En una ocasión el Rabino Eben Ezra (Rabí Abraham Ben Meir Ibn Ezra, 1089-1167) discutía con un filósofo no judío sobre la creación del mundo. El Rab opinaba que Dios lo había creado el mundo y el filósofo apoyaba otra teoría. A la mitad de la discusión, el filósofo tuvo que salir del cuarto y el Rab encontró sobre la mesa una poesía que aquel estaba escribiendo, aunque todavía no la terminaba; le faltaban dos renglones.
En ese momento, el Rab tomó una pluma y concluyó esos dos renglones con poesías hermosas. Cuando regresó el filósofo, se dio cuenta de que alguien había completado su poesía y preguntó quién había escrito algo tan bello.
Le contestó el Rab que, cuando él salió del cuarto, la tinta se había derramado y se habían escrito esos renglones al derramarse. El filósofo, enfadado, le dijo que eso no era lógico. ¿Cómo podía ser posible que al derramarse la tinta se escribiera algo por sí solo, y no nada más eso, sino algo tan hermoso?
Le contestó el Rab:
-“Si dos renglones no son capaces de escribirse solos, con mayor razón el mundo no es capaz de hacerse solo”.
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