Al musulmán del Uruguay: Allah llegó a Montevideo

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En Uruguay hay gente que reza cinco veces por día en dirección a La Meca, gente que ayuna un mes al año, mujeres que usan velo y hombres que no se afeitan por indicación del Profeta. No son árabes emigrantes, son uruguayos convertidos al islam.

El número exacto de musulmanes uruguayos es difícil de precisar. Al ser una religión individualista y que puede florecer sin tener una estructura organizada, no hay manera de contar a los conversos. Las estimaciones van de unos 30 a 50 en Montevideo. En el Chuy, hogar de la mayor comunidad islámica de la región, es probable que el número sea mayor.

El motivo de esta imprecisión es que el musulmán puede convertirse en solitario, sin necesidad de integrarse a una iglesia. Para poder llamarse musulmán, un converso debe limitarse a seguir las reglas de la religión, estar convencido de su elección y dar un testimonio de fe, la shahada, que en condiciones ideales debe ser escuchada por tres testigos, pero que en caso de necesidad puede ser pronunciada a solas, o por chat en internet.


En Uruguay no hay mezquita. Los musulmanes pueden rezar en sus propias casas, o en cualquier punto de reunión que elijan los viernes, su día sagrado, aunque les gustaría tener cerca una mezquita y un sheijk (predicador). Hoy los musulmanes tienen como punto de reunión el Centro Islámico de la embajada de Egipto, en Baltasar Vargas y avenida Brasil, donde los viernes se juntan para rezar.

Además, desde hace muy poco existe el Uruguay Islamic Center, que nació como una iniciativa del empresario sirio Alí Jalil Ahmad, quien hace casi una década que vive en Uruguay y tiene una empresa, Halal, dedicada a la exportación de carne hacia países islámicos. Por motivos comerciales Ahmad decidió convertir las oficinas de su empresa en un Centro Islámico, ya que los países musulmanes que importan carne solicitan que un musulmán inspeccione la faena, y al tener su propio Centro Islámico, Ahmad no depende de ninguna embajada de terceros países para la tarea. Luego le ofreció su Centro a algunos musulmanes locales, como lugar de reunión. Hoy cuatro uruguayos convertidos concurren al Centro, y tratan de difundir su existencia, para atraer a más correligionarios. Ahmad prometió mudarse definitivamente de la oficina, y dejarla para su uso exclusivo.

Los conversos uruguayos adoptan un nombre árabe para sentirse más integrados a la umma (comunidad islámica). Así, en el Centro Islámico se reúnen Abdzul Nur, Amirah, Fatimah y Yaafar.

La historia de Amirah

Marcela Alves tiene 24 años, estudia derecho y adoptó el nombre de Amirah al convertirse.

A diferencia de la mayoría de los conversos, Amirah tiene raíces árabes. Uno de sus abuelos es de origen palestino. “Mi padre no es musulmán, salvo cuando va a visitar a los amigos que tiene en el Chuy, y ahí sí va a la mezquita”.

Hace tres años que Amirah estudia el islam, y dos desde que se convirtió, pero recién en enero hizo la shahada, o testimonio de fe, que se limita a pronunciar la frase “la ilahaila Allah, Muhammad rasul Allah” (“atestiguo no hay otro dios que Allah, y Muhammad es su profeta”) ante tres testigos, también musulmanes.

La madre de Amirah es católica, pero no practica. Amirah estudió teología, y en la Universidad Católica ha hecho todos los cursos sobre religión que ha encontrado.

Uno de los primeros cambios que deben enfrentar los conversos es el de la dieta. Un musulmán solo puede comer alimentos halal, o sea permitidos por la doctrina. El alcohol y la carne de cerdo están rigurosamente prohibidos, hasta el punto en que muchos musulmanes estrictos sostienen que no debe curarse una herida con alcohol medicinal. Amirah, en realidad, come casi de todo: “yo como verduras, pastas… También como carne, aunque no sea halal, salvo la de cerdo. Y no tomo alcohol. Lo único que me cuesta es desacostumbrarme al jamón. Antes no me daba cuenta, pero desde que lo dejé, resulta que todo tiene jamón”.

Para perfeccionar su conocimiento del islam, Amirah estudia árabe en una academia del Paso Molino, donde hay una gran comunidad de libaneses católicos. Amirah nunca les comentó su elección religiosa, ni fue de velo a clases. Prefiere que no sepan que es musulmana.

Amirah a veces usa el hiyab, la más leve de las tres versiones del velo que el Corán prescribe como obligatorio. Se trata de una pañoleta que cubre la cabeza y se cruza debajo del cuello, dejando libre el rostro. Las otras versiones del velo son el niqab, que tapa el rostro, y la burka, que cubre a la mujer de pies a cabeza, incluso los ojos, y que fue de uso obligatorio en el Afganistán de los talibanes y hoy sigue siendo muy popular.

“Tampoco voy con velo al trabajo. Estoy haciendo una pasantía en un juzgado penal, y no lo llevo porque sé que choca. Todo el mundo me mira. El uso del pañuelo es una cuestión entre Dios y cada una, incluso hay muchas mujeres de países árabes que viven acá y que se lo ponen sólo cuando van a rezar. Es más que nada un signo de tu compromiso religioso, como la kipá judía”.

Esa no es una opinión que compartan muchos musulmanes, que aseguran que el Corán obliga a la mujer a cubrirse.

A Amirah, como a las otras musulmanas, es frecuente que le griten cosas al pasar: “la otra vez me gritaron ‘terrorista’ desde un auto. También me paran por la calle y me preguntan de dónde soy. Y cuando les digo que de acá, me miran raro. Hay compañeros que me dicen Tali, por talibán”.

Los musulmanes tienen permitido casarse con mujeres que sean de los pueblos “del libro” (musulmanas, judías y cristianas). Pero las musulmanas sólo pueden casarse con musulmanes. “Y, me casaré con un musulmán”, dice Amirah. “No hay muchos, haré una importación, ya veré”.

Desde su punto de vista, la doctrina islámica es ideal: “es perfecta. Yo me fijo mucho en toda la parte de derecho, que es lo que estudio, y comparo con el derecho islámico, la shari’a. Si se revisan las normas, no tienen diferencia con los códigos civiles y legales”.

Pese a que las mujeres sufren serios casos de discriminación en el mundo islámico y pueden ser lapidadas por adúlteras (en Nigeria), necesitan de un hombre para muchos trámites legales (Arabia Saudita), no pueden custodiar a sus hijos si se divorcian (Argelia) o padecen trabas casi insalvables para divorciarse (Egipto), Amirah sostiene que “la mujer tiene más derechos en el islam que acá, aunque siempre se tiene la versión de la mujer sometida. De las conversiones que hay a diario en el mundo, la mayoría son de mujeres”.

La historia de Abdzul Nur

Abdzul Nur tiene 22 años, es estudiante de ciencias económicas y prefiere no dar su nombre verdadero porque sus padres le pidieron que no se expusiera demasiado.

Encontró el islam en internet. Leyendo un libro sobre la orden medieval de los Templarios, halló una mención a la secta de los Asesinos, cuyos miembros se drogaban con hashís y tenían prometido el paraíso de Allah si cumplían sus misiones. Buscó datos sobre el tema, y llegó a un foro islámico, justo después del 11 de setiembre de 2001. “Hice preguntas y más preguntas. Después me puse a chatear con una musulmana inglesa. Al principio no estaba seguro. Pero todo el sistema social y económico del islam me iba encajando, porque para mí en el cristianismo está muy separado lo que es lógica de lo que es fe. En cambio en el islam van por el mismo camino”.

Como la mayoría, Abdzul Nur se inició en solitario, haciendo su shahada en un chat islámico.

