Aguafiestas

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El huevo olímpico chino se cacarea por doquier: 100 medallas, ingeniería de construcción y arquitectura avant-garde, espectáculos maravillosos, derroche de eficiencia. China emerge como otro centro de poder mundial económico, militar, científico, cultural y deportivo, una medalla de oro en logros tangibles e intangibles. ¿Por qué entonces mi displacer?

El deporte es formador de carácter y un buen antídoto contra múltiples enfermedades. Los juegos olímpicos estimulan programas de salud y encauzan sentimientos nacionalistas hacia justas sin heridos, al menos no de bala. Se fomenta la diversidad y la tolerancia, se aprenden modelos de convivencia pacífica.

“Mente sana en cuerpo sano” se ha convertido en axioma, al grado de olvidar que muchos delincuentes son amantes o practicantes del deporte, y que grandes criminales de la historia han llevado a sus naciones el deporte, pero también la muerte. Basta recordar a Hitler y las Olimpíadas de Munich, o al extinto imperio soviético comunista con sus dictadores presumiendo las medallas olímpicas. La correlación entre Olimpíada y disminución de la violencia universal no queda muy clara, sobre todo con tanques rusos rodando en Georgia mientras se encendía la antorcha de Beijing.


China no opera bajo el mismo autoritarismo del pasado reciente, pero tampoco es una sociedad abierta que respeta los derechos individuales. Las Olimpíadas se llevaron a cabo evitando expresiones de desacuerdo por la opresión en el Tíbet y por el apoyo chino a Sudán, a pesar del genocidio en Darfur. A activistas internacionales -inclusive deportistas- les fue negada la visa o encarcelados en China durante los eventos.

Las Olimpíadas no fueron para China una conmemoración del pasado griego, sino una herramienta política para insertarse en los escenarios de la geopolítica internacional. Las naciones occidentales lo sabían, y apoyaron a Beijing en la esperanza que las Olimpíadas propiciarían el avance de reformas democráticas. La moneda está todavía en el aire, optimistas y pesimistas apostando con sólidos argumentos a posibilidades de cambio o de cerrazón. Me inserto en el segundo campo.

Otro gran motivo del apoyo occidental es la conveniencia. Bush necesita a China para ayudarle a desarmar las atómicas de Corea del Norte, a disuadir a Irán de su programa nuclear y a asistir en Paquistán. Además, desea que China continúe comprando bonos del ahorro de Estados Unidos y que aprecie el valor del yuan. Por ello el espaldarazo de Bush a China, como el de Europa y resto de países occidentales, que no quieren dejar que el gran pastel chino lo consuman otras moscas.

Parte del costo de las Olimpíadas de Beijing lo hemos financiado todos, prestando nuestra atmósfera y mares a la contaminación china, con desastres ecológicos futuros de consecuencias nefastas. Claro que China no es la única culpable, pero sus líderes no parecen intranquilos al colgarse medallas sobre pulmones contaminados, mientras el oro de estas brille.

Finalmente, el tópico más controvertido es justificar el dispendio -o inversión, según el punto de vista- en grandes estadios, instalaciones y amenidades para el evento Olímpico, en un mundo con grandes carencias. Se dirá que permanece infraestructura para uso futuro, lo cual es debatible para una nación y un mundo que sufre de hambre o de enfermedades curables con menos presupuesto que el de Beijing, como la malaria. Sólo en China, más de 200 millones de personas viven con 1.5 dls diarios, y la mitad de su población en áreas rurales no gozaron de la misma fiesta que sus conciudadanos urbanos.

Podrá argumentarse con cierta razón que “no sólo de pan vive el hombre” y estos magno-eventos son catalizadores del progreso, del esfuerzo que no existiría si no hay premios, como las Olimpiadas. Y tal vez en esto radique mi frustración, en que no exista un Juego de las Naciones que cada cuatro años dedique lo mejor de su talento y muchos recursos a sacar a otros pueblos de su miseria y sufrimiento, con TV y patrocinadores y medallas de oro y de plata y de bronce, para los programas que más ayuden.

Tal vez la frustración desaparecerá
en el futuro, en otra Humanidad, en otro Universo.

Acerca de Jacobo Wapinsky

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