En medio de una guerra sin visos de tregua, con mayores víctimas para la población árabe en una proporción de nueve por cada diez y con amenazas de venganza perpetua por parte de la élite política de Israel, o frente a la cruda narcoviolencia mexicana detonante de más de un centenar de muertos, la paz siempre será el bien mayor a defender.
Los ataques terroristas en Medio Oriente han dejado, desde octubre de 2023, más de 40 mil muertos —niñas y niños incluidos– y miles más de desplazados. En su episodio más reciente, una ofensiva israelí en el sur del Líbano para atacar a los líderes de Hamás y Hezbolá, las escaramuzas aéreas de misiles y el explosivo espionaje contrainsurgente, son evidencia de la profundidad del túnel de violencias en la región.
La solución a la crisis parece muy remota. El pronunciamiento conjunto de los líderes de las comunidades judía y libanesa en México, Elías Achar y Daniel Karam, respectivamente, es un llamado pertinente a la paz y símbolo de una disposición de fraternidad entre los pueblos. ¿Por qué en México estos grupos se entienden? Una primera respuesta: hay respeto a la dignidad del otro y reconocimiento a la diversidad como parte de una colectividad más grande, para fortuna nuestra: la nación mexicana.
En su pronunciamiento, los líderes destacan sus lazos de amistad, particularmente fortalecidos en los últimos años. Ello confiere autoridad y legitimidad para demandar la paz en Medio Oriente.
Los liderazgos de Achar y Karam han sido notables en su integración del reconocimiento de la oportunidad económica, social y política derivada de la paz mexicana —aun con sus regiones de violencia—y son convergentes en el interés por el bienestar común. Su compromiso manifiesto de trabajar en unión por el progreso y el desarrollo de quienes más lo necesitan, donde los intereses particulares pasan a segundo término cuando se trata del beneficio de la comunidad, es ejemplar. Los personajes a la Netanyahu deberían exhibir, por conveniencia propia, capacidad de aprender de ellos.
La sociedad civil se enriquece en México por la comunidad judía y la libanesa cuando muestran acción pacificadora.
Esa voluntad para la recuperación de paz —a debatir— es evidente también en los cientos de personas participantes de la caravana de vehículos en Culiacán como exigencia de la pacificación en Sinaloa, luego de la narcoviolencia que en poco más de un mes ha dejado más de un centenar de muertes y más de 400 automóviles robados, derivado de las confrontaciones entre grupos criminales.
El secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, por instrucciones de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, despliega nueva operación al presentarse en el sitio. Todos saben de la ayuda material y simbólica implícita. También de la continuación del conflicto.
En la mirada de Sheinbaum, así como en la de Clara Brugada, Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, hay una coincidencia de agenda para establecer paz. Lo hace la mandataria nacional en la relación con Estados Unidos a través del embajador Ken Salazar, a quien reitera respeto, propuesta de diálogo y le define la ruta diplomática a seguir, siempre a través de la Cancillería. Un sombrerazo ordenador.
Brugada exhibe voluntad política para el trabajo en beneficio de la comunidad, en el acercamiento y recorrido casa por casa junto con Alessandra Rojo de la Vega, la alcaldesa de Cuauhtémoc, y reivindica a la política como instrumento de pacificación; en gobierno ya no hay opuestos.
Paz no hay sin voluntad. Bien por Achar, Karam y quienes sigan su ejemplo.
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