La vida diaria de un musulmán no le provoca contradicciones con su rutina uruguaya: “en lo cotidiano lo llevo bien, rezo cinco veces al día, hago el ayuno en ramadán. Con mis amigos tampoco tuve problemas, aunque siempre algún chiste hay. Pero nada con mala intención”.

Sin embargo, ha tenido algún roce con sus padres, a los que les ha costado aceptar su nueva opción: “me han pedido que no me exponga mucho, más que nada por miedo a que pase algo”.

Abdzul Nur se tomó muy en serio su elección, como la mayoría de los conversos locales. “Yo podría ser llamado estricto, pero hay que saber diferenciar entre estricto y radical. Hay muchos radicales acerca de quienes yo no podría decir que no sean musulmanes, pero que sin duda se pasan, se les va la mano. Y en el otro lado, hay otros que son musulmanes sólo los viernes. A mí me gustaría estudiar más a fondo el islam, incluso poder llegar a ser un sheijk. Acá no hay ninguno que sepa español, y si se quiere expandir el islam acá se necesita un sheijk que hable español”.

Para estudiar islamismo, Abdzul Nur tendría que matricularse en alguna universidad religiosa, de las cuales en el mundo religioso musulmán la más prestigiosa es la de Medina, en Arabia Saudita.

La historia de Fatimah

Como Abdzul Nur, Fatimah también prefiere ocultar su nombre original. Tiene 25 años y trabaja en un hospital de Montevideo, pero por respeto a su familia prefiere no exponerse.

“Todo empezó por casualidad -cuenta Fatimah-, cuando estaba mirando la enciclopedia Encarta. Ahí encontré el llamado a la oración, lo escuché y me hizo como un clic adentro. Busqué qué significaba, lo escuché un montón de veces y me emocionó muchísimo. Sentía como que me estaban llamando a mí, pero no entendía por qué”.

Antes de sentirse llamada, Fatimah tenía una idea general de las bases del islam: “sabía lo de los Cinco Pilares, lo del ayuno, lo de la peregrinación a La Meca“.

Los “cinco pilares del islam” son los preceptos sobre los que cada musulmán debe conducir su vida y su conducta, y son la fe, la oración, la zakat (preocupación por los necesitados), el ayuno durante el mes de ramadán y la peregrinación a La Meca. Esta peregrinación idealmente debe realizarse en ramadán y es obligatoria una vez en la vida, pero sólo para quienes tengan el dinero necesario y buena salud. Dentro de la no muy homogénea ni unida umma local, se dice que al menos dos uruguayos, uno montevideano y otro de San Carlos, cumplieron el sueño de todos los conversos e hicieron la peregrinación, pero ninguno de los dos pudo ser ubicado.

Como el calendario islámico es lunar y no solar, ramadán cae en fechas diferentes en cada año occidental. El ayuno durante ese mes debe respetarse desde la salida del sol hasta el anochecer, y comprende la ingesta de alimentos y bebida, inclusive agua, además de las relaciones sexuales. Los ancianos, enfermos, mujeres embarazadas y que estén dando de mamar están autorizados a romper el ayuno, y recuperar igual cantidad de días a lo largo del año.

El nuevo entusiasmo de Fatimah con el islam llegó a sus sueños. Una tarde, al llegar de trabajar, duerme una siesta y sueña que es musulmana y que está vestida con una burka en una habitación con un hombre. “Yo me sacaba la burka, hablaba con ese hombre y en eso entraba el que en el sueño era mi marido. Yo me asustaba y le pedía que no me matara. Él me decía que no me iba a hacer nada, pero me pegaba con una piedra y me mataba. Cuando me desperté tenía una sensación de angustia espantosa. Fue la primera vez que soñé que me moría”.

El sueño la llevó a buscar más información sobre la situación de la mujer islámica. Un musulmán argentino que conoció en internet la tranquilizó y ella decidió convertirse.

Fatimah se crió en colegios de monjas: “era católica, iba a misa todos los domingos, pero había cosas que nunca me cerraron. En el islam empecé a entender cosas, aunque por dentro seguía negándolo, no me hacía a la idea de convertirme. Para rezar cinco veces por día había que tener conducta, y yo sentía que no tenía disciplina. Ahora es el segundo año que estoy usando reloj porque estoy pendiente de la hora para rezar”.

Fatimah dio su shahada en abril de 2004. Su acercamiento al islam fue progresivo, e incluso recuerda su reacción en 2001 al enterarse del ataque contra las Torres Gemelas: “iba en el ómnibus y escuchaba el informativo, donde hablaron sobre el yihad y lo que era inmolarse para un musulmán. Y yo pensaba ‘pero esta gente está loca, cómo se van a matar en el nombre de Dios, qué Dios es ese’. Después llegué a entender algunas cosas, pero no quiere decir que acepte lo de las Torres Gemelas. Cualquier situación en la que mueren inocentes no está bien”.

Fatimah hizo la shahada a solas en su cuarto, y luego otra vez en una sala de Yahoo donde se reúnen musulmanes. Ese mismo día empezó a rezar, con papelitos donde anotaba las frases que bajaba de internet. “Mi primer ramadán lo hice sola, no sabía a dónde ir”.

Las oraciones de los musulmanes deben ser en árabe, porque al igual que con el Corán, no se admiten traducciones. Aparentemente, Allah no entiende otros idiomas.

En un chat, una musulmana chilena puso en contacto a Fatimah con “un hermano uruguayo”, Yaafar. “Él me habló del Centro Islámico egipcio y me invitó. Yo no me animaba a ir, tenía miedo”. Por fin se animó: “este año estoy en mi primer ramadán con otros hermanos, y me encanta. Es como una familia, la familia musulmana. Nos reunimos, cocinamos, hablamos, escuchamos Corán, leemos. Te hace sentir menos solo”.

Al principio Fatimah no le dijo nada a su verdadera familia sobre su elección, hasta que “mamá encontró un mail de felicitación que me habían mandado por la shahada, y puso el grito en el cielo”. La primera reacción de sus padres fue protestar porque los musulmanes, según ellos, eran todos terroristas: “me dijeron que me iba a inmolar, a reventarme contra la embajada de Israel. Les expliqué que lo político a mí no me interesa. Yo encontré en el islam la manera de acercarme a Dios, que es lo que siempre busqué. Después, yo no soy responsable de lo que haga un grupo aislado. A mí Dios no me dice ‘matá a los incrédulos’. De a poco lo fueron entendiendo”.

Otro punto difícil fue el velo, con el que al principio no se animaba a estar en su casa. “Hasta que lo empecé a usar en casa todo el día. Me tenía que bancar que se rieran o que me dijeran que parecía una loca”.

“Con mis compañeros de trabajo tomé distancia, porque entrar al islam abarca todo, no solo rezar y ayunar. Los modales, cómo comer, cómo comportarte, cómo actuar en el baño, cómo salir del baño. Y yo trato de comprometerme a fondo. Con la comida no tuve problemas porque era vegetariana. Pero salir de noche con mis amigos y tomar alcohol, lo corté del todo. A mis compañeros de trabajo les avisé que a los chicos no les daba más besos. Ahora cuando estoy en la cocina del trabajo descansando, si entra algún chico, me levanto y me voy. O me quedo en la puerta y hablamos desde ahí. Un compañero me retiró el saludo totalmente, los demás no le dieron tanta importancia”.

En el islam ortodoxo, una mujer tiene prohibido estar en la misma habitación a solas con un hombre que no sea su esposo o un familiar cercano. Los gestos de afecto físico son impensables, incluso con amigos íntimos.

