Ámame, le dijo. Pero ámame con todo tu ser, con todo tu corazón. Y no permitas nunca que tu amor se seque.
Le pareciò exagerado. Apenas llevaban dos citas. La había llevado al cine y ni siquiera le había dado la mano. Después tomaron café. Fue todo. Quedaron de verse el viernes siguiente. Lo esperò en la parada del camión. Irían al zoológico. Un lugar poco común para una cita, le pareció a ella.
Era día feriado y lleno de sol. Usò el vestido rosa con olanes. Muy femenino. Las sandalias beige
El zoológico estaba lleno. Hacia calor. Después de ver a los pandas se sentaron a comer un helado. Fue ahí donde quiso arrancarle la promesa del amor eterno. Acaso los seres en cautiverio habían despertado en él algún instinto, o fue el calor, o quizás el vestido rosa. Lo cierto es que ella, asustada, negò con la cabeza y huyò.
Se refugiò junto a la jaula de los pandas. Decidiò correr hacia el serpentario. Siempre le habían gustado las serpientes. Se quedò mirando a una pareja. Enredadas una en la otra. Echando chispas por los ojos. El macho enredaba a la hembra. Ésta se resistía hasta que después de casi una hora cedió. El macho la penetraba y así estuvieron. Amor loco. Eso era. En algún lugar había leído: el macho la acompañaría unos días. Volverían a copular y después la abandonaría. No podía dejar de mirar los cuerpos trenzados, la hembra rendida.
Corrió de nuevo hacia la jaula de los pandas. Sabia que sus hábitos de còpula eran bien distintos a los de las sierpes. Sabia que a la hembra le costaba quedarse embarazada y que por ello se tenía gran cuidado desde un principio para que todo funcionara a la perfección.
Pensaba en cada especie dentro del zoológico. Todos con el impulso de la procreación.
Decidiò regresar a su casa. No estaba lista para responder al instinto animal. Nunca podría responder al “ámame” que él le pedía tan intenso, tan húmedo. Cuando por fin llegò , se quitò el vestido rosa de olanes y las sandalias beige. Los guardò dentro de la vieja maleta de cuero y la cerrò. La colocò en la parte alta del clóset y se sentò en la cama rendida después de un día tan caluroso. Mirò a través de la ventana. El sol comenzaba a ceder.
Atardecía.
Regina Kalach Atri julio 2016
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