Existe una creencia generalizada y adoptada como parte del imaginario social que existe una felicidad ilimitada donde no penetra la insatisfacción. Al sentirla culpamos a nuestros padres o personas cercanas por esa infelicidad. No aceptamos que la no satisfacción puede ser la escalera para seguir creciendo y buscando. No existe felicidad absoluta. El mundo y sus valores va cambiando y la obligación del ser humano es adaptarse a las nuevas reglas que van surgiendo. Cada quien escoge cual conviene y cual es incómoda.
Cada uno de nosotros tiene y vive una biografía organizada en función de los flujos de información social y psicológica de los posibles modos de vida. La modernidad es una nueva cultura en que emerge la cuestión ¿cómo he de vivir…? Surgen los usos y costumbres de cómo comportarse, que vestir, qué comer.
La vida es larga y a veces cruel, la modalidad del reclamo, se ha hecho vigente. Al reclamar, quito mi parte de responsabilidad en mi vida. ¡Qué fácil! Los reproches añejos y dolorosos surgen y hay que colocarlos en algún sitio. En el mundo hay algunas cosas que no se arreglan solo con afecto.
El malestar es parte de la vida, implica convivir en el dolor y sufrimiento, no solo con las alegrías. A lo largo de la vida, se producen constantes trastornos que llevan a los hombres y mujeres modernos a anhelar el cambio: a buscarlo activamente, a provocarlo. Aquí hay dos caminos: crecer o culpar a los que han sido parte de nuestra vida. ¿Cuál escoges?
Una parte nuestra quisiera volver a esa infancia en que los mayores nos acompañaban, nos taparon con una cobija para darnos calor, al caer nos curaron con amor ese raspón que sangraba. Uno valora el sol de la infancia cuando pierde el suelo que siempre ha pisado, las manos que le han agarrado, la casa en la que creció. Hay momentos en que no podemos aceptar que esa época tan maravillosa haya desaparecido. Vivimos con un anhelo de perfección. Todas las cosas pasan de largo. Nadie puede retenerlas. Hay que construir cada vez algo nuevo.
Existe una ruptura entre el mundo instrumental y el mundo simbólico, entre la técnica y los valores, que atraviesa nuestra experiencia; Somos a la vez de aquí y de todas partes, muchas veces de ninguna. Hemos roto muchos vínculos y nos hemos quedado entre varios mundos, surge un YO desgarrado, fragmentado que queremos evitar mediante la huida, la autodestrucción o la diversión agotadora.
Es fundamental en la búsqueda valorar todas las pequeñas o grandes cosas que tenemos y damos por hecho que nos tocan. ¿Cómo aprender que cada una de ellas es un regalo?
Me pregunto: cuantas veces hemos agradecido por lo que nos ha sido dado en la vida. Cada uno de nosotros trae en su canastita muchas cosas y no siempre las valora. Sin embargo, surge en forma intempestiva la carencia emocional. Siempre va a existir esa falta, una pequeña ranura que se abre con facilidad. Aún recuerdo, cuando yo era chica, me quejaba con mamá y su amiga me dijo: porque no ves hacia abajo, todos aquellos que no tienen lo que ´tú tienes. En ese tiempo, me molestaba el comentario, ahora lo veo con sabiduría.
Conforme pasa el tiempo y nos hacemos mayores sentimos una agría mezcla de soledad y tristeza, sed de fama, timidez y arrogancia acompañada de una profunda inseguridad. Nos buscamos unos a otros para sentir un brazo sobre nuestro hombro, anhelar la sombra del otro, conversar y discutir, tener la razón, disculparse y reconciliarse con los otros. Sentir una quietud profunda, respirarla como si fuese un olor. Sentimientos internos que arañan, un poco de perversidad y se vive un infierno, un poco de generosidad y se llega al paraíso.
Los malos pensamientos son como gusanos, no son como la televisión, que cuando disgustan basta con apretar un botón y cambiar a otros programas. Tenemos enojos absurdos que nos dejan confusos. Se abre una puerta que estaba cerrada y todos los hechos ante los cuales cerrábamos los ojos se agolpan dentro de uno, no es fácil ordenarlos. Cuesta aceptar que el malestar y el bienestar coexisten, que el conflicto interno y externo es parte de la naturaleza humana. Tenemos expectativas trazadas más por la fantasía que por la realidad.
Podemos percibir que cada uno de nosotros pertenece a varios mundos, que estamos saturados. Las personas somos demasiado complicadas; Por dentro estamos llenos de avaricia, amor, miedo y odio. Todos arrastramos nuestro propio pasado, nuestra historia personal y familiar. Cuando dejamos entrar enojos absurdos que producen amargura y se viven como fracaso personal. Ha llegado el momento de ordenar todo aquello que ha surgido de forma imprevista, combatir los fantasmas, la tristeza y el frio del alma. Hacer ejercicios mentales para pensar positivo, dejar de ser un ingrato, valorar y contentarse con lo que ha sido concedido a cada uno de nosotros. Agradecer en vez de reclamar, sin culpar a nuestros padres y familiares.
Quien es el que está feliz, el que está contento con lo que tiene. Esto quiere decir hacer un recuento de lo que nos ha tocado, para darnos cuenta que siempre traemos en nuestra vida cosas lindas que perdemos de vista por estar al pendiente de lo que el otro tiene, ¿envidia? y de nuestros deseos fantasiosos basados en la fantasía, fuera de nuestra realidad. Ni siquiera estamos seguros de que así es, sino que pensamos que así es. (El prado del vecino es más verde) Cuando hablamos con aquellas personas que pensamos que tienen todo, nos sorprende darnos cuenta que también tiene carencias y faltantes. Esa es la condición humana.
A quienes estén atravesando en estos momentos de su vida circunstancias difíciles, me gustaría decirles: Puede que ahora sea duro, pero en el futuro este malestar podrá tener consecuencias positivas. No sé si servirá de consuelo, pero me parece importante insistir en la necesidad de avanzar, de no decaer, de no dejarse caer.
Artículos Relacionados: