A un siglo de Balfour, el fracaso árabe

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La Declaración Balfour, firmada el 02 de noviembre de 1917, fue el documento en el que por primera vez el gobierno británico respaldó el establecimiento de “un hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina. Muchos israelíes consideran que fue la piedra fundacional del Israel moderno y la salvación de los judíos. En contraposición, para la mayoría de los países árabes islámicos y para los palestinos fue un acto en el que fueron traicionados.

El texto de la Declaración fue incluido por la Liga de las Naciones (organismo que precedió a las Naciones Unidas) en el Mandato Británico sobre Palestina en 1922. Así, el Reino Unido quedaba formalmente encargado de la administración de esos territorios.

Lo sorprendente es que un siglo después de la Declaración Balfour, los dirigentes políticos árabes no han logrado construir un Estado-Nación que posea conocimiento, justicia, capacidad económica, social y humana para sus pueblos a quienes solo han brindado dolor, postergación y sufrimiento al focalizar sus políticas solo en enfrentar al “enemigo israelí”.


En el mes de noviembre de este año, se cumplirán 101 años en los que la élite gobernante árabe islámica ha desperdiciado infinidades de oportunidades en todos los aspectos sin haber hecho algo más que confrontar a Israel, mientras su infraestructura social, cultural y educacional se hallaba en crisis en áreas del conocimiento, la política, la economía, y en el total de su sociedad y pensamiento.

Según un informe de Naciones Unidas sobre el conocimiento en el mundo árabe, efectuado en diciembre del año 2017, a pesar de sus 470 universidades, con una matrícula de nueve millones de estudiantes y un profesorado de 120.000 conferencistas y docentes, la educación superior es muy escasa en el área de la investigación científica como así mismo en su incapacidad de adaptarse a la cultura digital y en su incompatibilidad con la cultura científica y humana universal en el mundo árabe islámico.

El gasto en investigación científica es extremadamente insignificante. Incluso en Egipto, el país árabe donde el despertar cultural es el más arraigado solo el 0,39% del producto nacional bruto es asignado a la investigación científica, frente al 4,02% en Corea del Sur y el 3,41% en Japón.

Los científicos y centros de investigación son una rareza en el mundo árabe y las investigaciones publicadas allí constituyen solo el 0,9% del promedio mundial, y en materia de patentes, peor aún, el número de patentes registradas por los árabes en los últimos 60 años no supera el número de las registradas únicamente por Malasia.

Tristemente para los árabes ni una sola universidad árabe se encuentra entre las 500 mejores del mundo, mientras que Israel sobrepasa a los árabes a un ritmo astronómico en inventos y en exportaciones de alta tecnología. Israel ha eliminado totalmente el analfabetismo entre sus ciudadanos, al tiempo que los indices entre los países árabes indican la alarmante cifra de que un 22% sigue siendo analfabeto.

Los árabes no han logrado -durante el mencionado siglo de conflicto con lo que denominan el enemigo sionista- construir un Estado único de leyes y justicia. El informe de transparencia internacional del 2017 mostró que 6 de los 10 países más corruptos del mundo son árabes. Países tales como Egipto y Túnez ocupan el puesto 108 en corrupción y el Líbano ocupa el puesto 136, mientras que Israel ocupa el lugar 33, ubicándose dentro de los países más desarrollados.

Tampoco los árabes han logrado construir una “Nación”, una “Patria” o una “Sociedad”. En palabras de Konstantin Zureik, “eso esta sucediendo y ha sucedido porque la división tribal todavía los aleja de lograr la unidad pan-árabe real”. Tampoco han logrado establecer un país en el que exista justicia económica, las brechas de clase entre los árabes son enormes y el desempleo, especialmente entre los jóvenes, alcanza hoy el 37,7% en Egipto; 33,2%; en Irak y el 44.7% en Mauritania.

Ante este escenario, no hay duda que la resistencia de los árabes contra Israel debería comenzar con la lectura, el reconocimiento y una profunda auto-crítica sobre estas cifras y estos hechos. Ciertamente los árabes no han escatimado sangre, martirios, inmolaciones ni auto-sacrificios, pero no es eso lo que se necesita para entrar en la modernidad. A todas luces han sido negligentes en las áreas de ciencia, economía, sociedad y política, todos ellos, puntos vitales y fuente de la fortaleza del mundo moderno que Israel si encarna y que los árabes han ignorado perjudicándose a si mismos al elegir la confrontación y la violencia a la paz y el desarrollo hacia la modernidad.

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