Algunos baches en el camino de la Teoría y de la Historia de la Arquitectura en México

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El escrito de Marco Vitruvio Polion (De Arquitectura) redactado hacia 27-23 AC y dedicado al primer empe­ra­dor romano, Imperator Cesar Divi Filivs Avgustvus, no sólo es un antecedente imprescindible para las his­­torias de las teorías de la arquitectura y las ingenierías civil, mecánica y militar; además parece que Vitruvio fue el primero que mencionó por escrito, entre otras muchas cosas, la existencia del plagio literario, de triste popu­­la­­ridad actual en México.[1] Pero también en su capítulo VII muestra una actitud no común en los historia­do­res y teóricos de la arquitectura mexicana: agra­­de­ce la infor­ma­ción heredada de los colegas anteceso­res:

     “Por mi parte, César, el tratado que presento no es ajeno, no he insertado mi nombre en trabajos de otros ni ha sido mi plan ganar la aprobación por encontrar errores en las ideas de otros. Por el contra­rio estoy sumamente agradecido a todos aquellos autores del pasado que nos dejaron una gran canti­dad de datos admirables de diferente tipo, de donde hemos bebido como si fueran manan­tiales,  adap­tán­­do­los a nuestros propósitos. Nuestras capacidades para escribir resultan más fluidas y fáciles y basados en esas autoridades nos aventuramos a producir nuevos tratados para acrecentar el conoci­miento” [2]

Entre los colegas mexicanos encontramos a veces esa actitud: por ejemplo en Francisco de la Maza, Manuel Sánchez Santoveña, Fausto Ramírez Rojas, Enrique de Anda Alanís.


En el presente artículo quiero mencionar algunas experiencias de circunstancias desfavora­bles para el progreso de la historiografía y la teoría arqui­tectónicas. Sí, la realidad también tiene aspectos negativos. Tal vez podría ser útil a los alumnos de historia del arte, histo­ria o teoría de la arquitectu­ra, a los arquitectos que se piensan dedi­car a esas especialidades. Menciono las limitaciones del vocabulario acostum­brado, los celos profesio­nales, la pira­tería, el plagio y el libre fotoco­piado de libros, la disminu­ción de la deman­­da de libros, los errores de algunas oficinas gubernamentales relaciona­das con la cultura, el patrio­terismo inge­nuo y las evalua­ciones equivoca­das.

En 2010 el editorialista de asuntos económicos del periódico Reforma era Enrique Quintana y algunos lectores le reclamaron que era muy “negativo”. Su respuesta me pareció sensata: “has­ta aho­ra no conozco nin­gu­­­­­­­na forma de mejorar que no pase por la crítica. Hay que crear insatis­facción con nuestra circuns­tan­cia para que podamos mejorar” “Si no pasamos por la molestia de vernos compa­ra­dos con otros países en los que se hacen mejor las cosas no vamos a generar el ímpetu necesario para mejorar” En los últimos años se han hecho estudios sobre las ventajas y desventajas de las actitu­des llamadas positivas y nega­tivas. Ya no se considera indiscutible que una es benéfica y la otra mala a corto o largo plazo.

1.- VOCABULARIO INADECUADO PARA PRECISAR LAS DEFINICIONES.

En las ciencias y en el desarrollo tecnológico se han creado cientos de neologismos por los nuevos inventos y descubrimientos. En el terreno de nuestra vieja profe­sión, no podemos cambiar la costumbre en el uso de ciertas palabras, parece que no tenemos más remedio que utilizar vocablos con significados demasiado amplios o demasiado particu­la­­res para lo que deseamos afirmar. Nece­si­tamos, por ejem­plo, una palabra que se refiera a un espacio o varios espacios intercomunicados, cubiertos, protegi­dos por una misma construcción, en los que los seres humanos realizan ciertas actividades, usan objetos, se sientan a observar, etc. La palabra que más se acerca es edificio, pero las definiciones de edificio gene­ral­mente incluyen el tamaño: “de grandes dimensiones” “de cierta altura o extensión” y es lo acos­tum­brado en México. Pero queremos que el término no limite tama­ños, que incluya las casas (el género arquitectónico más abundante en la Tierra), los quioscos, los pórticos, los caminos cubiertos entre los edificios de un conjun­to, los apeaderos o paraderos para los que esperan subir a vehícu­los, las conchas acústi­cas, las graderías cubiertas, etc.[3] En una definición, para separar los edificios de las demás construcciones se tendría que mencio­nar cada vez el conjunto de todos esos espacios cubiertos, crear un nuevo vocablo o arbitrariamente usar la palabra edificio con una acepción más amplia no acos­tum­brada, por lo pronto hago esto último.

Para referirse al verbo, a la acción de los usuarios en los edificios, se acostumbran los términos vivir, morar, alojarse, residir, habitar, guarecerse, pero se refieren a casos particulares, ninguno de ésos verbos corres­ponde a la simple idea de estar dentro de cualquier edificio, de usar un espacio protegido por una construcción para cualquier actividad y para guardar y usar cosas, ya sea por poco o mucho tiempo. Para indicar el domicilio de alguien se explica dónde “vive” pero el que vive está vivo en cualquier lugar donde se encuentre. Además, no se dice que alguien vive, reside o habita en un teatro o centro comercial, a menos que sea una ironía. “Alojarse” se emplea, por ejemplo, para el que duerme temporalmente en un hotel. “Habitante” se refiere a una persona de la totalidad de personas que viven en el planeta, en un país, ciudad, indepen­­dientemente de en qué punto de esa extensión geográfica se encuentran esas personas en un momento dado. Pero ¿qué relación tiene con lo que llamamos edificios o zonas  “de habitación” o con llamar habitación a un cuarto para dormir? Nece­sita­mos una nueva palabra para, en general, referirnos a ese “estar en un espacio cubierto y protegido por una construc­ción” El concepto que más se acerca es guarecer personas y cosas, aunque sólo cuando llueve nos acorde­mos de esa finalidad que tienen todos los edificios. No dejamos de utilizar los verbos habitar y vivir  para la actividad propia de las casas y departamentos, sin embargo entre el conjunto de actividades, tanto naturales como culturales, que realizamos en una casa o departa­mento la única invariable es dormir; pues no siempre se protege allí a una familia, se cocina, se come o se guardan allí todas las pertenencias. Tampoco sabemos por qué la casa del pobre es “vivienda” y la del rico es “residencia” ¿Uno “vive” y el otro “reside”? Todos los objetos materiales útiles son “usados” por los “usuarios”: un martillo, un lápiz, un lavabo, un paraguas. Pero si alguien afirma que una persona fue usuaria permanente de la cárcel creerían que se está mofando de él o deseaba disimular su cadena perpetua. Y si decimos que alguien “usa” el teatro preguntarían ¿para robar o para qué?

El edificio, en la acepción más amplia, es la construcción más común o importante de la arquitectura pero no la única, las definiciones de arquitectura no deben confundirse con las de edificio. La labor del arquitecto, en cuanto a los diferentes objetos que diseña, ha cambiado en la historia principalmente por la división del trabajo en su época. Como vimos, en la antigüedad no existían los equivalentes a los posteriores ingenieros -civiles, mecánicos, hidráulicos o militares-, tampoco había urbanistas ni escenógrafos, los arquitectos también dirigían esos trabajos. Eso explica los extraños temas que inclu­ye Vitruvio en su tratado sobre arquitectura: relojes de sol o de agua, torres rodantes para asaltos, catapultas y ballestas, ruedas hidráulicas, acueductos. Eso explica también el origen etimo­lógico de la palabra arquitectura: jefe o director de los “tekné”, o sea de los operadores (obre­ros, albañiles, carpinteros, cante­ros, herreros). ¿Haciendo qué? Construyendo todo lo que requería de esos traba­ja­dores. Aun hoy los arquitectos no se dedican sólo a la programa­ción, diseño y a veces construcción de los edificios y espacios abiertos adhe­ridos a los edificios (patios, jardines, espejos de agua, terrazas, canchas, atrios, plazas, estaciona­mien­tos o grade­rías descubiertas) sino también diseña monumentos conmemora­ti­vos y fúne­bres, escul­tu­ras monumen­tales, obelis­cos, fuentes, murallas, atalayas, piscinas, establos, escali­na­­tas, cemen­te­­rios, ciertas partes inte­rio­res no móviles de los edificios (retablos, alta­res, tabernáculos, muebles de cocina, lámparas, mostradores, vitrinas) o al urba­nis­mo en general.[4]

Las historias, teorías, valoraciones, críticas, de la arquitectura de una época o región, deben tomar en cuen­ta, hasta donde es posible, todas las finalidades de los edificios y de los demás objetos diseñados por los arquitectos de ese periodo o región. Se deberían incrementar los unívocos no los equívocos o palabras polisémicas. Hasta el siglo XVIII las finalidades de los monumentos eran muy claras. Pero cuando se empezó a utilizar en Europa la palabra “monu­mento” también para catalogar los edificios viejos con mayor valor histórico o estético e incluirlos en el “patrimonio nacional” o “universal”, perju­di­caron al significado unívoco del término monu­men­to, fue algo innece­sa­rio, se le pudo dar muchos otros nombres. Según eso, entonces no sólo hay edificios y monumentos sino “edificios-mo­nu­mentos” y “monu­mentos-monumen­tos” Lo de “monumento natu­ral” para los mejores paisajes naturales fue más absurdo todavía.

Un tema que merece discutirse es la libertad artística. Se supone que un pintor, o escultor  tiene absoluta libertad de selección de materiales, temas, instrumentos, formas, técnicas, pero no siempre es así. La durabilidad y seguridad son necesarias aunque no estén implícitas. Podría demandarse al artista por usar pigmentos que se decoloran con rapidez o materiales orgánicos que se pudren o la pérdida del ojo de un niño por un saliente puntiagudo de una escultura. Cuando no existía la fotografía, el dibujo y la pintura tuvieron también una función semiótica, de representación de la realidad física. Pinturas y escultu­ras religiosas o de supuesta representa­ción de cosas y personas del pasado o de defensa de ideales sociales, siguen teniendo funciones extra-estéticas. Los objetos de diseño ni siquiera tienen como finalidad principal la expresión estética: parten de la solución utilitaria o semiótica de las necesidades a satisfacer. En el diseño de una silla, cualquier forma que sacrifique su comodidad para un uso determinado, su segu­ridad, su durabilidad, la facilidad de limpieza, la con­gruen­­­cia con un ambiente determinado, es una mala solución aunque su apariencia maraville a todos los que no tienen que sentarse allí durante horas y años.

Los objetos diseñados por los arquitectos tienen posibilidades estéticas pero en dife­rente grado. La libertad estética es grande en las esculturas monumentales y las fuentes. Menor en el monumento conmemorativo puesto que no debe sacrificarse su significado y menor todavía en los edificios puesto que no deben sacrificarse la utilidad, durabilidad, seguridad, economía, adecua­ción urbana; de espacios, construc­ción e instalaciones. Si los edificios de gran valor estético se han inclui­do en las “bellas artes” o en las “artes plásticas” y no los muebles, vehículos o la cerámica, es porque las caracterís­ticas estéticas del edificio son diferentes y, a veces, por su tamaño, más impactantes que las de la escultura y la pintura, Además, en buena parte de la historia estas artes, como también los mosaicos decorados,  etc  se añadieron a los edificios.

