Acerca de la orden nueva de Toledo. En elogio y defensa de Israel

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Todos los que aborrecen a Sión,
Serán como la hierba de los tejados,
Que se seca antes que crezca.
Salmos,129,5-6

Los hechos a continuación, de los que aquí se informa, son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Las expresiones que por aquí yerran no tienen sentido. Si alguien aquí cree entender algo, pura coincidencia.

Y sin embargo… escribo. Os hablo de la Orden Nueva de Toledo, comunidad sin estatutos, sin comités de disciplina, sin cuota fija. Es, lo que se dice, una “comunidad inconfesable”.


Sus miembros aman el silencio. Hablan, y callan, en silencio. Escuchan. Ese es el camino que siguen hacia donde la intimidad se va haciendo más y más profunda, bosque cerrado y noche cuanto más cerrada más abierta. Allí se encierra lo secreto… simples y queridos recuerdos. En silencio y soledad se incuban y hierven las pasiones, el arcón está lleno. Hay hasta rayos de luna que puedo desdoblar, lo saben, los miembros de la Orden.

Y sin embargo… hablan, denuncian. A gritos, si es preciso. Sí. Los miembros de la Orden son críticos. Con todo poder. Críticos en extremo y a ultranza, sin límites, sin fin. Críticos con toda ley. Porque la respetan. Por eso son críticos. Porque saben que no podemos vivir sin ley. Siempre. Alguna. En cada momento. Y en cada momento, buscan y exigen siempre la mejor. Y en su búsqueda, su crítica no tiene fin. Ni su íntimo compromiso con ella… Porque callé, mis huesos se consumían .

Se llaman Orden. Por eso. Han visto los desastres y aniquilaciones a los que ha conducido el verlo todo con un solo ojo, el someterlo todo, el reducirlo todo, a un único principio, o razón, o punto de vista, único. Sea éste el espíritu, o sea la materia. Son totalitarismos… y ellos los denuncian, son sus declarados enemigos. Denuncian que el llamado materialismo histórico con un solo ojo, al convertir en dogma la razonable obviedad de que todo tiene una dimensión económica, ha conducido al relativismo moral, a la increencia inane, a la vergüenza de la razón, a la confusión del valor con el precio y al nihilismo beato, colaborador con los peores horrores y con la indiferencia. No. Hacen falta dos, principios, al menos. Los dos… Quizá, en un límite del mundo, o en un más allá de todo, pasando de todo, todo se reduzca a uno. No lo sé. Pero aquí, hoy, en el tiempo que somos, espíritu y materia se necesitan, uno a otro: Ilusión y experiencia. Proyecto y camino. Deseo y posesión. Intenciones y resultados. Quietud y acción. Por eso, los miembros de la Orden se miran en aquellos caballeros templarios que inauguraron oficialmente en el mundo la doble militancia, la del alma y la del cuerpo, monjes guerreros, espíritus combativos, que en su doble militancia templaron el más extremo valor: indiferente al éxito o fracaso momentáneo o personal, indiferente a equivocarse y rectificar una y otra vez, sin fin. Y tienen, también como aquéllos, su Gran Maestre. Se trata de un quieto e inquieto pensador: Antonio Escudero Ríos.

Y sin embargo… aunque guerreros, he aquí la gran máxima de esta Orden: NO MATARÁS. Es, desde luego, muy antigua. Y sin embargo… parece increíble que esté tardando tanto tiempo el ser humano en darse cuenta de ella y aceptarla… a través de un larguísimo camino… Y he aquí, en este camino, dos momentos: Uno fue cuando el imperio romano y el humanismo antiguo, cuando, primero entre judíos, y luego entre cristianos, se fue poniendo coto, lenta y progresivamente, a la pena de muerte. Y otro, más tarde, cuando el humanismo renacentista, cuando fue dándose lugar a una versión más profunda, de esa máxima, más arriesgada. Muy repetida, pero poco comprendida y aplicada: VIVE Y DEJA VIVIR … Hoy se dice inspirar no sólo las relaciones humanas sino las de toda la naturaleza. Sí. ¡Por la vida! ¡Por el placer y la alegría de vivir! Y en esa dirección orientan siempre en la Orden refriega y calma. Fuertes. Prudentes. Ágiles. Pacientes… Libres. En defensa y búsqueda de su propia vida y de la de los demás. Sí: Libre circulación por todo el mundo. Libertad de tránsito, externo e interno, libertad de comercio entre los seres y los no seres. Libertad, cada vez, siempre extrema. La libertad de todos es la civilización… invitación al viaje… Pues éste fue, precisamente, el trabajo del templario: la protección del viajero… un trabajo en la tradición recibida, y tan olvidada, de esa otra sublime máxima del Libro: AMARÁS AL EXTRANJERO . Amor a la fluidez. Abrir puertas y caminos. Viajar. Ser extranjero. Es necesario.

Y sin embargo… no se trata de escapar, viajar no es escapar, no siempre. Ni jugar, ni cazar, ni magia ni ficción ni espectáculo. No se trata de olvidar. Sino de irse. Y volver. V E TE . De tu tierra, hacia ti mismo. Amar la distancia. Sin ella, no hay vida. No es desapego. Es reencuentro. Se trata de viajar con sentido. Íntimo y público. A eso se llama, pe-re-gri-nar. Para esta Orden, como para el templario, el viaje ni es ni vuelve indiferente al lugar, pues: Esta Tierra está marcada. Voy a decirlo: Jerusalén. Ahí. Porque el lugar es la memoria. Y no hay memoria sin lugar. Y hay que recordarlo todos los días: que el camino – más viejo y largo que el hombre – que conduce en esta Tierra a la convivencia y a la paz está marcado. Voy a decirlo: Por judíos y por griegos… y les siguieron tantos romanos, cristianos y musulmanes, herejes y ortodoxos, humanistas e ilustrados. Por eso, para esta Orden, en un mundo como el actual, la existencia y defensa de un estado de Israel democrático y fuerte, es esencial en ese viejo y largo camino que surgió entre judíos y griegos. Por eso, para esta Orden, en un mundo como el actual, la lucha contra el mortal enemigo hoy de ese camino, el integrismo islámico, que – especialmente durante las últimas décadas, al incorporar los métodos de los totalitarismos occidentales – parece ser la única autoridad y referencia para todo el mundo islámico, es un objetivo político primordial y urgente, vital. Por eso, para esta Orden, en un mundo como el actual, en el que no pueden ignorarse los nacionalismos – aunque tantos crímenes han cometido y siguen cometiendo – , la existencia de un estado de Israel judío, de un estado del Líbano cristiano, y de libertad de culto y de pensamiento en ellos y en todas partes, es todo un objetivo estratégico. Por eso, desde el otro extremo del Mediterráneo, esta Orden marca su nombre con el de una ciudad que otro tiempo fue vivo hervidero de espíritus, lenguas y cuerpos: Toledo. El nacionalismo español acabó con él. Quizá hoy, sobre los Derechos Humanos, quizá hoy, un nuevo Toledo pudiera recuperar aquella vieja vida… Pero ahora, en paz duradera. Un símbolo, un ideal, para el mundo. En Toledo se puede vivir y también se puede soñar. Los que vamos a Toledo, vamos a soñar y… me desperté, en el Toledo de la fe y del futuro .

Los caminos, son muy largos. Hay muchos, en España… en Hispania, Al-Andalus, Sefarad… por donde el alma, parada, viaja, más rápida que los pies, en lo callado. ¿Quién no está, por San Saturio, en Soria, más cerca, y más remoto, de si mismo? Es ése, también, un lugar, en el firmamento de la Orden. Y se vuelven, se ramifican los caminos… como las ramas del Árbol del Conocimiento que el viento azota y por las que, fluye, y, con dolor a veces, se desparrama. Por eso invita al sueño. En la Orden plantan árboles y yerbas en los caminos. Pero el conocimiento amenaza, sí, en su celo, con la destrucción. Y entonces ¿qué hacer, del sinsentido? ¿Soñar? Sí, soñar mirando al otro árbol, el árbol del Desprendimiento, y estarse a su sombra, aprendiendo, y… siempre más allá, seguir siempre la dirección de… eso, que le llaman… sentimiento. Pero que es mucho más. Es poder y no poder, querer. Y no querer. Es tan sencillo y desconocido, y tan manido y sobado, que no voy a decirlo ahora. Pero que, para terminar, lo que os dejo es, en su lugar, la flor persa en el punto final: un jazmín.

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