Acerca de las guerras, la mirada de un pacifista: Ernest Tugendhat

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La guerra es la caída en lo que se denomina el status naturae (estado de naturaleza). Como dijo Hobbes, el hombre es un lobo para el hombre, una descripción con la que tal vez se señala algo correcto pero que es un insulto para el lobo, pues ni los lobos ni otros animales de cualesquiera especie, con excepción del ser humano, se mata entre sí.

Toda guerra es por lo tanto un mal. Esta es una posición valorativa compartida en la actualidad por todos, pero no siempre ha sido asi. El punto de referencia de la justificación de la guerra le parece al pensador judeo alemán, que vivió parte de su vida en Venezuela, podría ser entendido de modo análogo a la posible justificación de un acto violento de un individuo sobre otros.

Tomemos en consideración estas reglas que tienen un significado central en la teoría de la guerra justa.


La primera dice que un estado tiene que haber cometido una injusticia en perjuicio del otro. Se puede añadir que esta injusticia tiene que haber sido considerable.

En segundo lugar, la solución bélica sólo es legítima si antes se ha hecho todo lo posible para lograr una solución sin medios bélicos, es decir se han agotado todos los recursos pacíficos para la desaparición del mal.

La tercer regla dice que una guerra será justa en la medida en que se puede prever que los daños que causará no serán mayores que los que quiere paliar. Los males que la guerra conlleva no deben preverse desproporcionados en relación con el mal que ha de ser evitado. Este principio forma parte de la ética de la responsabilidad: para reparar un crimen no se puede cometer crímenes aún más terribles, pero en la práctica vemos que el atacante tiene una sola preocupación: que las pérdidas propias se rebajen tanto como sea sin importar las que se le ocasione al enemigo.

La segunda realidad que echa por tierra todo lo antedicho, es la comprobación de que los superpoderes (EEUU, Rusia) no precisan de justificaciones para sus acciones, es decir están más allá del concepto de guerra justa. En un discurso de Kissinger en Bruselas el 1ero. de setiembre de 1979, señaló que nunca en la historia se ha dado el caso de que una nación haya alcanzado superioridad en todas las categorías armamentísticas esenciales y no haya intentado también conseguir algún tipo de ganancia en política exterior con ellas. Quiere decir que las guerras serán evaluadas por la comunidad internacional cuando un pequeño Estado es atacado por uno mediano, ya que por ejemplo ninguna cuenta rindió EEUU cuando invadió Panamá o asimismo la Unión Soviética o mas cercano en el tiempo Rusia con sus propias aventuras bélicas.

La tercer realidad fáctica es que el carácter democrático del estado beligerante nada cambia, ya que dicho carácter está orientado a la política interior. Hacia el exterior sólo existe la ley del lejano oeste. Los propios intereses, no los derechos humanos.

Para que una guerra se desate, el beligerante será movido por varios factores. Los intereses de los grupos de poder y los poderosos que en los estados no democráticos defienden su propia supervivencia y no el interés de sus respectivos pueblos. Los consejos de los líderes militares, los fabricantes de armas, y naturalmente la clase política dominante. Ellos conforman lo que se verá como los intereses nacionales. Pero existen además motivos ideológicos y emocionales. Muchos de nosotros nos entendemos a nosotros mismos tanto como seres humanos, como miembros de un determinado colectivo; valencianos, berlineses, españoles o alemanes. Cuando dos identidades no coexisten pacíficamente y se ven bajo el aspecto de la superioridad o inferioridad, entonces aumenta el sentimiento del propio valor cuando su colectivo o nación venza a otro, ya sea en un juego como el fútbol, ya sea bajo las condiciones ilimitadas de la guerra. Este segundo factor emocional eleva nuestra disposición a la misma. Sin embargo ello podría evitarse si se lograra que las personas interpretaran su identidad de otro modo. Esto sucede cuando nos vemos primero como seres humanos y sólo después como miembro de cualesquiera colectivos, lo cual significa que se entiende la identidad específica como si nos encontráramos junto a otros colectivos y no contra ellos. Existe un hecho claro: dondequiera que diversas personas tengan que coexistir, ya sean personas o colectivos distintos, sólo pueden lograrlo si con el tiempo entierran el hacha de la guerra e intentan entenderse, tomando en cuenta recíprocamente sus intereses. Es difícil pero no hay alternativa.

Desde el punto de vista de Tugendhat, las últimas guerras tuvieron como protagonistas al mundo industrializado, coercitivo y estéríl que se denomina Occidente contra el mundo del Islam, un mundo vital, retrasado industrialmente, rico en petróleo y humillado, que posee una enorme tradición humanística y tanto potencial de ilustración como Occidente.

Tugendhat es judío, alemán, pacifista, universalista y antisionista. Por ello se siente en autoridad de opinar sobre el conflicto entre sionistas y árabes en Eretz Israel-Palestina.

El como judío no sionista siente solidaridad con el moderno Estado de Israel. Esta solidaridad debe entenderse, al igual que el sentimiento de culpa, en dos direcciones. Los judíos universalistas le decimos a los sionistas: compartimos vuestros sentimientos. Pero en lugar de vuestros deseos de corto plazo, sólo nos interesan vuestros intereses de largo plazo. Sólo se pueden satisfacer estos intereses si finalmente también tomamos en consideración los intereses y los miedos del resto de las personas que viven en Eretz Israel-Palestina. Lo cual significa que debéis recordar también la otra parte de nuestra tradición judía. Vivís en el día a día. Sólo veis el peligro inminente, perseveráis para superarlo, pero de este modo provocáis más sufrimiento y todo vuelve a empezar de nuevo. ¿Como acabará todo esto? Lo que quiero decir es lo siguiente: si se toma en consideración el largo plazo (y esta es la perspectiva que a fin de cuentas hay que adoptar), lo mejor para el resto de los países de Oriente Próximo es también lo mejor para Israel, y por el contrario, lo peor para el mundo árabe, es malo para los israelíes. ¿Es esto demasiado idealista?

Bibliografía: Un Judío en Alemania, Conferencias y tomas de posición, 1978-1991, Gedisa.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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