La mayoría de los hechos, eventos, situaciones, procesos, a los que se refieren las historias generales son político-sociales y se basan casi exclusivamente en un conjun­to de escritos anterio­res y a veces tradiciones orales. Las histo­rias de los objetos artificiales, incluso de la arquitectura, nacen o se completan con la visita directa a los objetos todavía existentes, los dibujos o pinturas de objetos ya desaparecidos y, desde fines del siglo XIX, también en las fotografías.

2) LOS CELOS PROFESIONALES. OMISIONES.

Los celos profesionales parecen ser una repeti­ción de los celos filia­­les. Aunque por lo general el amor de los padres hacia los hijos es incondi­cional, la necesaria mayor atención de la madre al hijo pequeño, por ejemplo, o su preferencia por el que tiene ciertas cualidades, pueden producir proble­mas duraderos en los hermanos que se sienten desplaza­dos y se desquitan con el herma­no que creen favo­­recido.

Yo distingo la envidia de los celos. En la envidia, mientras no llegue a lo patológico, puede haber sólo una pasajera resignación por no te­ner la cultura, inteligencia, memo­ria, aspecto físico, suerte, éxito o riqueza de alguien, pero no implica forzo­samente el deseo de hacer un mal al otro. Lo que se llama a veces “envidia de la buena” puede ser simple admi­ra­ción. Los celos son más complejos, inclu­yen por lo menos tres compo­nentes: a) la existencia del que juzga, los que juzgan o podrían juzgar (en el caso de la fami­lia, es la aprobación de los padres la más importante); b) el celoso, que es o teme ser menos aprobado que otros; c) y un tercero al que el anterior siente como compe­tencia o rival y al que repudia (a veces abiertamente, a veces sin expresarlo, buscan­do sus errores y nunca sus acier­tos, dando por cierto algún chisme no comprobado).

En los celos profesionales los padres son sustituidos por los profesores, los jefes de oficina, la clien­tela, los usuarios, los lectores, los oyentes, los espectadores. Así como en la familia la ira del hermano menospreciado no es contra los padres, ni tiene celos del hijo preferido de otra familia, sino contra el hermano preferido por sus propios padres, los celos del profesionista, son, por ejemplo, contra la com­pe­tencia de la mis­ma especia­lidad en la misma ciudad. Es posible que el médico cardiólogo no tenga celos de los reu­ma­tólogos de la misma ciudad ni de los cardiólogos del resto del mundo. El historia­dor de la arquitectura no tiene celos del his­to­riador de la política ni de los historiadores de la arqui­tectura de otros países. Los celos a veces cesan cuando el competidor fallece. La necesidad de aproba­ción o afecto de los demás es univer­sal y es una causa muy importante de la creación cultural, pero no todos están dispues­­­tos a dar ese gusto a los compe­ti­dores. En las biografías de artistas se relatan muchas rivali­­dades: Leoncavallo-Puccini, Leonardo da Vin­ci-Mi­guel Ángel, Borromini-Bernini, Mo­di­­­­glia­ni-Picasso, Picasso-Matisse, Ingres-Delacroix, Góngora-Queve­do, Monet-Degas. Se dan casos de médicos que lograron la curación de una enferme­dad que se consideraba incurable, pero los colegas inventaron que los tales pacientes nunca estuvieron enfer­mos de ese mal. Hay casos increíbles de la resis­tencia de los colegas para apreciar y admirar nuevas invenciones técnicas. No siempre podemos separar los celos profesio­nales de la simple competencia.

El doctor Luis González y González, uno de los mejores historiadores egresados del Colegio de México, que vivió un tiempo en París y en algunas ciudades de Estados Unidos por ser invitado a impartir algunas clases, en su más pequeña obra, El oficio de histo­riar, dedica unos párrafos a las obras plagiadas silencia­das por los plagia­rios, así como al ninguneo y a la envidia. Sobre lo último afirma: “La envidia no es el me­nor de los pecados de la intelectualidad mexicana de medio pelo. Mu­chos se entristecen y disgustan con la apa­ri­ción del libro de un colega. Si para su máxi­mo pesar les parece bueno, callan sus virtudes, lo nin­gu­nean; si ofrece flancos dé­biles, lo censuran con acrimo­nia. En su conjunto, la crítica mexicana quizá sea menos objetiva que la de otras latitudes” (p.219). Luis fue una persona sencilla, simpática y con buen sentido del humor, o sea que en su caso ni siquiera se podrían explicar los celos por intervenir antipatías de los colegas.

Rafael Zamarroni nos describe cómo durante años Tresguerras y los demás arqui­tectos de la zona a principios del siglo XIX se insultaron y ridiculizaron mutuamente sus obras. La oposición entre Carlos Obregón Santacilia y Mario Pani fue muy conoci­da: se decía que ante la pregunta de los perio­distas a Pani sobre lo que opinaba de Obregón contestó ¿Quién? ¿Es uno que anuncia un whisky? Y ante la pregunta a Obregón de la influencia que tendría Pani en las nuevas genera­ciones de arquitec­tos contestó Obregón “De aquí a que esos jóvenes empiecen a ejercer ya se habrán caído todas las obras de Pani”. El conflicto se inició porque el Ing. Alberto J. Pani, enton­ces Secretario de Hacienda, en 1933 contrata a Obregón para los proyectos de los hoteles Palace (después llamado Del Prado) y Reforma. Pero ya iniciadas las construcciones, Mario Pani, sobrino de Alberto, regresa de París, donde hizo la carrera, y se inician una serie de maniobras para quitarle a Obregón la dirección de los dos hoteles y dárselos a Pani, quince años menor que Obregón. Antes de 1950 Pani, Del Moral y Campos realizan el proyecto de conjunto definitivo de la C.U. de México. Se designa a Obregón y Gómez Mayorga para el proyec­­to del Aula Magna… pero nunca autorizan su realiza­ción. En 1951 Obregón publica el libro Histo­­­­ria folletinesca del Hotel del Prado. Un episodio técnico, irónico, trágico, bochornoso, de la post revo­lución.

A veces pequeños detalles delatan los celos. Expongo algunos ejemplos en nuestra profesión: una historiadora del arte dice “descubrir” en la Mapoteca Orozco y Berra lo que yo menciono 10 años antes. Otra enumera todo lo descrito por estadounidenses sobre algunos edificios contem­­poráneos mexica­nos pero cuando llega cronológica­men­te a mi libro sobre ese tema, (el más amplio hasta enton­ces, el único que se atrevió definir las características de la arquitectura contem­po­rá­nea pesar de haberlo escrito apenas en 1963), sólo se le ocurre decir que “es posterior”. Una tercera historia­dora me acusa de afirmaciones “absurdas” sobre Rivas Mer­ca­do; lo único que afirmé es que entre­gó dos pro­yec­tos en el concurso para el Legislativo y que obtu­vieron el tercer y cuarto premio, lo cual se dijo hasta en los periódicos, la afirmación de que corres­pondían a los proyectos entregados con los seudó­­­nimos tal y tal y por tanto…etcétera… ya fue adivi­­nanza o enredo de la historiadora. A una cuarta historia­dora del arte le encargan, después de una exposición, una bibliogra­fía comen­tada, alaba mi libro sobre la arquitectura del XIX pero al final agre­ga “La obra pierde su riqueza porque es presentada como un análisis de factores desvincula­dos”… (¿?)

La omisión de bibliografías completas o de ciertas notas bibliográficas correspon­dientes a los anteceso­res que mencionaron antes cierta idea o dato es una variante de los celos profe­sio­nales (cuando no se trata del descuido o ignorancia de un princi­piante o un descarado plagio que se quiere ocultar).

Un libro de 1989 sobre la historia de las ideas de los arquitectos mexicanos menciona largos ante­­ce­den­tes europeos sobre el tema y lo dicho por algunos mexica­nos ya fallecidos, aunque lo afirma­do por éstos fueron unas cuantas frases de poca importancia, pero “por casualidad” su histo­ria termi­na en 1963.  Lo hizo simple­mente para evitar nombrar mi primer libro de historia que incluye el pensamiento de los arquitectos de la época. La justificación de su absoluto ningu­neo a Cultura, diseño y arquitectura, uno de los más extensos y originales sobre el tema, sigue siendo (16 años des­pués), que “todavía no lo lee”. El mismo arqui­tec­to historiador ini­cia todos sus escri­tos con el ninguneo de los antece­sores: toda la historio­gra­fía previa es “escasa­­men­te consis­tente”, “armada con ensayos de aquí y de allá”, “de contenido escueto”, “ca­ren­­te de bases”, “debe ser puesto en duda”, “muestra un déficit imposible de minimizar” pero todos los datos sobre los edificios del periodo que estudia, que son tan imprescindibles como lo es el suje­to a la oración gramatical, los toma disimula­da­­men­te de los escri­tos de esos idiotas antece­so­res que pudie­ron dedicar diez o veinte años de su vida en descu­brir quién diseñó qué, cuándo, dónde o cómo, en toda la República. ¿A cuál arquitectura podía refe­rir­se si nun­ca estu­dió la que existía? ¿A cuáles edificios podría referirse para achacar (equivo­cada­men­te) que la razón de ser así son las revo­lucio­nes políticas netamente mexicanas y que las carac­te­rís­ticas de sus edificios son indepen­dientes de la arquitectura extranjera cuando esas obras nunca habían sido más inter­na­cionales, repe­titi­vas y paralelas en el tiempo, a pesar de la distinta historia política de cada nación?[5] Ni la arquitec­tura ecléctica porfirista cesa con la Revo­lución, en parte porque subsisten los arqui­tectos formados en el periodo anterior y las preferencias de la gente y de los arquitectos no cambian en el momento que cambia el sistema de gobierno. A veces su ninguneo no es absoluto para que no se haga tan notable: tiene no sólo fotogra­fías copiadas de mi libro sobre el xix: todas tienen extensos pies con infor­mación tomada también ínte­gra­mente del mismo libro, mi nombre aparece sólo en relación a la procedencia de algunas fotogra­fías; tal vez en la Introducción trata de justificar este proceder porque “el material histórico que se tiene como referente es sufi­cien­­­­te­­mente conocido…”. Todo autor podría decir lo mismo de sus omisiones (Según la Ley Federal del Derecho de Autor, los derechos patrimoniales están vigentes durante la vida del autor y 100 años más, sólo después se vuelve “del dominio públi­co”.)  [6]

En plan de agredir, en México la difa­ma­­ción (nunca por escrito) de los arquitectos soberbios y endiosados ha sido más efectiva y el difama­do puede desconocer la ra­zón de la exis­tencia de tantos enemigos que ni siquiera conoce en persona. Las difama­ciones a veces no cesan ni con la muerte del venga­dor, pues el guardaespaldas de la fama de éste se encarga de proseguir con el menosprecio. El alum­no des­lum­­­­brado por un profesor sigue siendo su admirador por el resto de su vida, también cuando ya es pro­fesor o director de una escuela de arquitec­tura, a menos que se haya dedicado después a estu­diar profe­­sionalmente sobre la misma materia y encuentre entonces errores en la enseñanza de su maes­tro que no podía descubrir como alumno. Los demás ex alumnos verán como atrevi­miento imperdo­nable que se critique al endiosa­do maestro. (Véase la p. 23) Analizar y juzgar a un endiosado expone al crítico a ser tratado casi como blasfemo, hereje, apóstata, merece­dor del castigo eterno.

