Los nudos que Anna Arendt y Martin Heidegger enlazaron en sus respectivas vidas revelan los plurales y misteriosos rostros que revela en las sombras la cópula del amor con el odio. Inclinaciones y conductas que en contraste y a la luz del día conocen irreparables distancias.
En sus tiempos, Anna y Martin consideraron la reflexión filosófica la más alta razón para vivir transitoriamente en este mundo. El lector encontrará testimonios de esta compartida convicción en las páginas que escribieron y entre no pocos intérpretes de sus reflexiones. Aquí me limitaré a señalar el carácter y los ecos del profundo vínculo erótico que unió a ambos más por afinidades metafísicas que por urgencias de Eros.
Los límites de la humana existencia
Heidegger nació en 1889 en la zona rural de Baden, Alemania. En sus primeros años adhirió a principios y hábitos católicos apegado a su padre que oficiaba como modesto sacristán; ulteriormente abandonará el credo en favor de la especulación filosófica. Después de algunos altibajos personales y académicos ganó sobresaliente altura en la universidad alemana de Marburg. Ser y tiempo es su obra más conocida. Allí presenta e hilvana un conjunto de reflexiones metafísicas derivadas del estar en este mundo, apretada, tensa y finita situación existencial cuya esencia e implicaciones apenas nos inclinamos- o queremos – comprender.
Señaló además la angustia inherente a la compartida e imparable muerte que nos impone lenguajes y actitudes que asumimos con el hueco propósito de frenarla. Con este ánimo, sus páginas publicadas en 1927 abren interrogantes – y no pocas reflexiones – sobre la fragilidad y la angustia inherentes a la humana existencia.
Ya en los años veinte, su esposa Elfride había adherido temprano y con entusiasmo a los predicamentos nazis, y en contraste con las convenciones acordadas en su medio, ella y Martin coincidieron en una libre relación marital. Así, ambos tuvieron amantes y el hijo de Elfride fue resultado de nexos íntimos con uno de ellos. En contraste, la íntima relación de Martin con Anna fue intensa y particular. Un compartido y bien cuidado secreto que sólo se abrirá varias décadas más tarde, y no por propia boca.
Como embriagante catedrático y hábil alpinista, Heidegger cautivó a los estudiantes por su erudita exposición de la filosofía griega y las implicaciones que tendrían en la humana finitud. Bien hilvanadas reflexiones que no le impedirán pocos años después la febril adhesión al credo nazi y, en particular, a su endiosado líder que – en sus palabras – “tenía hermosas manos” además de un alto y convincente discurso.
En 1933 Martin fue designado rector de la universidad de Freiburg donde puso en práctica un imparable odio al judío, actitud que incluyó no sólo a los catedráticos y a los estudiantes repudiados por su origen; también al tutor de su tesis doctoral – Edmund Husserl – a quien le cerró el ingreso a la biblioteca universitaria argumentando su despreciable extracción.
Sin embargo, ni sus prejuicios ni sus altos cargos le impidieron cultivar intimidades con las estudiantes preferentemente judías. Una de ellas fue Elizabeth Blochmann (1892-1972), íntimo vínculo que se prolongó durante algunos años hasta su expulsión de Alemania. Circunstancia que obligó a Elizabeth a cursar estudios en Inglaterra y en Francia en temas literario y pedagógicos con brillantes resultados. Sin embargo, después de múltiples labores académicas en USA y en Europa, su país Alemania, y, en particular, la ciudad universitaria Marburg donde con su amante diera los primeros pasos, le atrajo como principal lugar de labores. Allí murió en 1972. Travesuras de la imparable ironía.
Y cuando el supremo dictador alemán necesitó una figura que le ayudara a enhebrar discursos y metáforas dirigidos a difundir las bellezas de la raza aria, Martin ofreció sus servicios. A su pesar, Alfred Rosenberg ganó el lugar. Sin embargo, él adhirió con entusiasmo al credo nazi hasta el fin de la guerra. En 1945 fue juzgado y mereció un ligero dictamen que le permitió retornar a la actividad académica. Y Anna no lo olvidó.
