Aceite saudita para la paz

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El Rey Abdula de Arabia Saudita convocó a los musulmanes a unirse contra el extremismo, en una conferencia sobre diálogo entre las distintas religiones que abrió estos días en la ciudad sagrada de Meca. La conferencia incluye escolares musulmanes Suni y Shia convidados por la Liga Mundial Musulmana, y en el futuro incluirá a judíos y cristianos.

Los sauditas se han abstenido de intervenir abiertamente en los conflictos de su área territorial o del mundo musulmán en general, la estrategia de “no hacer olas”. Grupos extremistas fuera de su país han recibido suficiente dinero para no molestar a los ricos príncipes patrocinadores. ¿Qué convierte ahora a los sauditas en promotores de la paz?

Una razón es la preocupación de clérigos sauditas por los movimientos Shia, particularmente los de Irán y del Hezbola, a quienes consideran desestabilizadores del mundo árabe y hostiles a los Sunitas en Irak, Líbano, Yemen y en Irán mismo.


Arabia Saudita ha padecido en carne propia desde el 2003 las acciones terroristas de Al Qaeda, a quién ha combatido con éxito. En Irak los sauditas han contribuido a debilitar a este grupo terrorista con la característica “pegajosa” del petróleo que aglutina conciencias y despeja dudas teológicas, al transformarse en lluvia de dólares sobre terreno seco dominado por líderes tribales.

Recordaremos que el cisma entre concepciones Suni y Shia es más amplio que la Falla de San Andrés. Como en las guerras entre protestantes y católicos, mencheviques y bolcheviques o “Chuchos y Encinistas”, las pequeñas diferencias son tan o más importantes que las que existen con los infieles, que aunque ignoran la Verdad no proponen un “camino equivocado”. Particularmente entre musulmanes, esta separación corre paralela a las fronteras con Irán, país mayormente Shia y constituido por etnias y lenguajes diferentes al de las naciones árabes, que son mayormente Suni.

Adicionalmente, el mal manejo de la economía Iraní y de su industria petrolera, asimismo la opresión de voces disidentes reformistas, han creado tensiones en ese país que preocupan a los sauditas. Conocen el efecto del agua hirviendo en caldera sin válvula de escape, presión que se aprecia en las amenazas del presidente iraní de exterminar el Estado de Israel, que no tiene vela en ningún entierro en Teherán pero podría verse arrastrado a atacar Irán.

Finalmente, los “trapitos bajo el sol” en este llamado saudita al diálogo interreligioso son barriles bajo la arena que hace un año se vendían a $40 dólares y hoy han triplicado su precio. Mientras los economistas se debaten si los precios son el resultado de demanda o especulación, del déficit de EU y la depreciación del dólar, la caja registradora saudita parece campana de iglesia en domingo y la memoria les aconseja aprovechar estos precios altos para tiempos no tan buenos. Carecen de ideólogos que les convenzan que “el petróleo es de ellos” y por tanto hay que dejarlo enterrado; como buenos comerciantes saben cuando hay que vender.

¿Qué les impediría seguir con la bonanza? Ciertamente un Irán agresivo, militarmente más poderoso que los sauditas y pronto con atómicas. Aunque los americanos ofrecerían ayuda, su récord no ha sido muy bueno en Irak, sus políticas como sus presidentes cambian cada cuatro años y defender a un país islamista, fanático y misógino, no sería muy popular ahora. Así que no tener guerra es la mejor alternativa.

La conferencia en Meca mandaría varias señales: a los Sunitas de Irak y de Líbano, que no están solos en su preocupación por los ataques Shiitas contra ellos; a los iraníes, que Arabia Saudita está dispuesta a tomar acción contra sus pretensiones geopolíticas; a los moderados de ambas denominaciones, un camino para la opción de convivencia entre ambas.

El interés saudita por pacificar la región se ha extendido hacia Siria e Israel, ahora en pláticas sobre el Golan, y a la reciente tregua entre Israel y el Hamas de Gaza. No debemos de confundir este vuelco a la paz como golpes de pecho ideológicos, sirven sólo para maximizar la venta de petróleo a precios actuales. Y sin embargo, ¿quién dijo que el mayor beneficio universal se alcanzará cuando todas las naciones sirvan sus intereses genuinos?

En América Latina, el petróleo parece cumplir una función opuesta a la de estabilizar la región, cuando observamos el destino de dineros venezolanos y los debates en México del Sagrado Concilio de la Teología del Petróleo.

Acerca de Jacobo Wapinsky

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