La agresión a veces puede ser motivada por razones diferentes a los celos o añadirse a éstos: no sólo por haber sido criticado antes, también por no pertenecer el difamando a su grupito de apoyo mutuo, o haber criticado a uno de ellos treinta años atrás; la xeno­fobia, el racismo, el antisemitismo, la venganza patriotera, la antipatía, el malinchismo, también influyen. La “inter­pre­ta­ción” de la arquitectura del XIX o del XX no consiste en narrar las guerras de Indepen­dencia o la Revolución de 1910 aunque se sienta uno reivindicador de la arquitectura mexicana “mal interpre­tada”. Los edifi­cios siguen siendo la materia­lización de un programa y diseño que a su vez responden a un conjunto de necesi­dades. Las necesida­des arquitectónicas se pueden resol­­ver bien o mal, de acuerdo con los conoci­mien­tos y la experiencia de sus arquitec­tos, indepen­dien­temente de sus ideas políticas.

La cen­sura puede ser falsa y agresiva pero tam­bién podría ser objetiva, sin ofensas y con el único fin cultural de esclarecer la verdad pues todos estamos expuestos a creer y repetir errores come­tidos por otros o afir­mar algo que requie­re mayor estudio. Una respues­ta del criticado, aceptando el error o proban­do la falsedad de esa censura, pue­de ser sana. La con­tro­ver­sia, la polémica honesta y abierta a nivel profe­sio­­nal no es nada nuevo y podría ser hasta fruc­tífera para la cultura arquitectó­ni­ca, pero en México prevalece la costumbre de no responder a ningún tipo de censura. Siem­pre incomoda. El que “calla” no siempre “otorga”.  Somos muy educados y prefe­ri­mos ser “ch…queditos”

3) PIRATERÍA, PLAGIO.

El caso del plagio de libros profesionales de arquitectura es dife­rente al de la piratería in­dus­trial, al de nove­­las de gran venta o de películas y música popular, en que se mueven grandes capitales e intervienen abogados en los litigios. El plagio íntegro de un li­bro de arquitec­tu­ra impreso en forma normal no sería un gran ne­gocio y el fraude resultaría demasiado obvio.[7] La mayor parte de lo robado en internet son capí­tulos con otro título o libros fotocopiados vendidos como si fueran originales, reali­za­dos en aparatos en los que no tiene importancia el tiraje, el costo de editar no interviene en el precio, los piratas no pagan regalías al autor, no necesitan bodegas para guardar miles de libros y copian libros originales a una velocidad de 100 páginas por minuto. En algunos casos, los princi­pales piratas son los edi­tores del propio libro original por las reim­presiones secretas, con lo cual timan tanto al autor como al fisco y pue­den atrasar o anular el pago de regalías al autor duran­te muchos años porque éste no tiene la posibilidad de com­probar continuamente el número de libros reim­presos o vendidos. El jineteo de las rega­lías de los auto­res y el frau­de se da hasta en las instituciones creadas precisamente para fomen­tar la creación y difu­sión de la cultu­ra. En internet aparecen doce­nas de compañías pira­tas que ofre­cen libros agota­dos sin mencionar que son copias facsi­milares he­chas sobre pedi­do.

Las variantes en los modos de pla­giar son interminables: hay quien supuso que mencionar al autor en la bibliografía ya le daba derecho a copiar setenta las monogra­fías de un capítulo mío, hasta con idén­tica redacción, pero en otro orden, y este pla­giario a su vez prohíbe “cual­quier repro­ducción total o parcial” de “su” obra. Otra variante es la siembra en internet de un artículo plagiado sin men­cio­nar un autor, lo cual parece extraño, pero después aparecen en revistas o en el mismo internet otros artículos idénticos con diferentes firmas, por lo que no se sabe quién copió a quién; así, en caso de una demanda, pueden decir que toma­ron la información de un artículo anó­nimo publicado en inter­­­net. Las copias textua­les en internet de escritos ajenos en los que se elimina el nombre del autor y su biblio­grafía, pero que están insertados por gente que usa seudónimos como “esstig­ma”, “Scribd” o “Rincón de vago” tienen la misma motivación.[8] Otra variante de piratería descarada es la de los “e-books”  y “download”

Un artículo que me plagiaron también sobre la enseñanza de la arquitectura en México brota no sólo cuando se busca ese tema en internet sino también cuando se solicita particular informa­ción sobre cada uno de los arqui­tectos men­cio­­­nados por mí en el capítu­lo correspondiente. Otra variante es el pretexto de ayuda “gratui­ta” para las tareas escolares, pero lo gratuito es un anticipo de infor­ma­ción, para obtener la infor­ma­ción comple­­ta hay que subscribirse, median­te un pago, por supues­to. Una variante más es la del plagiario que intercala y diluye en una larga bibliogra­fía (que no tiene que ver con su escrito) al autor copiado, y así despista el hecho de que el 90% de su infor­mación proviene de ese mismo autor; y también el que esconde la fecha de la primera edición del libro porque su bibliografía es una lista en orden crono­lógico, al poner sólo la segunda o tercera edición, de veinte o treinta años después, un grupo de autores o él mismo pare­cen ser anteriores y entonces al plagiado alguien puede supo­ner plagia­rio. Tam­bién existen el catedrático que tiene un libro de cabe­cera para impartir su clase pero no se lo recomienda a sus alum­nos para aparentar ser el autor de sus apuntes; el que no menciona la existen­cia del libro que ordeñó por­que no copió textual­mente ningún párrafo, pero utiliza la bibliografía de la obra plagiada en sus notas para hacer creer que bebió direc­ta­mente de las “fuentes primarias”.

Cuando pasé un largo tiempo en la biblioteca de San Carlos hice amistad con el maestro Lino Pica­seño ex director de la biblioteca pero que seguía visitándola diariamente porque daba clases allí y porque según él era “su vida”. Don Lino me obsequió un original de los diplomas que se entregaban desde fines del siglo XVIII y una magnífica fotografía del personal de la Escuela. Yo pude reconocer en esa foto unos cuantos maes­tros y don Lino reconoció a otros más pero no recordaba los nombres de la mayoría. Un par de historia­doras del arte plagiaron esa foto de mi libro para sus publica­ciones, por supuesto con las mismas limita­ciones de quién es quién en la foto.

En Europa, Estados Unidos, Canadá y hasta en Sudamérica el plagio ha sido castiga­do. En España se puede castigar con prisión (de seis meses a dos años) y multa. En Colombia la persona que viola el dere­cho de autor tiene que pagar una multa hasta de mil salarios mínimos y puede ser encarcelado hasta por ocho años. En Perú existe la pena de cuatro a ocho años de cárcel por el delito de plagio; el novelista Alfredo Bryce Echenique, por ejemplo, fue multado con el equivalente a 56,000 dólares por plagiar más de 16 artícu­los.[9] En México, aunque la Ley Federal del Derecho de Autor menciona muchas veces la pala­bra protección, desgraciada­men­te, al menos por lo que se refiere a libros y artículos, la protección que otorga el Instituto Nacional del Derecho de Autor se reduce al registro de las obras. Las llamadas juntas de avenencia se des­virtúan por las “anomalías” similares a las de cien­tos de juzgados y oficinas de gobierno. En México también hubo y hay leyes que castigan en forma penal el plagio, lo que falta es que se lleven a cabo. No se persigue por oficio y se supone que lo per­siguen por deman­das. Como sucede con todos los delitos, mien­tras no existan sancio­nes y justicia, mecanismos oficiales implementados para detec­tar el plagio y castigar, el pro­ble­­ma será cada vez mayor.

El plagio a través de internet ha crecido en proporción geomé­tri­ca. Las pequeñas tretas que  histo­ria­dores del arte desplegaban hace veinte o treinta años para ocultar la pro­cedencia de su informa­ción hoy hasta parecen infantiles. Lo más común es el texto redac­tado con ideas persona­les pero donde no se confiesa el origen de los datos expuestos, aún en el caso de las síntesis, en que los datos constituyen el 80 o 90% del texto. Desde hace años, en internet me han plagiado en mono­grafías y por separado, por lo menos cinco de los siete capítulos que confor­man mi obra Arqui­tectura del siglo xix en México, 1973. El plagio en las tesis es de lo más común; hasta alguien que hizo una tesis sobre monumentos conmemorativos y fúnebres para recibir el Doctorado en Humanidades… utilizó mis biografías de arqui­tec­tos como relleno e incluyó hasta los arquitectos que nunca diseña­ron ningún monumen­to.

Los libros y artículos sobre historia de la arquitectura de cierto periodo se multiplican des­pués de la publicación de un libro con amplia información sobre las obras de ese periodo. No es casual que los de arquitectura prehispánica se multiplica­ron después de 1940, los de colonial después de 1950, los de contemporánea después de 1964 y los del XIX después de 1973, pero tengamos por lo menos la honradez de Vitruvio. Hoy, para el que supone que se trata sólo de arte, si tiene a la mano los libros ilustrados indispensables, puede hacer una síntesis de la historia meramente estética de la arquitectura sin salir de su casa u oficina.

En las instituciones nacionales de prestigio siempre se ha tomado en cuenta el aspecto ético de las citas bibliográficas y de las referencias al origen de las imágenes que se incorporan a un escrito. En el me­dio arquitectónico no siempre es así. Citar las fuentes bibliográficas de un libro histórico o teórico -por lo menos cuando los autores toda­vía están vivos- más que una obliga­ción, un forma­lis­mo o un signo de hones­ti­dad pro­fe­sio­nal, que sí lo es, creo que principal­mente constitu­ye una ma­nera de agradecer el tra­bajo ajeno ante­rior que hizo posi­ble comple­men­tar algunos puntos o darle una distinta explica­ción a cier­­tos hechos. Es el proceso normal de la cultura.

Un par de arquitectos deciden escribir sobre la arquitectura del México Indepen­diente utili­zando directamente mi bibliografía y aprovechando la colaboración de un grupo de personas e intencional­men­te me eliminan de la bibliografía. Si conocieran mi archivo se habrían dado cuenta de que la mayor parte de la información y fotografías del archivo no proceden de las fuentes accesibles de las hemerotecas de la Capital  sino de mi contacto directo con las obras y las ciudades que recorrí.

Con el paso del tiempo, al crecer el número de libros y artículos sobre cualquier tema, también tienen que crecer las bibliografías. Pero en el caso de la arquitectura, debe aumentar la necesi­dad de visitar más sitios. Aunque las instituciones sean las propietarias de archivos, manuscritos o fotografías dona­das o compradas, deberían tener también la obligación de respetar los Dere­chos de Autor.

Algu­nos autores han tenido una confusión entre la propiedad de mi archivo sobre arqui­tectura del XIX en México y el archivo fotográfico del INAH. Yo no fui contratado por éste como inves­tigador o como fotó­gra­­fo. Primero ofrecieron publicarme un libro ya escrito e ilustrado sobre arquitectura contempo­rá­nea mexicana y después me propusieron una ayuda económica men­sual durante seis meses para otro libro sobre arqui­tec­tura del XIX. El convenio se fue reno­van­do cada seis meses a medida que crecían las sorpresas del número de obras encontradas en los viajes. Estaba claro que el equipo y el material foto­gráfico los pagué yo y eran míos. Después del cambio de Director hice un convenio con Carlos Chanfón, emisario del nefasto director provisio­nal Ortiz Macedo, por el cual yo prestaría algunos negativos para que únicamente se sacaran copias de tamaño 5×7”, sin información de fechas y autores, y con la condición de que no podían ser usadas o vendidas para otras publicaciones.

