaria; mucho después, Jane fue uno de los personajes más destacados de su autobiografía. También por aquella época el joven leyó la novela Robinson Crusoe, y escribió una versión en que imaginaba que el protagonista era judío.


Sin embargo, impulsado por su padre, Sholem continuó sus estudios religiosos; a los 21 años ejerció brevemente como rabino designado por el gobierno en el pueblo de Lubny, donde trabajó por apoyar a los más pobres.

Nacimiento de un escritor

Ya desde adolescente, Sholem trabajó como maestro particular de idioma ruso; así conoció a Olga Loiev, hija de un importante hombre de negocios, con quien contraería matrimonio en 1883 contra los deseos de este.

Por esas fechas abandonó su trabajo como rabino y comenzó a enviar sus primeros artículos en hebreo a los diarios Hatzefirá y Hamelitz, y en idish en el Idishes Folksblat de San Petersburgo, donde publicó su primer cuento basado en su noviazgo con Olga, Tzvéi Shtéiner (“Dos piedras”); este trabajo lo firmó como Shalom Aleijem, saludo hebreo que significa “La paz sea con ustedes”, aunque en el uso común quería decir más bien “¿Cómo te va?”. Al parecer empleó el seudónimo para ocultar su identidad de la familia, sobre todo de su padre; en aquella época el yiddish aún no era muy bien visto en los medios intelectuales judíos, por lo que fueron muy comunes los seudónimos. En poco tiempo, Shalom Aleijem se volvió popular gracias a sus trabajos en el Idishes Folksblat.

Eran días de decepción para la juventud judía rusa: tras un período de apertura en el país, durante el cual muchos habían apostado por asimilarse a la cultura general y entraron por miles a las universidades, tras el asesinato del zar Alejandro II comenzó una serie de pogromos. Unos cuantos de los decepcionados decidieron marcharse a Palestina para reconstruir el hogar ancestral; pero la mayoría optó por concentrarse en desarrollar su propia cultura judía como minoría nacional dentro del imperio.

Shalom Aleijem se radicó en Bielozerkov, en la provincia de Kiev. Al fallecer su suegro heredó su fortuna, le tocó administrar sus bienes y volvió a disponer de recursos para una vida acomodada; sacaba tiempo de su trabajo en el comercio, la bolsa y los seguros para hacer lo que realmente le interesaba, escribir. En esta época publicó varias novelas, cuentos, crítica literaria, seriados y poemas, no solo en idish sino también en hebreo y ruso.

En 1888, uno de sus años más productivos, Shalom Aleijem editó, con sus propios fondos, un anuario de literatura yiddish titulado Di Idische Folksbibliotek, con el cual buscaba elevar el nivel de respetabilidad de la lengua y promocionar a sus nuevos autores. Este anuario causó gran revuelo, y fue un elemento fundamental en la consolidación de la “alta cultura” yiddish.

Ese mismo año, Shalom Aleijem publicó su novela Sender Blanc y su familia, donde dio muestras de un estilo humorístico que incorporaba la crítica social. A diferencia de I. L. Peretz y Méndele Móijer Sfórim, su tono no era satírico ni psicológico; el humor lo acercaba a los lectores.

Una de sus creaciones imperecederas fue “Kasrílevke”, un shtetl imaginario que reunía peripecias y personajes que podían identificarse en cualquier shtetl. La mayoría de sus historias tendrían lugar allí, aunque también inventó las aldeas de Anatevka y Bóiberik, y la gran ciudad de Yejúpets. Los habitantes de los shtetls mostraban, en sus palabras, “la capacidad para soportar, sobrellevar y sobrevivir a toda suerte de calamidades que la vida y los hombres les acarrea; sin embargo, por muy dolorida que esté, la gente del shtetl no pierde la jovialidad, la sonrisa, el chiste, la broma para endulzar los amargos infortunios”.

El shtetl de Shalom Aleijem, a diferencia de la imagen que habían creado otros escritores, no es un lugar estancado; en medio de la pobreza y el barro sus habitantes se “mueven”, emprenden nuevos proyectos y, sobre todo, piensan en salir al gran mundo. Las historias de Kasrílevke son, en cierta forma, cíclicas. Los personajes atraviesan inicialmente momentos buenos; luego ocurre alguna “catástrofe” grande o pequeña, todo parece desmoronarse, pero al final hay un renacimiento, un resurgir. Es el ciclo de vida del judío de la diáspora.

Muchas de las historias de Shalom Aleijem están narradas en primera persona por sus protagonistas, en forma de cartas o monólogos. Casi siempre se publicaban por entregas y después se recopilaron en forma de libros, de los cuales se editaron unos 40 en total. En algunos casos estos seriados duraron más de 20 años, prácticamente hasta la muerte del autor.

Personajes memorables

En 1890, Shalom Aleijem editó el segundo anuario de literatura yiddish; pero ese año la fortuna dejó de sonreírle una vez más, al perder todos sus ahorros en la bolsa. Se marchó de Rusia y residió por breve tiempo en París, Viena y Chérnovitz, antes de reunirse con su familia en Odessa, cuando su suegra pagó sus deudas.