Desde su conversión, Fatimah ha soportado miradas y burlas de los montevideanos: “una vez iba pasando y el panadero me dijo ‘ahí va la novia de Bin Laden’. Y yo no maté a nadie. Esas cosas me molestan y a veces me duelen pila, y más me molesta cuando me lo dicen a mis padres”.

“Si yo sé que para ir a algún lado me tengo que sacar el velo, no voy”, asegura Fatimah. Su decisión le ha traído el alejamiento de algunas amigas, e incluso de su hermana: “ella no sale conmigo a la calle si llevo el velo. Un vez me la encontré en la calle, la fui a saludar y me dio vuelta la cara. A mí eso me lastima muchísimo”.

Por eso Fatimah decidió sacarse el velo cuando tiene que salir con su hermana. “Si van sus amigas a mi casa trato de no hacerla sentir incómoda, me voy a mi dormitorio y me quedo ahí”.

Como a muchos otros conversos, a Fatimah le gustaría estudiar a fondo el islam. Su sueño es viajar a Arabia Saudita, a estudiar en la sección especial para mujeres de la universidad islámica de Medina. Aunque dice conocerlas, no le preocupan las restricciones que las mujeres tienen en ese país.

La historia de Yaafar

Ricardo Chabkinian, que eligió el nombre árabe de Yaafar tras su conversión, tuvo su primer contacto con el islam hace más de siete años, pero no recuerda la fecha exacta.

“Yo era empleado de vigilancia en el edificio Torres del Puerto. Una familia siria vivía allí y se le había caído una masbah, una especie de rosario árabe. Se lo llevé al dueño de casa, y él me dijo ‘te debo una’. Le dije que me diera un Corán, y me regaló uno”. Era un Corán bilingüe, en una página el original en árabe y en la otra la traducción al español.

Al otro día Chabkinian empezó a leer. “Como no estaba acostumbrado lo agarré al revés, como un libro de acá, y leí las últimas suras primero”.

El Corán, como todos los libros árabes, se lee de atrás hacia adelante. Está compuesto por 114 suras, que son transcripciones de revelaciones hechas por el ángel Gabriel al profeta Mohammad en el siglo VII. Las suras no fueron escritas por Mohammad (los musulmanes abominan la traducción “Mahoma” y sobre todo el término “mahometanos”, por considerar que los acusa de idolatría) sino que son transcripciones directas de sus sermones. El islamismo se enorgullece de que ni una sola palabra del texto ha cambiado desde los tiempos en que Mohammad lo dictó. Dentro de la doctrina islámica, el Corán es el principal objeto de reverencia, y cualquier tipo de maltrato al mismo se considera pecado.

Luego de leer el Corán, pidió ser llevado al Centro Islámico, donde rezó por primera vez.

La conversión no fue sencilla. Yaafar estaba casado y tiene tres hijos, y un par de años luego de ingresar al islam se separó de su mujer. “Cuando un musulmán se casa con alguien que no es de su religión, lo que se pide realmente no es mucho”, dice Yaafar. “Que no haya alcohol y drogas en la casa, no comer cerdo y que ella tampoco coma, porque yo tengo que poder comer en la misma mesa. Y que el lugar esté limpio, porque el lugar de oración tiene que estar siempre impecable. No tiene que haber perros adentro de la casa, aunque sí puede haber en el patio, pueden ser guardianes pero no mascotas. Empecé a tener problemas con mi mujer y bueno, se terminó la relación. Hay un concepto que es ‘primero Dios, después los demás’. Si los demás molestan para llegar a Dios, se deja a los demás”.

Ahora Yaafar tiene otra esposa, a quien conoció por internet. Aisha es argentina, de Tucumán, donde los conversos aseguran que hay una importante comunidad islámica. La relación de Yaafar con sus tres hijos se resintió cuando se separó de su primera esposa, pero ahora la considera buena. Les habla sobre el islam, y ellos lo escuchan, aunque no han manifestado ningún interés en seguir sus pasos.