Respecto a internet existe un importante conflicto: no hay duda de las enormes ventajas para el público en general de los “busca­do­res” de internet al mismo tiempo que nada ha sido más perjudicial para los actua­les autores de libros con dere­chos patrimoniales todavía vigentes que el plagio en internet. Copiar millones de escri­­­tos de hace cien o mil años que al instante se pueden leer sus descripciones o conocer en parte o leer otros escritos que a su vez comentan los libros anteriores, tener la posibili­dad de examinar de inmediato cual­quier término incluido en las enciclopedias y los alcances del correo electróni­co, han sido factores muy importante de las maravillas técnicas actuales y del ahorro de tiempo. Un golpe bajo fue la decisión en 2014 de la Suprema Corte de Estados Unidos de autorizar la venta de la copia de cualquier libro aun­que viole los Derechos de Autor vigentes. La prometida entrega de regalías por ellos a los autores ha sido un mito. Si no se replan­tea en las universidades la investi­gación cultural esto condu­cirá a la desapa­ri­ción de los investigadores y auto­­res indepen­dientes. Otro problema ha sido el liber­tinaje para publi­car en inter­net sin ninguna supervisión por lo cual se multiplican por cientos los artículos pla­gia­­­dos (véase la nota ** al pie de la p. 11). El colmo es que escritores univer­si­ta­rios que no leen libros, pero sí buscan informa­ción en internet, citan al que firma un artículo pla­giado como fuente biblio­grá­fica  y el verda­dero inves­tigador y autor resulta ignora­do.

Otro gran problema para los autores y editores de libros es el foto­co­piado. Quienes podrían ser los principales lec­to­res de libros de alta cul­­­tura, los alumnos y profesores, copian millones de páginas (en ello ocupamos el primer lugar en Ibero­américa y posiblemente en el mun­­do). Según estudios del Centro Mexicano de Protección y Fomen­to de los Derechos de Autor, en 2002 sólo por la actividad de fotocopiado en México el conjun­to de auto­res perdía quinientos millo­nes de pesos al año de “regalías” no recibidas, y el conjunto de editoriales perdía seis mil millones. ¿Cuáles serán las cifras actuales? La piratería obliga a reducir el tiraje de las ediciones, lo cual encarece el libro y a su vez constituye el pretexto ideal para el consu­mo de fotocopias. Las escuelas benefician a los alumnos al favorecer el fotocopiado y el clona­do de refritos de internet y a los niños los acostumbran a recibir también información gratuita­mente, se les tolera la copia textual de internet porque es para un uso privado, pero llegan a la universidad con las mismas costumbres que aplican ya siendo autores de libros: la fotocopia de libros de la biblioteca, la compra de libros y discos piratas, etc. Según María Fernanda Mendoza, gerente de Cempro, en 2003 las insti­tuciones de educación superior eran responsables de 60-70% del total de textos e imágenes que se reproducían al año, o sea de los 7 mil millones de fotocopias ilegales al año. Limitar el núme­ro de páginas que se permite copiar en un mismo lugar de un mismo libro al mismo tiempo es una “solu­­ción” cómica del problema, por no decir otra cosa.

 4) NÚMERO DE LECTORES.

Por supuesto el plagio, la piratería, el internet, el fotocopiado, hacen disminuir el núme­­ro de lectores direc­tos de libros. En el caso de los temas de arquitectura se agrega el hecho de que hay algo espe­cial­mente penoso para nuestro gremio: muchos arquitec­tos que se dedi­can a su profe­sión casi no leen sobre arquitectura, como si el diseño fuera sólo asunto de intui­ción y originali­dad estéti­ca: hojean revistas por si encuentran algo nuevo que les llame la atención. Existen estadísticas muy simples y creíbles como la relación entre el número de librerías y el de habitantes que varía con la disminución de la demanda: en toda la República mexicana, en 2005 ya sólo queda­ba una librería por cada 250.000 habitantes, en tanto que en España había una por cada doce mil y en Argentina una por cada quince mil.[10] En internet la multiplicación de artículos plagiados sobre un mismo tema -por el liberti­naje y la falta de supervi­sión- a veces ha conducido no al ahorro de tiempo sino a la pérdida de tiem­po por desconocer cuál de los cientos de artículos podrá ser original o podría contener informa­ción diferente[11] Los datos acerca de que en el número de lectores México ocupa el lugar 56avo o el 107avo, o de que en promedio leemos un libro al año o 2.9 libros, el argentino cinco y el español once, son discutibles porque faltan esta­dísticas confia­bles, y son inútiles porque tam­bién importa, entre otros facto­res, la calidad de lo que se lee, las con­diciones eco­nómicas, el número de analfabe­tos, la hones­tidad y el grado de vergüenza de los que responden en encues­­tas a la pregunta de ¿cuántos libros lee usted al año? Lo que más se ha vendido son los co­mics baratos, sen­sa­cionalistas, de vaque­ros, con novelas rosas, eróticas, policiales, o todo eso junto. Los datos de tirajes tampoco son confiables. De historie­tas como El Libro vaque­ro y El libro sema­nal se mencionaron cifras de tres millones de ejem­pla­res ¡al mes!, y hasta de cinco millones. Lo importan­te es contras­tar que hay libros cientí­ficos de pri­me­ra categoría de los cuales se venden quinien­tos ejem­plares en diez años. Indu­da­blemen­te no competi­mos con los países de mayor número de lecto­res de libros de alta cultu­ra. No leer libros de arqui­tectura, como no tener con­tacto directo con las obras cons­truidas y sus autores cuan­do se solicita una crítica, deriva en comentarios y juicios superfi­ciales basados en lo que “gusta”, o “se dice” sobre arqui­tec­tos, edificios, libros o inves­tiga­dores.

La investigación y la publicación dependen de las instituciones, generalmente públi­cas. Nin­gún autor de libros de arquitectura vive de las “regalías”. El capri­cho, la ignorancia o la preferen­cia injus­ta de los res­pon­sables de decidir el apoyo a la investigación y de seleccionar lo publica­­ble, que a veces tampoco leen o están mal informados, tienen un peso enorme en los resulta­dos. Por otra parte, insti­tuciones y edi­toria­les no dan a cono­cer sus productos eficien­temente. Las biblio­tecas públicas a veces también ponen su grano de are­na en el desco­noci­miento de un libro: cuando el posible lector sabe el nombre del autor y el títu­lo del libro que busca, es fácil localizarlo; el problema surge cuando requiere una lista de libros que traten cierto tema pues los biblio­tecarios no son espe­cialistas en todos los asuntos de cada rama de la cultura. A veces en la búsqueda por tema, en los catálogos de las bibliotecas, no se encuentran ni siquiera los libros cuyo solo título anuncian ya la materia que trata.[12] No siempre hay una relación directa entre las aportaciones de un libro y el número de sus lectores.

5)  ERRORES GUBERNAMENTALES. MERCADOTECNIA ABUSIVA.

A nivel nacional, los programas de largo plazo (enci­clo­pedias, catálogos, historias) y la forma­ción de profesionales alta­­­­mente motivados que se empa­pen en el tema de su investigación y puedan producir duran­te años con la máxima eficiencia, se estrellan ante los cam­bios políticos sexenales cuan­do intervie­nen dependencias de las secre­ta­rías de Esta­do. Si un programa no se concluyó antes de la renuncia del jefe, podría no concluirse nunca. Por otra parte, existen regla­men­tos discutibles para per­tenecer al Siste­ma Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología: estar activo en una institu­ción o haber obtenido un doctorado no ga­ran­­tizan el valor de los resulta­dos, muchos auto­res han tenido el tiempo suficiente para hacer sus inves­tiga­ciones precisa­mente por­que estaban dedica­dos sólo a eso y no a repetir una cátedra durante treinta años ni se vieron obligados a interrumpir su investigación para obtener un grado académico más alto. Los resultados finales no siempre son los esperados. En cambio los buenos resultados de los investigadores no perte­necientes al Sistema no se premian.

El CONACULTA conce­día becas para escri­bir libros sin esos requisitos, pero entonces no apoya­ba tam­bién la publicación de los mismos libros. Esto generó un vacío importante puesto que el interés de los edito­res particulares es mera­mente comercial, o bien con el cambio sexenal tam­bién cambian los responsables de conceder becas y eso lleva a que un estudio largo se inte­rrum­pa a medio camino. A veces los asesores nombrados para conceder becas a escritores sobre historia o teoría de la arquitectura, diseño industrial, o aspectos muy técnicos de la construcción son arqui­­tectos exi­tosos como tales, pero ignoran­tes en esas materias.

Tomando en cuenta los fines que algunas instituciones gubernamentales mexica­nas se propo­nen en relación al estímulo y el progreso de lo que llaman cultura (más bien de un aspecto de la cultura), me han tocado algunas experiencias contradictorias y desalentadoras. No quiero caer en la pluraliza­ción pues desconozco las historias de otros autores con las mismas institu­ciones en el mismo periodo o después, con distintos directores. Sólo expongo mis propias experiencias:

1971.- Después de haber investigado durante 8 años la arquitectura mexicana de 1780-1920, con el apoyo económico del INAH y el estímulo constante de su director, Dr. Dávalos Hurtado así como del  Secreta­rio, Lic. Gurría Lacroix, y estando listo el manuscrito del primer tomo para lo cual fui contra­tado, fallece Dávalos y un director provisional, condiscípulo mío de la generación 1951 de arquitec­tos, Luis Ortiz Macedo, deci­de no publicarlo, no fue capaz de darme una explicación aunque fuese una mentira más y, sin embargo, años después publica dos artícu­los sobre la arqui­­­­tec­­­tura del XIX y un libro sobre la arquitectura neoclásica, sin bibliogra­fía, con toda la informa­ción plagiada preci­sa­mente de mi libro que no quiso publicar y que al fin editó la UNAM.[13]

2003.-El libro Arquitectura del siglo XIX en México se publicó en 1973 y 1993. El capítulo VII se refiere a arquitectos y constructores. En 2003 se publica un disco sobre arquitectos contempo­ráneos mexicanos que le entregaron sus currí­culos, pero después se le ocurrió al autor ampliarlo con los más importantes arquitectos del XIX para lo cual simplemente copia a 70 arquitectos de mi capítulo VII, textualmente, con idéntica redacción y puntua­ción, y los intercala en orden alfabético. Ah, pensé, pero existe una Dirección Jurídica del Instituto Nacio­nal del Derecho de Autor que por prime­ra vez voy a aprovechar. Fui, expuse el asunto, dejé mi libro y el disco del plagiario, me explicaron lo de las Juntas de Ave­nencia, nos citaron a los dos para cierta fecha, el árbitro sería el jefe del Depto. de Conciliaciones. El día de la junta no se aparece el acusado sino envía a un abogado que resultó ser amigo del árbitro, se abrazaron, se preguntaron sobre sus respectivas fami­lias y el plagiario envió un escrito (obviamente redactado por su abogado) en el que afirmó que todo lo que yo dije era falso y se archivó el expediente. Si eso sucede entre dos particulares, me imagino lo que sucede si un particular demanda a una institución guberna­men­tal.[14] Con razón todos los conve­nios entre autores y oficinas de gobierno relacionadas con la cultura incluyen al final una cláusula según la cual para el cumpli­mien­to del contrato “las partes acuerdan agotar el procedimiento de avenen­cia previsto por …renun­cian­do a cualquier otra competencia que…” o bien mediante “arbitraje” en el Instituto (o sea lo mismo pero pagado).

