El mensaje que Estados Unidos da a conocer relacionado con la economía durante el mes de julio del 2012 no es promisorio.
El país considerado el más poderoso del planeta y con una riqueza incalculable cuenta en la actualidad más de 12.8 millones de personas sin trabajo.
Durante el mes de julio del 2012 se crearon, según encuestas 163.000 nuevos trabajos aunque el desempleo se mantiene en un 8.3%.
Yo no soy economista y no entiendo mucho de números, encuestas y todo lo que el gobierno ha estado intentando dar a conocer en los últimos meses, el bombardeo infinito de que todo está firme y sólido, lo que sí sé es que la economía americana va en lento espiral, una caída irrefrenable y ha seguido derrumbándose poco a poco.
Sé lo que está pasando en mi entorno. Lo veo día tras día, entre mis amigos y vecinos, mientras espero en la fila de un supermercado, en la sala de espera de algún doctor, donde sea.
Tras haber trabajado ininterrumpidamente durante veinticinco años, en un abrir y cerrar de ojos, un 31 de diciembre, alguien recibió la misma noticia que miles y miles de personas. “Lo sentimos no podemos seguir pagando, lo lamentamos pero tenemos que cerrar la tienda, queda despedido, no hay trabajo”.
Lo mismo en California, que en la Florida, en Illinois o en Nevada.
Tras la impresión inicial uno se contempla al espejo, horas y horas siempre tratando de mantener la autoestima, sin caer en dramas, sin una queja para que el caos no se expanda ilimitadamente.
Hay que recordar, sin duda, que uno posee la capacidad de seguir trabajando y tras la desazón inicial, las primeras peleas familiares, pues a hacer uso de los ahorros (si es que los hay) o las tarjetas de crédito que temporalmente sacan del apuro, aunque después y poco a poco la amarga realidad de tener que pagar tanto interés se impone.
Los primeros días, quienes saben, se convencen que con su experiencia y conocimiento, tras haber trabajado tanto tiempo, encontrar un empleo será algo muy fácil.
Entonces llegan los ajustes.
Comienzan los recortes, el periódico, el cable, tratar de pagar el mínimo en las tarjetas de crédito, las idas al supermercado, suspender las idas a los restaurantes para poco a poco descubrir que son parte de ese movimiento de desempleados que desde hace cuatro años han intentado conseguir lo que sea, un trabajo que por pequeño que sea pueda ayudar a pagar algunas cuentas, mínimas, a levantar la moral, a no sentirse parte de ese grupo que en crescendo sigue dándose y creciendo como una epidemia.
La angustia surje al no poder pagar la hipoteca, la renta, las cuentas que siguen acumulándose, el tener que vender uno de los coches, la motocicleta, el suspender las vacaciones, el tener darse cuenta, poco a poco, que la vida ha cambiado notablemente.
Y no creo que nadie se sienta satisfecho, la desazón y frustración se reflejan en cada rostro, cada nueva arruga que nos obliga a pensar, el intentar hallar una salida a tanta repetición, a cuestionarnos si se trata de una culpa personal, si elegimos al mandatario erróneo, si habrá manera salir de este caos, esta gran grieta que globalmente parece hundirnos cada vez más.
Los analistas analizan, los periodistas escriben acerca del tema una y otra vez, los más optimistas hablan acerca de la curva del tiempo, las repeticiones y caídas, la paciencia de Job, que ya ni hablar, lo perdido, perdido está y a comenzar de nuevo en una economía voraz y decadente, donde los recién gradudados no pueden tener un empleo digno de sus estudios, donde el mercado indica que la calidad de los trabajos creados son cuestionables porque la mayoría ha tenido que hacer tripas corazón, tomar un trabajo de medio tiempo, temporal, algo para rellenar ese eterno vacío que nos tiene tan contenidos, tan dispuestos a empezar de cero, sin salida, incapaces de dejar de sorprendernos, no es posible, no puede ser verdad, el pellizquito que conlleva a la locura tras haber perdido tu casa, tu dinero, tus hijos la escuela, las clases de piano, el negocio y tener que reconciliar internamente la realidad de que no hay nada seguro en estos tiempos. No me lo han contado, gente valiente, familias enteras se han visto afectadas por esta desazón crítica que ha torcido la economía mientras como si de verdad estuvieran frente a una gran pantalla han observado con horror el desaparecer de sus casas, su trabajo, sus parejas, su entorno que poco a poco ha pasado a ser un caos, una abstracción de la mente, un intento vano por mantener lo que antaño fue.
Más de 852.000 personas en los Estados Unidos han pasado a ser el reflejo de los inexistentes, han dejado de creer que pueden conseguir empleo y han suspendido su búsqueda y desde luego los más afectados todos, familias enteras que en caravana intentan pensar qué se puede hacer, adonde recurrir, el desempleo que dura unos cuantos meses, las extensiones que conllevan trabas y desmoronamientos mentales, las acciones gubernamentales y del Congreso asegurando una y otra vez que todo es temporal, que los Estados Unidos se recupera paulatinamente.
Cuesta trabajo hablar y decir cuando se da en carne propia, cuando a uno le dicen que busque aquí o allá, las horas caminando de arriba a abajo, el corredor de la ineficacia, la desesperanza que revuelca paulatinamente nuestra autonomía.
Lo que queda entonces es la espera, el cerrarle las puertas a la autosugestión, el llegar a creer que tal vez el futuro traiga algo mejor.
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