Esta fue la época más dura para Shalom Aleijem, en la cual escribió mucho menos. Sin embargo, dio vida a dos personajes inmortales: Menájem Mendl y Tevie el lechero, verdaderos arquetipos del judío del shtetl.

Menájem Mendl es un hombre pobre en lo material y lo intelectual, pero siempre lleno de grandes planes y fantasías, de las que habla todo el tiempo buscando convencer a los demás. Predeciblemente sus planes fracasan, arrastrando con ellos a sus desventurados “socios”; pero Menájem Mendl “se vuelve a levantar y comienza de nuevo a edificar castillos en el aire”, como escribe Samuel Rollansky, biógrafo de Shalom Aleijem. La esposa de Menájem, Sheine Shéindl, tiene que soportar las interminables quimeras de su marido, ese bribón ingenuo que genera una simpatía irresistible.

El estilo humorístico de Shalom Aleijem esconde con frecuencia la crítica social. Un ejemplo es el cuento Tres cabecitas, que describe a tres hermanitos pequeños que viven en un minúsculo apartamento en la ciudad, en medio de la miseria. El mayorcito ya va al jéder (escuela de primeras letras), por lo que los otros dos, un niño y una niña, lo admiran. Él les cuenta sobre las cosas que ve y aprende, dejándolos maravillados, como cuando les habla de grandes edificios llenos de ventanas, máquinas que cosen solas y cómo crecen los árboles. Porque los más pequeños no salen nunca del minúsculo hogar; solo pueden mirar por la ventana mientras su padre trabaja armando cajas, y su madre cocina y limpia.

“Una sola ventana, minúscula, que se disputaban las tres cabecitas. ¿Qué veían por la ventana? Una pared; una pared alta, ancha, gris, húmeda, permanentemente húmeda. Hasta en verano. ¿Y el sol? ¿Llegaba el sol? Sí, desde luego, llegaba a veces. No precisamente el sol, sino su reflejo. En esas ocasiones, verdaderos momentos de fiesta, las tres bellas cabecitas se lanzaban a la ventana, alzaban la vista, miraban hacia arriba, bien arriba. Veían una cinta azul, una franja azul, larga y angosta”.

No sorprende que algunos críticos hayan llamado a Shalom Aleijem “el Charles Dickens judío”.

Pero el personaje más célebre de Shalom Aleijem es el entrañable Tevie el lechero. En palabras de Rollansky, “Tevie es el hombre del pueblo, trabajador, que ama al mundo, a los hombres y a todos los seres vivos que pueblan la Tierra. Vive una existencia plagada de sufrimientos, pero no se queja de nadie. Todo lo acepta con una sonrisa en los labios. Lo habrá dispuesto el destino… Tevie no puede odiar, ni siquiera a sus enemigos. Y enemigos los tiene, aunque no sabe por qué. Sus vecinos gentiles, con quienes convivió toda la vida en pacífica armonía, lo expulsan de la aldea y desbaratan su hogar. Todos ellos, no obstante, aseguran que Tevie es un buen hombre ‘aunque sea judío’”…

Las historias de Tevie pintan un fresco de la vida del shtetl en la dramática transición de finales del siglo XIX y principios del XX: hijas que escogen sus propios esposos, ideas políticas revolucionarias, pogromos, sionismo, la emigración a América. Tevie lo enfrenta todo empleando frases de los textos sagrados, que cita e interpreta en una forma muy personal. Discute con Dios, se enoja con él, luego lo perdona y sigue adelante. Tevie es el pueblo judío en toda su universalidad.

No sorprende que los cuentos de Tevie el lechero, en una selección titulada El violinista sobre el tejado, hayan podido adaptarse al teatro musical y el cine con un éxito resonante.

Los golpes de la vida

En 1903 se produjo el terrible pogromo en Kishinev, en la actual Moldavia, donde murieron decenas de judíos y cientos de familias perdieron sus hogares. Esto sacudió profundamente a Shalom Aleijem, quien organizó la edición de un libro a beneficio de las víctimas y sus familias titulado Auxilio: una antología para la literatura y el arte, que se editó en Varsovia en 1904; en esta gran obra colaboraron entre otros León Tolstoi —con quien Shalom Aleijem mantenía correspondencia—, Anton Chéjov y otros grandes literatos rusos. Otras de sus amistades fueron los poetas Máximo Gorki y Jaim Najman Bialik.

Pero en 1905 el terror lo tocó más de cerca: en el propio Kiev, donde vivía, se produjo un pogromo antijudío a raíz de la Primera Revolución Rusa. Shalom Aleijem y su familia decidieron trasladarse a Estados Unidos, adonde llegaron con dificultad en 1906 tras pasar por ciudades como Lémberg (Lwow), Amberes y Londres; las dificultades burocráticas que tuvo que enfrentar las plasmó en una serie que había comenzado a escribir poco antes: Mótel, el hijo del cantor Peise.