2008.-El libro Arquitectura religiosa en México. 1780-1830 lo redacté en 2000-2001 y se contra­tó su publicación con el Fondo de Cultura Económica en 2002. En enero de 2006 se firmó otro contrato con el mismo FCE del tomo que sería la continuación del tema anterior, Arquitectura religiosa en México.1830-1870, con una vigencia o límite de tiempo para su terminación y venta de 24 meses. En abril de 2008, o sea 26 meses después, los ejemplares de la primera publicación ya se habían agota­do pero el segundo libro, el de 1830-1870, apenas estaba en corrección de estilo. Me harté del gene­ral incumplimiento en México de los contra­tos de edición y solicité los finiquitos de ambos contratos, que fueron aceptados y firmados. Esto pasó en el periodo de Consuelo Sáizar en el FCE (2002-2009).[15] Sin embargo me extrañó que siguieran anun­­ciando la venta del primer libro, la razón lo supe des­pués: hicieron impresiones en la filial de Buenos Aires en 2004, en la de Madrid en 2008, sin consultarme y, por supuesto, sin pagar derechos de autor.

2009.- En 1998 se firmó el contrato con el CONACULTA para la edición de los dos tomos de Cultura, diseño y arquitectura, que se terminaron de imprimir en 1999 y 2000. En 2009, según ellos se habían vendido parte de los ejemplares (según las librerías estaba agotado) y dejan de pagarme los dere­chos de autor porque habían “regalado 1361 libros a bibliotecas pobres” por supuesto también sin consul­tar­me. Otros departa­men­tos tenían diferentes justificaciones: malos manejos de la jefa de “rega­lías”, etc. Termino por dirigirme a la Lic. Consuelo Sáizar, que entonces ya ocupaba la dirección de Cona­culta (2009-2013). El asunto se prolongó tres años. En 2012 reimprimen los dos tomos y venden una edición pirata en Madrid sin mi autorización y sin pagar regalías. (¿Una segunda venganza de la Sra. Sáizar por haber finiquitado los contratos con el FCE?)

Por último, puesto que a los editores particulares les interesa sobre todo el aspecto comercial de la inversión y las instituciones a las que me he referido se supone que fundamentalmente tienen que valorar la importancia cultural de los libros, opino que Conaculta no era congruente con ello al apoyar sólo la redacción o sólo la publi­cación de un mismo libro. Además, cuando FONCA apoyaba únicamente la redac­ción exigía al autor la búsqueda forzosa de un editor e imponía límites de tiempo para la publicación que no dependían de la voluntad del autor del libro.

Darle prioridad a la mercadotecnia dejó de ser propio de las librerías y editores  privados y adornarse las instituciones con las autodefiniciones de “sin fines de lucro” y “fomento y protec­ción de la cultura” ha sido general. Sáizar triplicó el número de libros que se vendía y Joaquín Díez-Canedo Flores, que la reemplazó en el Fondo de Cultura Económica (2009-2013) estaba intere­sa­do sobre todo en la mercadotecnia. Cuando estuvo al frente de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM se puso la meta de duplicar en dos años la venta de los libros. Eso no es criticable mientras no les llegue la tentación de aprovecharse de las regalías que les correspon­den a los autores de las obras reimpresas.

Algunas universidades privadas que dependen de las altas colegiaturas y pagos de estaciona­miento de los alumnos, están dispuestos a darles a ellos facilidades que no les cuesta como el fotocopiado de libros casi al costo, para los rectores el perjuicio a los autores de libros con derechos vigentes no tiene importancia. El fomento de la cultura no les es redituable, la investi­ga­ción pagada no existe, los libros publicados son pocos, los departamentos de publica­ciones tienen bajo presupuesto. Ahora han inventado que las editoriales universitarias están obligadas a pagar “en especie” como si fuera pagar en dólares en vez de pesos.[16] En realidad es una manera de transferir al autor los gastos posteriores a la impresión del libro que les correspondería pagar a la universidad: el trabajo de venta de los libros, el descuento a los libreros (30 a 50%), el transporte de la mercancía, empleados, etc. En comparación con las acostumbradas “regalías” del 10% del valor máximo de venta del libro, las regalías netas se convier­ten en un 3 o 4%. La Universidad Iberoameri­cana en vez de subir el porcentaje acostum­brado para compensar esos gastos lo baja todavía a 8%. El rector que da cátedra de justicia social y de la actitud ética de los egresados -problemas que no va a resolver ni le cuesta nada aparecer como su defensor- ante el reclamo por injusticia del autor de un libro que publica­ron y que sí está en sus manos resolver, padece entonces de cegue­ra y sordera voluntarias. Blowin in the wind…

6) NACIONALISMO INGENUO.

Juan Bautista Vico (1668-1744), filósofo de la historia, men­ciona los dos pre­juicios más frecuentes del historiador: exagerar la grandiosidad del periodo que estudia y la vanagloria nacional. Creo que el amor por el terruño, el país o cierto grupo social fomentan la investigación, no es un estorbo ni una cursilería mientras no se distorsione ni se oculte la verdad. Pero si hay antecedentes extran­­je­ros en las técnicas, estilos o teorías de la arqui­tectura de una nación, no hay razón para negarlos o disimularlos, ni para estar de luto ni para hacer gene­ra­lizaciones xenofóbicas. El que­rer que se oculte no muestra más que senti­mientos de infe­rio­ridad. Puedo aceptar algunas de las llamadas mentiras piadosas, pero no las mentiras patrio­teras. Ni los argentinos hacen tangos porque se investigó que el tango tiene raíces euro­peas y lo reproduje­ron al mismo tiempo los inmigrantes en Uru­guay. Lo impor­tante es que Argen­tina lo desarro­lló como ningún otro país. Los pioneros en los cambios cultura­les, incluso ar­qui­tectó­ni­cos, ni siquiera son las naciones, son unas cuantas perso­nas. A partir del cristia­nismo los estilos no sólo se extienden a las regiones invadidas o conquis­tadas, se internacio­nalizan. A veces los pioneros de una nueva arqui­tectura se adelantan a expresar o realizar lo que ya se gestaba como una nueva voluntad, o se adelan­tan a la moderni­zación tardía de los aún devotos de una tradi­ción, y eso sucede tanto en el propio país como en el país de origen de la novedad.

Una vez acep­ta­das e ini­ciadas las innova­ciones, se propagan, varían, per­feccionan en áreas cada vez mayores. Ningún cambio es absoluto ni sería posible sin la acu­mulación milenaria de la cultu­ra ante­rior. Además, las mejo­res obras de cada estilo colec­tivo general­mente no son las de sus pio­neros. Muchas creencias sobre la arquitectura nacional, en todos los países, pasan por el tamiz del patriote­ris­mo o chau­vi­nismo. Hacia 1953 Enrique del Moral afirmó que cuando se empezó la arqui­tec­tura con­tem­poránea en México no se sabía lo que se estaba haciendo en Europa y Estados Unidos. Bastaba ver las revistas a las que estaba suscrito la biblioteca de San Carlos, que los maestros y alumnos podían hojear en la década de los veinte, para comprobar que su afirmación era falsa, se lo reclamé personal­mente a Del Moral, sólo se sonrió. No todos aceptan la demostración objetiva de la falsedad de ciertas creencias que durante déca­das se daban como ciertas porque existe otro fenóme­no: la voluntad de creer en lo que en el fondo se deseaba que fuera verdad.

En Europa hubo influencias estilísticas y técnicas entre países en plena Edad Media, cuando todavía no existían libros impresos, cuando los viajes en carros arrastra­dos por caballos en unos cuantos caminos polvorientos y destrozados o en barcos de vela duraban un tiempo enorme. En los siglos XIX y XX no hubo un país civilizado en el que los profesionistas no estuvieran al tanto de lo que sobre su profesión se decía o hacía en otros países y aprovecharan las novedades. Mencionar el origen real de las ideas y de las cosas no es una vergüenza para un país, lo que sí avergüenza es el disimulo y la mentira patrioteras, es el apoyo de muchos historiado­res e instituciones a unos cuantos colegas a quienes interesa eliminar a los veraces, desaparecer a los que osaron criticar a quienes ellos endiosaron o a los que criticaron sus propios prejuicios e ignorancia.

7) LAS VALORACIONES COMPARATIVAS EQUIVOCADAS.

La satisfacción frente a la belleza natural y de las obras fundamentalmente estéticas en gene­ral es intuitiva y rápida. En el caso de la música clásica, por ejemplo, a veces necesitamos oírla varias veces hasta que empezamos a gozar completamente de ellas. En un museo pasamos con rapidez frente a lo que no nos atrae y nos detenemos a admirar lo que nos atrae. En un viaje turístico hacemos lo mismo al recorrer algunas de las calles y nadie nos impide comentar lo que nos gustó más de lo poco que vimos. La valoración de los objetos de diseño es más compleja, depende de un análisis racional que requiere mucho tiempo y si se tiene que resolver cuál proyecto arquitec­tó­nico entre los presentados por los concur­santes para realizar una obra merece ganar, se trata de algo mucho más delicado y trascendente. No basta un vistazo para conocer la resolución de todos los aspectos utilitarios de cada proyecto o edificio del grupo de obras que se compara. Escribir cuales edificios o arquitectos de una ciudad en cierto periodo son los mejores, tomando en cuenta sólo el gusto personal ante lo estético, es un tremendo error y una injusticia para los competentes ignorados. Más que error, raya en estupidez la decisión de cuál arquitecto es el único que merece un premio internacional por su labor entre cientos de arquitectos que han diseñado en un país en cierto periodo, después de que los supuestos jueces nada más vieron unas fotografías o vieron las fachadas de algunos edificios, o conocieron la azotea de una casa u oyeron las opiniones de algunos arquitec­tos que ni conocían per­so­nal­­men­te los proyec­tos ni las obras termina­das de todos los arquitectos, ni tenían manera de saber si esas obras cumplieron con los progra­mas que tenían que satisfacer.

Cuando un grupo de personas tiene que seleccionar al que creen superior de un grupo de artistas o de arquitectos se recurre a la votación, independientemente de lo acertado o arbitrario que haya sido la selección inicial de a quienes se va a comparar y juzgar y quienes merecen ser los jueces.

Cuando el edificio existe y no ha sido modificado; cuando el o los arquitectos de la obra viven y puede mostrar todos los planos, cálculos, datos de costos y explicar asuntos que no se deducen de los planos como lo que se hizo por exigencia del propietario; cuando los usuarios permiten la entrada al edificio, departamento, oficina o consultorio y están dispuestos a contar sus experien­cias en cuanto aciertos y desaciertos; cuando se puede entrevis­tar al calculista y demás asesores en el caso de grandes obras, cuando el propietario nos puede decir si el costo final coincidió aproxi­mada­mente con el previsto en el presupuesto; cuando el que investiga lo valioso del edificio es otro arquitecto que recorre el edificio no sólo con una libreta y una cámara fotográfica sino, de ser necesario, con brújula y termómetro y cuando todas esas facilidades se dan en una obra, lo cual es muy raro, tal vez sea posible conocer bien las circunstancias que determi­naron los aspectos utilitarios del edifi­cio y juzgar sobre su valor utilitario, que sumado al valor de las apariencias semióticas y estéticas, siempre relativas  y discutibles, podría­mos decir que el edifi­cio es evaluable. En el caso de la historia de la arquitectura de hace dos o tres siglos de un asenta­miento pequeño, si bien nos va, podemos contar con algunas fechas o autores después de revisar libros o periódicos, visitar algu­nos de los edificios del periodo que nos interesa, tal vez hablar con algunos usua­rios o tener algu­na información de edifi­cios ya demolidos. No podemos pretender mucho más.

La investigación de la utilidad de un edificio actual en el que se dan parte de las circunstancias ideales arriba mencionadas proba­blemente nos tomaría unas dos-tres semanas. Si se quiere valorar la obra completa de un arquitecto actual que ha realizado unas 40 obras se necesitaría tal vez unos dos años y si se quiere comparar la obra de diez arquitectos que en promedio realiza­ron el mismo número de obras el investigador necesitaría trabajar unos 20 años.