Una adolescente embriagadora
Ella nació en suelo alemán (Hannover) en 1908. Sus padres adhirieron a corrientes reformistas del judaísmo. Desde temprana edad, Anna gustó navegar sin escollos por la literatura griega y latina en sus lenguajes originales. Frisando los 17 años llegó a la universidad de Marburg y de inmediato provocó curiosidad y pasiones. Su belleza personal y la erudita curiosidad que revelaba encendieron a los estudiantes. Sin embargo, fue el encuentro con el admirado maestro lo que avivó su cuerpo y su fantasía. Y él, arrebatado por la virginidad y la lucidez intelectual de Hanna, empezó a anudarla con alusiones filosóficas y arrebatos poéticos. Y poco tiempo después conocieron discretos y sensuales encuentros. Con algunas pausas se prolongarán cinco años. Un compartido secreto que se desnudará sólo cuatro décadas después.
En 1929 Arendt presentó su tesis doctoral sobre San Agustín y contrajo matrimonio con el judío G. Stern, vínculo que duró pocos años. En este periodo cultivó contactos con Martin Buber y con la familia Schoken, dueña entonces de una amplia red de periódicos alemanes. Al paso del tiempo algunos de sus miembros llegarán a Israel para fundar el periódico Haaretz. Otros preferirán levantar una editorial en Nueva York.
Por las actitudes y planteamientos adversos al nazismo Anna fue encarcelada. Para su fortuna, uno de los guardianes le ayudó a fugarse y ella resolvió escoger a Paris como refugio. Allí tejió relaciones con la bohemia intelectual de la ciudad, entre ellos Walter Benjamin y Raymond Aron. La Agencia Judía y Hadassa la emplearon encargándole promover el traslado de contingentes juveniles a Palestina. En Francia contrajo nuevo matrimonio con Heinrich Blucher, periodista alemán que había colaborado con Rosa Luxemburgo en las primeras décadas del siglo.
Cuando Paris es conquistada por los nazis, Anna y Heinrich resolvieron trepar a los Alpes y llegar a Lisboa para embarcar desde allí a Nueva York. Difícil aventura que Walter Benjamin no pudo alcanzar. Perseguido en la montaña y sin recursos, él preferirá el suicidio.
América: nuevos horizontes
La derrota de Alemania y la expansión del comunismo ruso – dos procesos en los que los judíos y el judaísmo protagonizaron saliente papel – abrieron cauce a uno de sus libros más importantes: Los orígenes del totalitarismo que vio la luz en 1951. Un año antes Anna había recibido la ciudadanía norteamericana. Por cierto, en éste y en otros textos se percibe el ascendiente – directa u oblicuamente – de Heidegger. Más tarde, recuerdos y reflexiones sobre su vida compartirá con Mary McCarthy en un largo intercambio de notas que vieron la luz entre 1949-1975. Tal vez merecerán apuntes en otra oportunidad.
Al consolidar su estatura intelectual en Estados Unidos y en Europa Anna no dejó de ayudar desde lejos a Heidegger y a su mujer con alimentos y libros, ni abandonó el tabaco en sus manos y boca. El reencuentro en compañía de Heinrich tuvo lugar en 1968 con la plena aceptación de Elfride, formal esposa del filósofo.
En suma: experiencias y reflexiones que en su papel de ágil periodista en el juicio jerosolimitano contra Eichmann le condujeron a considerarlo un primitivo y vulgar burócrata que cumplió fielmente las prescripciones del catecismo nazi. Actitud la suya que se reforzó en no poca medida al observar la inflada mediocridad del fiscal acusador y la helada compostura del acusado.
Un tema que- si interesa- llenará alguna página en futura ocasión.
Impresionante mujer, brillante como filósofa pero nefasta en su pensamiento en su defensa y razonamiento sobre Heichman. Criticable su relación con Heidelberg. Estoy orgulloso de los excelentes personajes judios , no de ella