Mótel es un niño de 8 años que queda huérfano. Su madre y hermano venden todos los muebles y demás posesiones para reunir dinero y marcharse a América. En el largo periplo, durante el cual atraviesan buena parte de Europa, los acompaña un amigo de su hermano, Piñe, un intelectual excéntrico que siempre tiene los bolsillos llenos de papelitos con notas, apasionado por la libertad y modernidad que encontrarán en Estados Unidos, donde todos los judíos viven bien…

A este grupo de emigrantes se van añadiendo por el camino otros miembros de su familia extendida y conocidos de Kasrílevke. Porque en Mótel, el hijo del cantor Peise, el shtetl se disuelve, se disgrega, huye definitivamente del viejo mundo que tan mal lo ha tratado. La última parte de la serie transcurre en Nueva York, donde los emigrantes descubren que las cosas no son tan fáciles, pero son libres y siempre existe la posibilidad de nuevos comienzos.

La inmortalidad

A pesar de la cálida bienvenida que recibió en Nueva York, Shalom Aleijem no logró sostenerse económicamente y regresó decepcionado a Europa. Había enfermado de tuberculosis durante uno de sus viajes por Rusia; desde entonces pasó largas temporadas postrado en cama, pero no abandonó el trabajo. Esta convalecencia le impidió asistir a la primera Conferencia Internacional de la Lengua Idish, celebrada en Chernovitz en 1908.

Shalom Aleijem volvió a escribir con profusión, lo cual le resultaba imprescindible para sostenerse económicamente; a pesar de su popularidad, sus trabajos solo enriquecían a los editores y favorecían a los dueños de la creciente cantidad de periódicos idish de Europa y Norteamérica. También comenzó a hacer lecturas de sus obras, que atrajeron a un numeroso público en una época en que se hablaba idish en todas partes; escribió algunas obras de teatro que, aunque con distinto éxito, se representaron en Alemania, Francia, Estados Unidos y otros países.

En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, emprendió de nuevo viaje a Estados Unidos con su familia, y volvió a radicarse en Nueva York; allí falleció el 13 de mayo de 1916. Mótel, el hijo del cantor Peise quedó inconcluso, así como su autobiografía, Funem yarid (“Desde la feria”).

Activo sionista

Además de su dedicación a la narrativa, Shalom Aleijem fue también un apasionado sionista. En la década de 1880 se había afiliado al movimiento Jibat Zion (Amantes de Sión), para el cual escribió varios folletos propagandísticos. En 1897, a raíz del Primer Congreso Sionista, fue autor del influyente opúsculo ¿Por qué necesitan los judíos un país? También escribió una “novela sionista”, Los tiempos del Mesías (1898). Más tarde, en 1907, fungiría como representante de los judíos neoyorquinos en el Congreso Sionista celebrado en La Haya.

A pesar de su sionismo, estaba de acuerdo con los “bundistas” (militantes de la cultura y la organización sindical judía en Europa) en que el idish debía ser un idioma nacional de los judíos.*

*Véase el dossier “Los judíos y las luchas laborales”, en NMI Nº 1830: http://bit.ly/1QYGF95

Las crónicas de la época señalan que al conocerse la noticia de su fallecimiento casi todos los establecimientos judíos de Nueva York cerraron sus puertas; el velorio duró dos días, y cientos de miles de personas acompañaron los restos del escritor al cementerio de Brooklyn.

“Quiero que mi nombre se recuerde con risa, o no se recuerde”, escribió en su testamento. Él mismo no imaginó cuán recordado sería. En Israel, Estados Unidos y Europa Occidental sus obras no han dejado de editarse durante el siglo trascurrido. En la Unión Soviética, incluso bajo el estalinismo, se le consideró un defensor de los campesinos y proletarios, y sus trabajos circularon por millones de ejemplares en varios de los idiomas de ese imperio. Tras la desintegración de la URSS han aparecido monumentos, calles, escuelas, monedas y estampillas con su nombre en Rusia, Ucrania, Rumania, Lituania y Birobidyán, así como en Israel, Estados Unidos, Australia, Argentina y muchos otros países.

Shalom Aleijem se convirtió en sinónimo de la literatura idish, y a la vez en el escritor judío más universal de los tiempos modernos. Con su humor marcó el auge y declive del shtetl, ese universo rico, dinámico y profundo que pronto desaparecería en la vorágine de la historia.

Fuentes:

  • Eduardo Weinfeld, compilador (1957). Literatura idish. México: Editorial Enciclopedia Judaica Castellana, serie Tesoros del Judaísmo.
  • Encyclopaedia Judaica, volumen 14 (1971). Jerusalén-Nueva York: The MacMillan Company.
  • Samuel Rollansky (1966). Schólem Aléijem, la sonrisa de la vida judía. Buenos Aires: Biblioteca Popular Judía.
  • Shalom Aleijem (1968). Cuentos de niños. Buenos Aires: Acervo Cultural Editores.

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