Aun antes de la existencia de un edificio hay decisiones que posteriormente se pueden consi­de­rar acertadas o erróneas: si el terreno que se ocuparía todavía no existe, su búsqueda y selec­ción dependería de estudios preliminares de la aproximada área total construida, la necesidad de tener un solo piso o varios, la ubicación urbana de acuerdo con el género de edificio, la relación con la ubicación de otros edificios de igual género o de utilidad complemen­taria,  en ciertos casos industriales la cercanía a una carretera, al ferrocarril, al aeropuerto; la abundancia de posibles clientes; la cercanía de escuelas, tiendas y mercado; la limitación por reglamentos de ubicación por su género o por el número de pisos; condiciones de agua potable, drenaje, electricidad, pavi­men­to, en la zona; costo máximo del terreno que es posible permitir; áreas verdes, etc. Las finali­dades utilitarias posibles en los edificios no son pocas. Aquí repito algunas que mencioné en otros escritos:

La tecnileidad de los espacios aéreos internos se refiere a lo siguien­­­te: tamaño, forma y orientación de las plantas del edificio determinados por: el área total reque­rida, su tamaño, forma, orientación y acceso, la posición de árboles, del terreno; la posibi­lidad o nece­sidad de distri­buir en uno o cierto número de pisos el espacio interno total, carac­terísticas de las cons­­trucciones colindantes, límites reglamentarios en el número de pisos, alinea­mien­to, etc.; ubicación, ta­maño, forma, tempe­ratura, hume­dad, ventilación, de cada uno de los espacios distri­bui­dos, en rela­ción con el número de personas a las que sirve el edificio, las activida­des desempeñadas, los objetos materia­les que se utilizarán o guar­darán, el volumen de aire renovable necesario y la interrela­ción con el resto del edificio (horizontal y verti­cal­mente) mediante circula­ciones de distancias cortas; rela­ción con los espacios abier­tos que iluminarán y ventila­rán los espacios cubiertos. Por supuesto, hay particulari­da­des en cada género y en cada obra. Por ejem­plo, la visibili­dad y audibilidad de un centro de atención (templo, teatro), ancho y altura de las puertas de acuerdo con el tamaño de los objetos que pasarán por el vano (en hospitales, fábricas). La tecnileidad de la cons­trucción incluye: protec­ción de la envolvente externa para preve­­nir las acciones de la lluvia, inundaciones, rayos, proyec­tiles, sol directo, calor, luz, viento, aire conta­mi­nado, ruido-sonido, pe­netra­ción huma­na o de animales inde­sea­bles, de miradas indiscretas; resis­tencia a la salida de aire, calor, personas y animales; ais­lamiento visual, acústico y olfativo entre los espacios internos sus­ceptibles de ence­rrar­se; control de la unión o separa­ción de las distintas funciones del vano: ilumi­nación natural, penumbra, ventila­ción, soleamien­to, visibi­li­dad, incremento del aislamiento térmico, mediante corti­­­nas, persianas, vidrios dobles, cortinas pesadas; densidad de los recubrimientos de acuerdo con el tiempo de reverberación sonora requerido (en teatros, cines, auditorios). La tecni­lei­dad de las insta­laciones complemen­ta­rias se refiere a recep­to­res y conductores de aguas negras o residuales, depó­si­tos y trans­porte controlado de agua potable y material combustible; efi­cien­cia de la iluminación artifi­cial, chime­neas, estufas, ascensores, aire acondicionado, etc.; ac­ce­sibilidad antropo­mé­trica a ce­rra­­du­­ras, mani­jas, inte­rrup­­tores, elevado­res de ventilas, mingitorios, alace­nas, buzones, medi­dores. Dura­bi­lidad y seguridad se refieren a la pre­ven­­ción de cargas y presiones máxi­­mas por peso propio, carga viva, presiones o tensio­nes inter-es­truc­turales, sismos, empuje de agua o viento, hundi­mientos diferen­ciales; prevención de cam­bios futuros en el uso del espacio o de amplia­cio­nes; resisten­cia al deterioro por efecto de la intem­perie, gol­pes, fric­ción, pudrición, oxida­ción, porosi­dad, fugas de agua, roedores, insectos; faci­lidad de limpie­za, destape, lubrica­ción, reempla­zo, ajuste. Impedi­mento de caídas en desniveles, ausencia de puntas, elementos cor­tan­tes o prensiles, pisos resba­losos, peraltes invisibles, facilidad del desplaza­miento de minusválidos y ancia­­nos. En relación con posibles incen­dios: materiales incombustibles, recubrimiento de es­tructuras de o con acero, vías de evacua­ción, sepa­ración de áreas con mercan­cía muy inflamable, rutas de penetra­ción de bomberos. Econo­mía: capi­tal disponi­ble como límite, selección del sistema construc­ti­vo; para cierto sistema, la selec­ción del intercolumnio y la proporción de la sección de cada elemento; en la relación entre el área de espacios primordiales y el área de circulaciones; en la relación entre la longitud de muros mediane­ros y la longitud de muros exteriores; en la rela­ción entre el número de pisos y la máxima carga admisible para cierto suelo y tipo de cimen­tación; en el costo del tiempo de construcción en relación con el capital improductivo; conside­rar la posibilidad de utilizar elementos prefabricados y estan­darizados; en ciertos géneros de edificio, consi­derar la posibilidad de reducir el número de empleados mediante la distri­bución adecuada del espacio; anal­­i­­zar comparativamente el costo a largo plazo de repa­ra­­ciones, jardi­nería, limpie­za, consumo de combus­tible, seguros de incendio y terremo­to, vigilancia, pérdi­da por robos. Adecua­ción a un conjunto urbano y natural: ubica­ción de los edificios (que ya mencionamos al principio), normas de densidad, alinea­mien­to, áreas de estacio­namiento, vialidad, áreas verdes. Tiempo y costo de transporte habita­ción-lugar de trabajo-comercio-recreación. Contribuir al manteni­mien­to presente y futuro de una atmósfera no contami­nada, preferir energía renovable (derivada de la energía solar, del viento, del calor geotérmico) para generar electricidad, luz artificial, calefacción, aire acondiciona­do, calenta­mien­to de agua, accionar motores, etc. Captación de agua de lluvia, tratamiento de aguas negras.

Recibir un premio no le hace daño a nadie, pero es injusto que no lo reciban otros a quienes no se ha valorado debidamente porque nadie tiene el tiempo necesario para investigar los aspec­tos utilitarios o les cuesta trabajo olvidar sus celos profesionales. Si no tenemos la posibili­dad de hacer evaluaciones inte­gra­les de edificios tampoco fomente­mos las comparaciones, con­cur­­sos y premios injustos. Por otra parte, ante las omisiones de los aspectos utilitarios en los análisis es comprensible que las historias de la arquitectura terminen siendo histo­rias del arte sin excusas siquiera de sus omisiones. Es común que la gente seleccione a alguien porque recibió varios premios, lo cual  es o no rele­vante según la capacidad e investigación de quienes otorga­ron esos premios, o también escoja a un arquitecto porque salió publicado en muchas revistas o porque es de  los más nombra­dos o porque eso dicen muchos arquitectos.

Yo tuve una experiencia interesante: cuando fui profesor en la Escuela de Arquitec­tura de la Univer­­­­­si­dad Iberoamericana, en una junta de profesores presidida por su primer director, el arqui­tecto Augus­to Álvarez (de los maestros recuerdo que estaba presente Honorato Carrasco N.) propu­se que se invitara a dar una conferencia a Luis Barragán. Casi me linchan entre todos: ¡qué estupi­dez! “Ni es arquitecto, ni ha trabajado como ingeniero que es su verdadero título, es un esce­nógrafo y a eso debería dedicarse, etc.” Por más que me defendía diciendo que no lo estaba propo­niendo como profesor sino que sería intere­sante que los alumnos oyeran sus opi­nio­nes que se podrían discutir. Pero no me perdo­na­ban semejante atrevi­mien­to. Años después le otor­gan a Barragán el premio Pritzker y de inmediato le hacen también en México un homenaje presidido por…Augusto Álvarez y Honorato Carrasco N. Toda­vía hoy no se deja de mencionar “el equivalente del Premio Nobel en arqui­tectura”

El número de obras realizadas por un artista tampoco debe influir en su valoración; en la arqui­tectura con más razones. En el gran número de obras diseña­das y cons­truidas por un despacho pueden intervenir, fuera de los conocimientos profesiona­les de los dirigentes, su capaci­dad empresarial o la de familiares o socios para crear edificios como nego­­cio, sus rela­cio­­nes sociales, la gratificación de un Gobierno hacia un arquitecto por haber forma­do parte del equipo de campaña electo­ral del partido que ganó, su habilidad para los “moches”, etc. En el caso de arquitectos socios es común que uno de ellos se dedique especialmente a la promoción, a la búsqueda de clientes.

En cada oficio o profesión se reconocen cualidades que hacen más valiosos a sus integrantes pero también existen apariencias que la gente valora equivocadamente. Apariencias para pare­cer de mu­cha clientela, de muchos estudios, de extenso currículo; pertenencia a institucio­nes internaciona­les¸“paleros” en los espectáculos para aplau­dir y pararse entusiasmados; “achi­chin­cles” que se encar­gan de conseguir más premios e ingreso a instituciones, con alabanzas al jefe endiosado y éste además pueda agregar a sus cualidades la de la humildad por no autoelegiarse. Los escritos que se publican para aumentar los renglones del currículo a veces son risibles: artículos de dos o cuatro páginas en alguna revista, un librito sobre Tolsá que a pesar de su pasta gruesa, texto con letra grande, doble interlineado, hojas gruesas,  márge­nes grandes, no deja de ser un folleto. Una historiadora del arte aparece como autora de un libro que consta principal­men­te de un grupo de fotografías de arquitectura de cierto fotógrafo, fotos que no tienen nada en común, le pone una Introducción de unas 8 páginas, consigue el apoyo económico de tres instituciones, le pide al director de una de ellas escribir una Presentación, le pone un título llamativo que no significa nada y agrega  ya otras dos líneas en su currículo.

     Llegar a una solución definitiva de proyecto arquitectónico no consiste sólo en sumar la solu­ción óptima para cada una de las necesidades puesto que la mejor solución puede implicar el sacrificio parcial o total de otra u otras necesidades. La solución más económica no puede ser la más eficiente ni la de mayor seguridad o durabilidad. La solución compacta con pequeños cubos de luz podría ser la mejor intercomunicada y la peor térmicamente. Una ventana de piso a techo frente a un bello paisaje puede ser la mejor solución visual pero la orientación tal vez no sea la mejor y bajo el punto de vista térmico, la ventana con un vidrio de 6 mm es inferior en aislamien­to térmico a un muro de 14 cm. de espesor. Una ventana sobre un pretil de 90 cm de altura permite la misma ilumina­ción útil del espacio interno que la ventana de toda la altura, con las ventajas adicionales de incrementar el aisla­miento térmico y poder colocar allí muebles sin que se vea el respaldo desde afuera. En un clima extremoso las opciones son más difíciles. Disminuir el tamaño de ciertos espacios para ampliar el tamaño de otros puede producir inconvenientes, por ejemplo las rampas curvas demasiado angostas de estacionamientos ocasionan continuos raspones y golpes en los automóviles. Un conjunto de casas o departamentos para futuros inqui­linos o condóminos descono­ci­dos podría no tener más varian­tes que el número de recámaras. Pero el proyecto particular para una fami­­lia en la que uno de sus integrantes se transpor­ta en silla de ruedas, por ejemplo, podría necesitar un diseño diferente. [17]

Cada obra de un mismo arquitecto cumple mejor unos aspec­tos que otros, tuvo circunstancias más a su favor en unas obras que en otras, tuvo más libertad para diseñar en unas obras que en otras, contó con un mejor equipo o estuvo más limitado en cuanto a capi­tal disponible en ciertas obras, etc. Aunque el crítico competente pueda estudiar de manera más objetiva los aspectos utilitarios su juicio estético forzosamente es subjetivo.

