¿Cuántos amigos tenemos y cuantos conocidos? Es común escuchar la frase que los amigos se pueden contar con los dedos de una mano; habrá muchos dichosos que pueden hacer con sus dos manos o pedir alguna prestada. A veces, las amistades se conservan en el corazón más que en la realidad.
El tiempo pasa y deja huellas, lo que ayer era bueno para mi ya no lo es ahora, lo que me hacía gracia ya me enoja y así pasa con ciertas amistades. El cariño sigue pero la relación se ha transformado y no siempre es factible continuarla. De allí que siguen dentro sin tener una representación real y así sucede con muchos afectos que se transforman constantemente.
Por otro lado hay que señalar que no siempre ambas partes del binomio coinciden en valorar la amistad de la misma manera, así aquel que para mi es muy importante, puede tenerme afecto pero no estoy en su lista de la manera que me gustaría estar. Juan es para mi un gran amigo y lo trato como tal, sin embargo he podido darme cuenta que yo no soy para el lo que el es para mi. Ana va a hacer una gran fiesta y para mi es doloroso darme cuenta que no soy parte de sus invitados cercanos. La frustración y cierta tristeza surgen, pero tiene más que ver conmigo y mis fantasías que con los otros.
Hay que diferenciar entre lo íntimo y lo social. Los vaivenes de la vida convierten a muchas personas en compañeros para ciertas actividades y con frecuencia hay lazos de simpatía y juego mutuo, sin embargo cuando esa actividad desaparece, nos damos cuenta que no existió una gran amistad. Nos frecuentábamos, disfrutamos ambos de nuestra compañía pero fue temporal y sin dejar raíces más profundas. ¿Fué así para ambas partes? A lo mejor sí y a lo mejor no. Los afectos no siempre son equilibrados. Cuando doy no tengo que esperar que me den, doy porque en ese momento me satisface hacerlo.
Con frecuencia las caras conocidas dejan de ser fuentes de conversación y se presentan como personas con pasado, con planes futuros e influencias en nuestra vida diaria más profundas. Unas se acercan y otras se alejan. ¿Por cuánto tiempo? No se sabe pero mientras están se disfrutan y son parte de nuestro quehacer diario y nos retroalimentan nuestro diario vivir.
Muchas personas pasan a nuestro lado pero solo algunas dejan huellas en nosotros. No todas las huellas tienen el mismo valor, ya que varían en intensidad según hayan sido compartidas entre nosotros. El apego emocional implica percepción e identificación con esa persona y una sensación de proximidad. Pero al haber un cambio en la situación, un desacuerdo o quizá que el otro haga algo que nos enoje, cambia la perspectiva y desaparece el otro como “amigo”; en vez de estar en la primera fila pasa a la quinta como consecuencia de cierto enojo.
Cuantas veces he pasado por la casa de Beatriz, una amiga de la secundaria y la recuerdo con cariño a pesar de que tiene muchos años de haber fallecido. Por otro lado podemos haber tenido trato con ciertas gentes y nos cuesta trabajo recordarlas. No puedo decir que es mi amiga a pesar del afecto sentido como real.
Con algunos amigos hemos aprendido a sentir su alegría y su sufrimiento; la alegría no tiene problema pero la tristeza si. En la medida que aprendemos a compadecernos, mayor empatía y sinceridad estamos mostrando y esto se convierte en un lazo de unión diferente al que surge cuando se comparten palabras huecas sin sentimiento. Por no sentir dolor ponemos una barrera para protegernos pero al mismo tiempo dejamos esa relación en un nivel diferente al que podemos establecer cuando nos abrimos al dolor de los demás y mostramos compasión real ante lo que estamos escuchando. Mientras más comprendamos el sufrimiento, tanto más profunda será nuestra capacidad de compasión y podemos estar más cerca del otro convirtiendo nuestra relación en ternura y calidez.
La necesidad de cercanía varía entre las personas e incluso en una misma persona según su momento de vida y estos son factores que bloquean o favorecen la relación hacia los otros. La forma en la que hemos crecido influye en nuestras actitudes y los temores y miedos personales y sociales marcan el intercambio verbal que tenemos con los otros.
La vida a veces nos da palos fuertes y sentimos que los otros se han portado mal con nosotros. Sin embargo tenemos que aprender que el pasado se fue y con nuestra actitud no vamos a curar aquello que nos pasó. Hay que caminar hacia delante sin suspirar tanto por lo que ha sucedido. Todo aquello que pensábamos iba a ser de una manera se desvió y esa es nuestra realidad y tenemos que acomodarnos. Al estar quejándonos o llorando ciertas situaciones buscando compasión alejamos a los otros y nuestra soledad crece y puede convertirse en desolación.
Aquellos amigos con los cuales teníamos proyectos mutuos ante esta autolastima se alejan de nosotros y se acercan más a otras personas que no les impliquen tanto dolor y sufrimiento. Juliana empezó a intimar cada vez más con otras gentes del grupo, a hacerse participe de sus anhelos y preocupaciones ya que mis quejas constantes la angustiaban profundamente nos dice con tristeza su amiga Eloisa. Las relaciones sólidas están basadas en: afecto, compasión y respeto mutuo.
La compasión se define como un estado mental que no es violento, no causa daño ni es agresivo. Se trata de una actitud mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento, y está asociada con un sentido del compromiso, la responsabilidad y el respeto a los demás. Por otro lado, no todos tenemos la misma capacidad de responsabilizarnos hacia los otros y la desconexión afectiva a muchos les permite estar sin estar realmente.
Artículos Relacionados: