Después de, poner prácticamente fin a la terrible amenaza de la poliomielitis junto con Jonas Salk, el profesor estadounidense Albert Sabin —nacido Abram Saperstejn en el seno de una familia judía de Bialystok en 1906— intentó ayudar a alcanzar otra meta que también parecía “imposible”: llevar la paz a Medio Oriente.
Sabin, al igual que Salk, se negó rotundamente a patentar sus vacunas o ganar dinero por ellas.
“No hay patente. ¿Se podría patentar el sol?”, respondió alguna vez ofendido el profesor Salk, mientras que, frente a la misma pregunta, Sabin señaló que “un científico no puede descansar mientras el conocimiento que podría usarse para reducir el sufrimiento permanece en un estante”.
“El virus de la polio causa síntomas similares a los de la gripe en la mayoría de las personas que lo contraen. Pero en una minoría de los infectados, el cerebro y la médula espinal se ven afectados; la polio puede causar parálisis e incluso la muerte. Con la distribución de la vacuna de Salk, el temido acosador de niños y adultos jóvenes aparentemente había sido domesticado”, indicó el doctor Bert Spector en un artículo para The Conversation.
Como otros científicos de espíritu altruista, Sabin no se conformaba con los logros alcanzados. Después de combatir el polio, el científico se dedicó a la filantropía y a nuevos terrenos de investigación, desempeñándose incluso como presidente del Instituto Weizmann, de Israel, entre 1970 y 1972.
Hacia el final de su vida —Sabin falleció el 3 de marzo de 1993—, su principal interés fue la energía solar. “El desarrollo lo más temprano posible de una tecnología adecuada para reemplazar los combustibles fósiles por energía solar limpia e inagotable es de la mayor importancia para todo el mundo”, advirtió el científico ya hace casi 30 años.
La lucha por la paz
Sin embargo fue hacía 1968 que Sabin protagonizó este interesante capítulo de su vida. El profesor ya conocía la importancia de la cooperación internacional, ya que las pruebas decisivas de su vacuna fueron llevadas a cabo en la Unión Soviética, ya que en Estados Unidos prevalecía la inyección de Salk.
Admirador y sostenedor de Israel, Sabin consideró aportar su granito de arena a las chances de una solución pacífica al conflicto árabe-israelí, recientemente sacudido por la Guerra de los Seis Días, de junio de 1967.
Así fue que Sabin fundó la organización Profesores Estadounidenses para la Paz en el Medio Oriente (APPME, por American Professors for Peace in the Middle East), que “pronto contó con miles de miembros de cientos de campus” en todo Estados Unidos, según recuerda un reciente artículo de la Biblioteca Nacional de Israel sobre este tema.
La APPME, señala el artículo, del historiador Zack Rothbart, promovía “la idea de que la paz regional era posible y debía perseguirse”, y proponía “negociaciones directas entre las partes interesadas”.
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