El sacrificio de las necesidades de tecnileidad, seguridad, durabilidad, economía, por lograr originalidad o acrecentar el valor estético, en muchos casos se llega a la conclusión de que ni valieron la pena porque ni eso lograron: edificios de muchos pisos de forma piramidal o pirámides invertidas o con una de sus fachadas oblicuas, a mi manera de ver no agregan nada a un edificio cuya forma general es un paralelepípedo rectangular y pierden muchísimas ventajas del edificio normal. Las cajas de vidrio pueden ser convenientes para ciertos invernaderos no para espacios habitables. Los volados inútiles en cierta orientación pueden disminuir la tempe­ratura interior. Los muros entre las habitaciones de un hospital deben obtener total aislamiento acús­tico, pero cuando disminuyen su espesor en la parte cercana a la ventana porque el arqui­tecto quería una fachada de ventana continua, por esa zona delgada se introduce el ruido de los cuartos vecinos. Uniformar la altura de las ventanas de una fachada que iluminan estancias, recá­ma­ras y baños perjudica a parte de estos. Celosías y entrantes-salientes en muros exteriores también son acumuladores de polvo y escurridores de lodo. En muros curvos no se puede adosar bien muebles rectos. Para un arquitecto del siglo XVIII la barandilla de una escalera era una buena ocasión para lucir su capacidad decorativa, mientras que para uno moderno y joven, aman­te de la mayor simplicidad y tratándose del proyecto para su propia casa, estaría dispuesto a un pequeño riesgo con tal de lucir una escalera sin barandilla; por supuesto en una casa ajena con niños pequeños o ancianos sería inaceptable.

La opinión que se tiene de los demás profesionistas se inicia en la escuela, con nuestra crítica a los profesores, y con lo que ellos nos cuentan de los demás. Probablemente no hay sobrevi­vientes de los que cursaron toda la carrera de arquitecto en la ex-Academia de San Carlos y ya no somos muchos los que iniciamos allí la carrera y a partir de 1954 nos mudamos a la C.U. Era unánime seña­lar la irresponsabilidad de los maestros faltistas, la seriedad y capacidad de la mayoría de los profe­sores, el aburrimiento en las clases de matemáticas y de geometría descrip­tiva y la admiración por el maestro José Villagrán García: era puntual, destilaba inteligencia, racionalidad y cultura, era muy buen ora­dor, nos dijeron que fue el iniciador de la arquitectura contemporánea de México, sabíamos de sus múltiples obras, de que tenía veinte años de dar la clase, de que fue presidente de la SAM en 1926 y director de la ENA en 1933, de su amplio conocimiento de las necesidades de un hospital para inte­grar un programa antes de iniciar el proyecto y nos impactaban sus explicacio­nes de ontología, fenomenología, axiología, la sección áurea, lo óptico-háptico y sus referencias a frases de Ortega y Gasset, Spengler, Taine, Maritain, Worringler, Guadet, Gromort. Era de los pocos maestros que tenían ayudantes con el fin de revisar los apuntes de los alumnos y comprobar que estaban completos. Era el maestro con mayor poder: el rector de la Universidad no autorizaba el nombra­mien­to de un director de la Escuela de Arquitectura sin consul­tar a Villagrán y los directores tenían que consultarle las proposiciones de algún cambio importante en la enseñanza. Los alumnos que llegábamos al Zócalo por tranvía y caminábamos por la calle de Moneda hasta la calle de Academia a veces nos encontrábamos allí a Villagrán que se encaminaba al mismo lugar y no sólo nos saludaba sino que nos tomaba por el brazo y nos echaba todo un discurso. Me daba la impresión de que la agarrada del brazo no era por camaradería sino para que no huyéra­mos y que estaba más moti­va­do por su tremenda necesidad de deslumbrar para ser admirado que por la enseñanza.

El cambio a la Ciudad Universitaria no fue sólo cambio de ubicación y edificios nuevos. Se elimi­na­ron las salvajes novatadas, las irracionales “repentinas”, el dibujo de desnudos. Como se multi­plicó la canti­dad de alum­nos de primer ingreso, no había suficientes profesores y se tuvo que recurrir a los “ayu­dantes” para todos los maestros, tenían la obliga­ción de impar­tir la clase si faltaba el profesor, por lo tanto tenían que estar preparados para ello y era una manera de crear nuevos maestros. En la escuela de San Car­los cada maestro tenía su propio progra­ma, pero en la C.U. al aumentar el número de maestros, la dirección de la Escuela tenía que imponer un progra­ma común para todos los profe­so­res de la mis­ma materia. Eso no fue problema para muchas mate­rias pero sí lo fue para los cursos de Intro­ducción o Iniciación al Estudio de la Arqui­tectura y Teoría Superior de la Arquitectura que única­men­te había impartido Villagrán, éste se oponía a que el programa oficial no fuera el suyo y por años siguió siendo el programa oficial. Recuerdo que ante un comentario que le hice al maestro de Urba­nismo, Domingo García Ramos, me contestó “El curso de Villagrán no es UNA teoría de la arquitec­tura es LA teoría de la arquitec­tu­ra”. En 1954 fui ayudante de Mauricio Gómez Mayorga en “Inicia­ción” y de Ricardo de Robina en Histo­ria. Dos años después me nombran profesor de Inicia­ción, en principio repetiría el curso de Villa­grán pero estaba de acuerdo con Gómez Mayorga en que el diseño en general era lo que englobaba a la arquitectura y no las “bellas artes”, aunque a la vez yo no estaba de acuerdo con GM en su insistencia de que “la arquitectura no tenía nada que ver con el arte”. Para realizar mi teoría del diseño no encontré libros sobre el tema y empecé por buscar en el diccionario alfabéti­camente la mención de todos los objetos artificiales que se diseñan y agruparlos por sus dife­ren­tes fines. Vi con otro criterio mis apuntes del curso de Villagrán, encontré errores y contra­dicciones que no había percibido antes y fui integrando mi propia teoría, a la que dediqué tiempo completo entre 1990 y 2000 y la publiqué con el título de Cultura, Diseño y Arquitectura. En 1958 recibo una llamada de atención de parte del direc­­tor de la Escuela, Ramón Marcos, porque no estaba siguiendo el Programa Oficial[18] y se me ocurre darle respuesta por escrito explican­do en diez páginas cuáles eran sus errores. Resultado: el Direc­tor simplemente se lo entrega a Villa­grán, me gano un enemigo para el resto de su vida y éste arrastra a su más ferviente admirado­r, que se encarga de continuar con la misma actitud después de la muerte de Villagrán en 1982. Para evitar polémi­cas nunca hubo respuesta escrita a mi crítica sino infames difa­­macio­nes sub­rep­­ticias. La apa­rien­cia de un humilde católico practicante vimos que puede esconder a todo un Júpiter implacable y la apariencia de otro, preo­cupado por la justicia social, también podía escon­der sucias maniobras y plagios. Las mentiras repetidas paciente­mente durante años llegan a creerse como verda­des.[19] Por otra parte, en mi investigación para el libro Arquitectura Contempo­ránea Mexi­ca­na consideré que se debería agregar la existencia de un periodo de transi­ción (des­pués erróneamente bautiza­do como Art Deco) que utiliza­ron varios arquitectos indeci­sos entre seguir la arquitectura ecléctica que vivieron y aprendieron en la Escuela o la nueva arquitectura que se desarrollaba en Europa y Estados Unidos, en ese periodo se debía incluir el Instituto de Higie­­­ne y Granja Sanitaria en Popotla, que tampo­co era la primera obra de Villa­grán como se dijo por muchos años.

En Lógica se le llama “argumen­to ad verecundiam” a la falacia de creer cierto todo lo que alguien afirmó por el hecho de ser una persona con mucho prestigio. El “argumento ad homi­nem” es similar: al desacreditar con mentiras a la perso­na que defiende una postura, la gente apoya al de la postura contraria, lo cual no tiene que ver con la veracidad de éste.

La cultura se transforma en el tiempo porque ninguna investigación, descubri­mien­to, inven­to, producto artificial, técnica, procedimiento, convención, costumbre, surge de la nada y ninguna es la única-definitiva-invariable solución de algo. Por otra parte, las necesidades no bioló­gicas de la huma­nidad varían también en el tiempo y como consecuencia también las soluciones. Un pequeño porcen­taje de la población es el responsable del progreso cultural, independientemente del descono­cimien­to, subvaloración o sobrevaloración de los demás en el mismo lapso. Todo progreso es perfectible, siempre hay algo encomiable pero también hay algo que se puede agre­gar, algo que se omi­tió, una diferente manera de abordar la solución y hasta grandes errores junto con afirmaciones o soluciones geniales.

Estamos poco conscientes de que la cultura no sólo se transforma en el tiempo, sino crece a medida que crece la población. Hay más personas contribuyendo en cada sector de la cultura. Hay más gente que necesita cosas para sobrevivir. Se requiere cada vez más edificios. Los histo­ria­do­res actua­les de la arquitectura de los últimos doscientos años tienen muchos más edificios para examinar que los que se dedicaron a la historia de la arquitectura de la antigüedad, están más limitados para abar­car la totalidad. Las historias de la arquitectura clásica europea descri­ben 60-70 obras griegas y unas 90-110 obras romanas (incluyendo las etruscas, los acueductos y los puentes)

Se ha calculado la población del planeta poco antes de la era cristiana en unos 200 millones de habitantes y la de 2015 en unos 7400 millones, o sea 37 veces mayor. México, como país, creció en población de 4’640,000 habitantes que tenía en 1790 a 15’160,000 en 1910, o sea 3.26 veces en 120 años. En el futuro será más obvio que un puñado de obras como ejemplo no sea sufi­ciente para defi­nir en forma adecuada la cada vez más profusa arquitectura y que tal vez se requieran nue­vas técni­cas e instituciones para cata­logar la arquitectura tomando en cuenta su utilidad para la historiografía futura. Habrá que reunir toda la información e imágenes necesa­rias de la arquitectura cuando ésta y sus autores todavía existan a pesar de la posible diferen­cia de crite­rios posteriores para evaluar, seleccionar o interpretar.

El tema de este escrito lo empecé a redactar en 2011 como un comentario que formaba parte del prólogo de mi último libro. Tenía entonces unas 4-5 páginas. Al fin no se incluyó y lo fui am­plian­do poco a poco durante cinco años. Eso explica algunas repeticiones y cambios de acti­tud.

 

Arq. Israel Katzman.

 

 

“No basta decir la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad”

Aristóteles (384-322 a C.)

“La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”

“Las enemistades ocultas y silenciosas son peores que las abiertas y declaradas”

Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.)

“En suma, he tenido siempre delante de los ojos aque­llas dos santas leyes de la hist­o­­­­­­­­ria: no atre­­­ver­­­­­se a decir mentira ni temer decir la verdad, y me lisonjeo de no haber­­las quebran­­ta­do.”            “Yo me habría fatigado menos y mi historia acaso sería más agradable a muchos si toda la diligen­cia que he puesto en averiguar la verdad la hubiese puesto en hermosear mi narración con un estilo brillante y elocuente…me parece que la verdad es tanto más hermosa cuanto más desnuda” 

Francisco Javier Clavijero (1731-1787) en el prólogo de su Historia Antigua de Méjico. Bolonia, 1780.

“Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud” 

 “Para que triunfe el mal sólo se necesita que los buenos no hagan nada”

Edmund Burke (1729-1797).


[1] Intencionalmente dije “el escrito” y no “el libro”. Recuerdo al lector que entonces no existían libros impresos y cosidos. El original segura­mente fue redactado y dibujado en rollos de papiro. Tal vez cada rollo correspondió a lo que después se llamó Libro I, Libro II…y se referían a los actuales capítulos. De allí el título posterior de “Los diez libros de la arquitec­tura”. Las princi­pa­les biblio­tecas de la antigüedad tenían un taller de copistas manuales. La primera edición impresa ya se realizó basada en una copia incom­pleta con dibujos que ya no eran los originales.

[2] Su declaración en plural me hace pensar no sólo en los historiadores anteriores a Vitruvio, que además él menciona más ade­lan­te algunos, sino que tampoco en su propia época estaba solo como tratadista de la arquitectura. Por otra parte su afirma­ción de que él no era plagiario no venía al caso, pudo jactarse de que no era asesino ni ladrón, me da la impresión de que el plagio no era raro tampoco entonces y consideró necesario aprovechar la oportunidad para aclararlo y condenarlo. En otro párra­fo escribe: “Y así como éstos mere­cen nues­tro agradecimiento, por el contra­rio merecen una dura reprensión los que roban los escritos de aquéllos y se atreven a mostrarlos como propios; peor todavía, los que desvirtúan los libros originales y se jactan envi­dio­sa­mente de menos­preciarlos y comba­tir­los: éstos no solamente deben ser reprendidos, sino severamente castigados como gente de costumbres perversas” Más adelante también cuenta una anécdota sobre plagios que no tiene que ver con la arqui­tec­tura, lo cual confirma mis sospechas: en un certamen literario donde debía haber siete jueces, sólo dis­ponían de los seis ciudada­nos más reco­­no­cidos nombrados por el rey, y gracias a una recomendación invitaron a un desconocido ratón de biblioteca: Aristófanes. El día del certamen fueron leídas una por una las compo­sicio­nes de los concursantes, y el voto de los primeros seis jueces coin­cidía con la mayor o menor efusión de los aplausos del público dados a cada concursante. Cuando tomó la palabra Aristó­fanes afirmó que estaban equivocados, que el único realmen­te poeta era el que menos aplausos había recibido y que los demás concursantes habían copiado a otros autores. A pesar de la indig­nación de todos, Aristófanes pudo comprobárselo al rey mos­tran­do los libros originales pla­gia­dos, pero el suceso tuvo un final feliz: los plagiarios tuvieron que confesar la verdad, fueron condenados como ladrones y el rey hon­ró a Aristófanes nombrándolo bibliotecario mayor de la Biblioteca de Alejan­dría. El rey que se menciona fue uno de los 16 Ptolomeo, soberanos helénicos en Egipto. O sea que también ya existían el nombramiento de jueces incompetentes, las valoraciones basadas en apariencias, en lo que “se dice” al respecto; la confusión entre el impacto de la persona (por su oratoria-buena memoria-aplomo-demagogia-lenguaje rebuscado) y el valor real de su obra.

[3] No incluimos como edificios a espacios protegidos totalmente prefabricados y transportados a un terreno, techos efíme­ros como los de ciertos circos, lonas desarmables de vendedores, remolques “habitables”.

 

[4] Véase el último capítulo del tomo I y el tomo II de Cultura, diseño y arquitectura.

[5] De los profesores de la Escuela de Arquitec­tura que dieron clases a los que después de 1922 hicieron arquitectura de transición y años más tarde arquitectura purista, el único defensor de la Revolución de 1910 era Francisco Centeno Ita.

[6] En Europa, tal vez los celos profesionales expliquen en parte la razón por la cual muchos personajes importantes, princi­palmente artistas, no fueron reconocidos en su época sino después de muertos, estuvieron en la miseria al final de sus vidas o ambas cosas: Miguel de Cervantes, Emilio Salgari, Mozart, Shubert, Rembrandt, Van Gogh, Modigliani, Monet.

[7] La motivación de los plagios realizados por autores de libros y artículos sobre arquitectura es muy diferente: abultar su currículo con el mínimo de trabajo mientras esfuman al verdadero autor o bien el negocio fácil como el de revistas que reúnen artículos y capítulos ya publicados. En “México Desconocido”, por ejemplo, el artículo “La Academia de San Carlos de la Nueva España” está plagiado íntegramente de mi capítulo “Enseñanza de la arqui­tec­tura” y se vuelve a plagiar en otro número de la revista con una variante en el título: “Academia de San Carlos. Cuna de la arqui­tec­­tura de México”.

[8] Al Sr. Julio César Pérez Guzmán, debo recordarle que aunque en México no se castigue el pla­gio y usted no terminará en la cárcel, existe todavía ética profesional y se considera un robo extraer de los libros ajenos toda la información, ponerla en otro orden y firmarlo como autor sin mencionar siquiera las fuentes. Esas fuentes pueden ser el producto de muchos años de traba­jo, de revisión en bibliotecas, hemerotecas y mapotecas, de repro­duc­ciones y trabajos de laboratorio, de muchos viajes por la República, de kilómetros de recorrido a pie para fotografiar e intentar que le permitan al investigador entrar para ver, preguntar y fotografiar interiores, de docenas de intentos de selec­cionar, clasificar y redactar hasta llegar por fin al manuscrito definitivo, de la toma de miles de fotografías para poder redactar desde lejos los edificios descritos. Son el producto de muchas reflexiones, correcciones y contra-correcciones editor-autor, para construir un archivo y unos libros que puedan facilitar su trabajo a futuros historiadores.

[9] Después se agregaron otros 10 artículos plagiados. Fue premiado por la FIL de Guadalajara en 2012 pero le pagaron en su domici­lio de Perú. Ignoro si al fin le sirvieron sus apelaciones

[10] La Crónica de Hoy, 13 de abril de 2005. Ya sabemos que muchos odian estas comparaciones, pero sin ellas las cifras no tienen sentido.

[11] Si se busca en internet al arquitecto Silvio Contri, por ejemplo, se encuentran más de 300 sitios de diferentes autores. La mayo­ría repite los mismos datos sobre Contri conocidos desde hace setenta años y en los más recientes se extienden menos o más en lo que se refiere al Munal allí instalado. Si revisar cada artículo nos tomara un minuto, leer 300 repeticiones para encon­trar un dato nuevo nos quitaría cinco horas. Con los artículos sobre Adamo Boari se repite el problema. El libertinaje sin control puede convertir la maravilla del internet en una pesadilla. La mayoría de los sitios de internet que aparecen cuando se busca “arquitectura del siglo xix en México” o “la arquitectura mexicana durante el siglo xix” carecen de refe­ren­cias bibliográ­ficas y reconozco su origen.

 

[12] En la mayoría de las bibliotecas de instituciones y escuelas profesionales europeas, un nuevo libro se da a leer primero a espe­cialistas en la materia y así, por una parte, ellos se enteran de algo que les incumbe y, por la otra, lo devuelven a la biblioteca con una lista pro­fesional de los temas que abarca el documento y una síntesis (abstract), de ma­ne­ra que el bibliotecario debe men­cionar el libro en cada uno de esos temas en su catálogo.

[13] Los currículos sirven para conocer la labor completa de un investigador, pero a veces a través de las menti­ras allí inclui­das descubri­mos también su bluff: “estudió en Francia, Italia, Bélgica y España… autor de 33 libros y más de 260 artículos… hizo 80 restau­raciones de edificios… impartió cursos en 23 universidades… lo invitaron a dar numerosas conferencias en Europa y Asia…fue también pintor y poeta…” ¿Alguien lo comprueba? Esa decisión de Ortiz Macedo tuvo como consecuencia la suspen­sión del programa planteado por el INAH para dar a conocer la mayor parte de la arquitectura del XIX en México. Lo más difícil, que era la investigación en bibliotecas, hemerotecas, fototecas, pero sobre todo los viajes por todo el país en busca de más información y fotografiando con el mejor equipo existente, eso y la redacción del primer tomo estaban concluidos, necesitaba unos tres años más para redactar y describir la arquitectura por géneros. El 90% de la información de mi archivo quedó inédito.

[14] Según el artículo 223 de la Ley Federal de Derecho de Autor para ser árbitro se necesita “gozar de recono­cido prestigio y honorabilidad”…

[15] Para que ingresara Sáizar se hizo renunciar como director a Gonzalo Celorio que apenas tenía dos años en el puesto y cuya gestión se definió como exitosa e irreprochable.

[16] El artículo 71 de las “Disposiciones para la actividad editorial” de la UNAM lo aclara: “El pago de regalías deberá ser en remuneración económica; sin embargo se podrá convenir que la misma sea en especie, mediante la entrega de ejemplares impresos de la obra, o bien en una combinación de entregas económicas y ejemplares” El artículo 67 fija las regalías de “10% sobre el precio de tapa”

[17] Ver en Cultura, diseño y arquitectura, Tomo II “Conflicto de valores” (p. 381). El hecho de que la evaluación de los demás arquitectos por lo general se reduce a opiniones de gusto por la apariencia de la obra; el hecho de que en el diseño de los edificios nunca se tiene la liber­tad de un escultor, por ejemplo; y el hecho de que los arquitectos pueden tener la nece­sidad de expresarse estéticamente, puede conducirlos a una falta de ética profesional: sacrificar la comodidad, seguridad y bolsillo de los clientes por hacer una arquitec­tura llamativa, fotogénica, impactante, original, tal vez ni siquiera del gusto del cliente, pero con posibilidades de que se publi­quen sus fotos en revistas y libros.

[18] Ya en 1960 impartíamos la clase de Iniciación al estudio de la arquitectura y de Teoría Superior de la…12 maestros además de Villagrán, de los cuales sólo Javier García Lascurain repetía el curso de Villagrán.

[19] El nazi Joseph P. Goebbels lo pudo comprobar.

Acerca de Arq. Israel Katzman

Nació en 1930 en Caracas, Venezuela. Se estableció en México en 1949 y solicitó la naciona­lidad mexicana. Carrera de arquitecto, en la ENA de la Universidad Nacional Autónoma de México. Miem­­bro de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos y del Colegio de Arquitectos de México AC, desde 1960. Nombramiento de socio académico de la Academia Nacional de Arqui­tec­tura, en 1978. Académico “Emérito” después. Miembro de la Academia Mexicana de Arqui­tectura, desde 1984. Invitado a pertenecer a las siguientes socie­da­des: Comité Mexicano de Historia del Arte; Sociedad Defensora del Tesoro Artístico de México; Comi­sión Nacional de Zonas y Monumentos Artísticos, del INBA; Dirección de Estudios Históricos, del INAH. En mayo de 1994 el presidente de México le entrega el recono­ci­miento Juan O’Gorman “A la exce­len­cia en la investigación arquitec­tónica”, después de ser elegido en el certamen convocado por el Colegio de Arquitectos de México. En agosto de 2000 recibe de la Universidad Iberoameri­ca­na el “Premio Gallo” “por su importante contri­bución en la investigación de la arquitectura mexi­cana, por su labor en la docencia y por su significativa vinculación con nuestra universidad”.

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