Si bien nunca sintió una presión directa en su contra, Yaafar también tuvo inconvenientes: “cuando trabajaba en Torres del Puerto tenía problemas porque rezaba dos veces en el trabajo, al mediodía y a la tarde. Estamos hablando de cuatro minutos, como mucho. Después yo iba al baño dos veces por día, 15 minutos, y no pasaba nada. Si uno pide para salir a fumar, en cualquier lugar lo dejan. Pero para ir a rezar ponían trabas, mala cara, hablaban mal. Y si no me dejan rezar, dejo el trabajo y a otra cosa. Dios provee”.

Yaafar fue el primer uruguayo autorizado por un Estado musulmán (Malasia) para inspeccionar la faena de animales para exportación. Al igual que los judíos ortodoxos, los musulmanes tienen estrictas normas acerca de la preparación de los alimentos que adquieren. A diferencia de los judíos, que para la faena kosher necesitan la presencia de un matarife propio, o shojet, y de un rabino supervisando, los musulmanes sólo solicitan que haya un musulmán controlando el proceso, que puede ser realizado por cualquiera con la experiencia necesaria. En ambos casos, se trata de que el animal no sufra cuando es faenado.

Musulmanes y árabes

Aunque lo primero que viene a la mente en el caso de los musulmanes es su rivalidad con los judíos, los conversos uruguayos sostienen que no han tenido ningún problema con ellos. Dice Amirah: “sólo he discutido sobre la ocupación de Palestina, con un chico judío de la Facultad. Y son siempre discusiones políticas, territoriales, nunca religiosas. Si no saliese el tema, no habría ningún problema, con este chico está todo bien, es un compañero más”.

Yaafar cuenta que en sus viajes al interior para supervisar la faena de animales para exportación, le toca trabajar junto a rabinos que hacen su propia faena, y que la relación siempre es excelente, aunque las conversaciones nunca salen del aspecto religioso.

Extrañamente, lo que todos consideran como un punto difícil es la relación con los demás musulmanes de Uruguay, los que no son conversos y nacieron en países islámicos. Sienten que ellos, salvo excepciones, los desprecien o no los reconocen como verdaderos musulmanes.

Según Yaafar, “el que nace en un país musulmán no tiene tentaciones. Todos van en una misma dirección y él también. El problema es cuando vienen para acá, que tienen el alcohol a mano y nadie les va a decir nada si se toman una copa o comen un pedazo de jamón. Y no entienden cómo acá renunciamos a eso. Una vez un afgano que trabajaba en la embajada de Irán me dijo algo bien claro: hay dos clases de musulmanes, el tradicionalista y el converso. El que es de corazón está por encima del tradicional, porque ellos se apegan mucho a normas tribales o del país. Y son racistas, aunque el último sermón del Profeta decía que no hay diferencias entre el árabe y el no árabe”.

Por eso, sigue Yaafar, es que necesitan su propio centro islámico: “con Abdzul Nur y los otros queremos unir a los musulmanes de acá. Porque los musulmanes árabes ya tienen mañas de donde vienen, o adquieren las peores mañas de acá”.

“El Centro Islámico de la embajada de Egipto es egipcio”, explica Amirah. “Y la gran mayoría de los que van son árabes. Hay mucha rivalidad entre árabes y uruguayos. Conmigo no, desde que se enteraron que soy descendiente de palestinos me dicen paisana. Pero a muchos hermanos musulmanes les molesta, sienten que no se puede ser musulmán si no se es árabe. Estamos tratando de armar algo para uruguayos, donde si quieren venir árabes o de cualquier país, bienvenidos. Pero necesitamos un lugar nuestro”.

Yaafar resume las intenciones de todos: “lo que queremos hacer es difundir. Que se sepa que el Centro existe, y cuáles son los principios del islam. Y después, bueno, si a alguno le abre el corazón y entra, Dios provee. De eso no hay que preocuparse”.

Fuente: http://www.elpais.com.uy/Suple/QuePasa/05/11/05/

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